Cultura

23/4/2015|1360

A UN SIGLO DE LA TEORIA DE LA RELATIVIDAD: La “asombrosa” teoría de Einstein (I)


El filósofo y matemático inglés Bertrand Russell fue uno de los primeros grandes científicos del siglo XX que se ocupó de la “asombrosa” teoría de Albert Einstein, la que “revolucionó nuestra concepción del universo”. Aconsejó entonces eliminar la suposición de que significaba que “todo es relativo”. Sería una contradicción insuperable: si todo fuera relativo, no habría nada relativo a ese todo. La “relatividad” de la teoría de Einstein se refiere a otra cosa, al espacio y el tiempo, que dejan de ser el marco “absoluto” en el cual la física establece sus leyes.



Parece, pero no es


Lo que Einstein planteó es realmente “asombroso”: un metro no siempre es un metro, un segundo tampoco es siempre un segundo. Tiempo y espacio no constituyen el escenario fijo e inmutable en el cual suceden las cosas de nuestro mundo. Todo depende de la materia y de su movimiento, y del lugar del observador. La masa “deforma” el espacio con su presencia, como una gran pelota estira y curva una eventual lona que la contenga.




Lo absoluto es la velocidad de la luz, que nunca supera los 300 mil kilómetros por segundo. Aunque viaje en un tren a miles de kilómetros por hora. A un observador situado en una estación a la altura de la mitad de ese tren imaginario en movimiento, la luz de la linterna que se enciende en el fondo del último vagón le llegará más rápido que al pasajero que se encontraba en tal tren a la misma altura de la estación del mentado observador cuando se prendió la linterna. Para uno y otro la luz se encendió en un momento distinto; en un tiempo diverso. Asombroso.




Hasta Einstein, la física había dividido su objeto de estudio entre el mundo de la materia y el de las ondas. La piedra que agita el agua es una cosa; otra es la onda (inmaterial) con la cual el líquido transmite esa agitación. Einstein planteó que la luz no sólo es una onda: se comporta también como partícula material. Las “asombrosas” proposiciones de la Teoría de la Relatividad han sido confirmadas prácticamente por las más diversas experiencias y es considerada, por eso, como la más probada de la historia de la ciencia.




Einstein es considerado un genio fuera de serie. Pero los andamios de su excepcional construcción teórica fueron establecidos por los enormes avances de la física en el pasado inmediatamente anterior. Y también por las inconsistencias que dejó esa construcción del conocimiento humano. El edificio de Einstein no hubiera podido elevarse hasta las alturas que conquistó sin esos andamios.




A los no especialistas el punto alcanzado por esta nueva visión de las cosas nos suena extraño porque violenta el sentido común y desconocemos el andamiaje preexistente. El sentido común y el conocimiento riguroso tienen un vínculo que no es simple. La percepción de nuestros sentidos puede ser engañosa, como bien lo saben los magos. Y como dijo el viejo Marx: “Si la apariencia coincidiera con la esencia, toda ciencia estaría demás”.



Todo es muy raro pero…


¿Por qué, además, la Teoría de la Relatividad sería más “asombrosa” que la ley de Isaac Newton que plantea que todos los cuerpos se atraen en proporción directa a su masa y en cierta proporción inversa a la distancia que los separa? El grandioso descubrimiento del sabio inglés del siglo XVII, al establecer una sencilla fórmula para explicar el movimiento de la materia en el universo entero “asombró”… a su propio descubridor.


Newton tuvo que admitir que carecía de una explicación para tal comportamiento de las manzanas, los planetas y las estrellas. “No invento hipótesis”, dijo al respecto. El genio sabe lo que sabe… y lo que no sabe. El universo es como es; no sólo más raro de lo que suponemos en los límites de nuestro entendimiento sino más raro de lo que podemos suponer, como dijo un gran físico de nuestro tiempo.




Lo que hizo grande a Einstein, como antes a Newton, fue la capacidad de reunir desarrollos previos del saber en una conclusión común más amplia, vinculando de un modo lógico y racional lo que antes parecía propio de fenómenos distintos e irreductibles. Algo que está presente en la más famosa fórmula científica de la historia, con una sencillez y armonía deslumbrante: E = mc2 (energía igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado).


Es la fórmula que puso de relieve la cantidad fabulosa de energía cristalizada que contiene la materia y la liberación inmensa de esa energía cuando la materia se disipa en lo “inmaterial”. Algo que permitió entender por qué la energía nuclear puede hacer arder a los soles del universo miles de millones de años y por qué con un puñado de materia radioactiva tenemos una bomba atómica. Del átomo al universo, la dimensión explicativa de la Teoría de la Relatividad es insuperable (hasta ahora).


La celebridad de Einstein tomó una estatura incomparable con la de cualquier otro científico cuando, en 1919, su teoría fue sometida a un test incontrovertible. Fue en ocasión de un eclipse solar. Si la luz se comporta como partícula y sufre la acción de la curvatura del espacio, estrellas próximas al sol deberían aparecer, en el cielo oscurecido por el eclipse, más cerca las una de las otras (en relación con la distancia observada en cualquier noche). Porque su luz aparecería desviada hacia el sol, debido a la atracción ejercida por su enorme masa. El físico John Wheeler resumió así la teoría de la relatividad: “La materia le dice al espacio cómo curvarse, el espacio le dice a la materia cómo moverse”. Sí, asombroso.