Cultura

9/4/2014|1309

A veinte años del suicidio de Kurt Cobain

Se cumplió el aniversario del suicidio del líder de Nirvana, la voz de la llamada “Generación X”. Una banda que se convirtió en símbolo del grunge, un movimiento que tomó la expresión de una juventud desencantada con la cultura consumista de los ochenta.

Veinte años no es nada, algo que el tango y el eterno rostro joven de Kurt Cobain parecen afirmar. A dos décadas de su suicidio -aniversario que se cumplió el 5 de abril pasado- su imagen sigue recorriendo el mundo en remeras y muros de redes sociales de jóvenes que ni siquiera habían nacido en los tiempos en que Nirvana y el grunge eran considerados una nueva revolución en el rock; un hecho que, junto al nuevo fetiche por el grupo punk Ramones, parece ratificar aquella frase del escritor español Jorge Manrique: "todo tiempo pasado fue mejor".


“Come as you are”


El boom de Nirvana y el género grunge de Seattle en los ’90 fue por muchos emparentado con la explosión punk de Londres en 1977. La crisis bursátil de 1987, la Guerra del Golfo en 1991, el desempleo, los disturbios suburbanos contra la brutalidad policial en Los Angeles y el Sida hicieron olvidar la exuberancia moda de la era Reagan de los años 80. Así, la estética del movimiento grunge tomó la apariencia "descuidada" como expresión de una juventud deprimida y desencantada con la cultura consumista de la década anterior. A esta juventud, muchos la llamaron la “generación X".


Fue en este contexto donde el segundo disco de Nirvana, "Nevermid", se transformó en el ícono de la juventud, obligando a que las grandes discográficas y cadenas de radio y TV salgan a la cacería de bandas que respondieran a este nuevo fenómeno: jeans desgastados, camisas leñadoras, gorras de lana y sonido de garage estridente, dejando atrás los sintetizadores y el look glam, dándole un significado más visceral a la premisa "sexo, drogas y rock and roll".


Grupos como Pearl Jam, Alice in Chains, Soundgarden, Stone Temple Pilots y Smashing Pumpkins -junto a la discográfica independiente Sub Pop y los festivales Lollapalooza- coparon las nuevas tendencias de la juventud en el mundo, fenómeno que fue considerado como un nuevo renacimiento del rock and roll.


Finalmente, el mercado -como ocurrió con el punk en 1979- absorbió el género y, con MTV a la cabeza, lo explotaron hasta el hartazgo, promoviendo como "grunge" cualquier banda con un cuidadoso look desalineado y sonidos más suaves. Inclusive el cine, casi de manera irónica, intentó relatar este dilema con la película Generación X, protagonizada por Winona Ryder y Ethan Hawke. Por otro lado, la nueva invasión inglesa, el Brit-Pop, emergió casi como una reacción contra el género, buscando desterrar la imagen depresiva del grunge con otra que pretendía expresar una imagen optimista de la Inglaterra de la "tercera vía" de la administración laborista de Tony Blair.


El club de los 27


Muchas han sido las especulaciones sobre las causas del suicidio de Kurt Cobain, llegando a plantear teorías sobre un supuesto asesinato perpetuado por su viuda Courtney Love.


Su personalidad depresiva -la cual recuerda a la del cantante de Joy Division, Ian Curtis-, sus complejos sobre su cuerpo, sus eternos dolores estomacales, su adicción a la heroína y su rechazo hacia la fama y la sobreexposición pueden ser factores que habrá que tener en cuenta a la hora de comprender tal decisión.


Lo cierto es que para las grandes discográficas y productoras, los artistas muertos son perfectos: no se cansan, no envejecen, no sacan discos malos, no cuestionan los contratos, no necesitan infraestructura para tocar y si mueren jóvenes, son eternamente bellos y sensualmente rebeldes.


Es una costumbre vulgar la de considerar la vida de "reviente" de los rockeros -de la que los medios hicieron de Cobain un icono de los noventa- como un sinónimo de contracultura y cuestionamiento social de la vida alienante y bohemia -algo que en nuestro país ha ocurrido con figuras como Charly García y Pity Alvarez, de Viejas Locas.


Una visión lumpen y funcional a la explotación capitalista que niega al artista como lo que en realidad es: un trabajador del arte.