Acerca de “Francofonia”: el arte en una era de catástrofes
El cine de Aleksandr Sokúrov es de los más difíciles de clasificar. En su último film, Francofonía: una elegía para Europa, se entremezclan la ficción y el documental, fotos e imágenes de archivo, dramatizaciones y reflexiones artísticas e históricas y hasta el backstage de la filmación con el realizador interpretándose a sí mismo
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El cine de Aleksandr Sokúrov es de los más difíciles de clasificar. En su último film, Francofonía: una elegía para Europa, se entremezclan la ficción y el documental, fotos e imágenes de archivo, dramatizaciones y reflexiones artísticas e históricas y hasta el backstage de la filmación con el realizador interpretándose a sí mismo. La película es un collage lírico de lo que se llama “cine-ensayo”, que parte del Museo de Louvre en París y de la colaboración que establecieron, a raíz de la ocupación nazi de Francia (1940), el conde Franz Wolff-Metternich y el encargado de la custodia de los museos franceses, el republicano Jacques Jaujard. En medio de la catástrofe que significó la II Guerra Mundial, los dos habrían ayudado a salvar obras invalorables.
Francofonía va más allá. Representa una reflexión acerca de los últimos siglos de historia europea (Sokúrov es graduado en Historia en la antigua URSS) y sobre cómo se crea, protege y roba (el caso del imperialismo francés en el siglo XIX) el arte en el contexto trágico de guerras y enfrentamientos nacionales. No es la primera vez que el realizador aborda estas temáticas: ya lo hizo en su reconocida El arca rusa y en numerosas “elegías” documentales de poetas, pintores y músicos. También realizó un tríptico acerca de hombres (Hitler, Lenin e Hirohito) en la cumbre del poder y en la decadencia. Como todos sus trabajos, Francofonía es una obra cuidada, de detallada elaboración de los colores (apagados o sepia en este caso) y los sonidos para tratar con densidad temas no menores.
En una reciente entrevista con El Periódico de España (3/6), Sokúrov sostuvo que los museos “mantienen vivo el pasado, y hay que seguir mirando al pasado mientras entramos en el futuro. Los principios revolucionarios son destructivos porque niegan lo que se ha hecho antes”. Sokúrov parece olvidar el enorme esfuerzo hecho por los revolucionarios de su país para conservar la herencia artística de épocas anteriores y que los Estados Unidos, que poco tienen de revolucionarios, ejecutaron una destrucción y saqueo de obras y monumentos en Irak que no tiene nada que envidiarle a la que actualmente realiza Estado Islámico. En otra parte de la misma entrevista dice que hizo Francofonía porque “llevo tiempo oliendo a humo” en Europa (es decir, la posibilidad de guerra). Según él, la amenaza es doble: el desarrollo de movimientos neonazis en varios países europeos y los refugiados de países musulmanes que ponen en peligro “los valores europeos y cristianos”.
El pensamiento reaccionario de Sokúrov es conocido, pero con Francofonía podemos decir que la obra supera (en claridad y certeza) al artista.
Sokúrov piensa que el artista y el arte están no sólo por arriba del político, sino también del pueblo. El arte sería producto de mentes únicas y divinas. Francofonía comienza con el realizador lamentándose por la muerte, a comienzos del siglo XX, de Tolstoi y Chéjov, mientras se ríe y trata de niños a unos soldados revolucionarios rusos. Un fantasma de la Revolución Francesa, Marianne, recorre los pasillos del Louvre como loca en compañía de Napoleón -gran saqueador de los tesoros artísticos y arqueológicos de Egipto- repitiendo una y otra vez “Liberté, égalité, fraternité”. La salvación del arte termina siendo obra de dos gentleman (el noble alemán y el republicano francés) o de la mera casualidad, nunca de una acción política colectiva a la que el director aborrece.
Con su talento, Sokúrov es una expresión de la enorme confusión ideológica que reina en la Rusia post soviética, pero también es suficientemente perspicaz y sensible para captar que la amenaza de catástrofe y tragedia se cierne sobre nosotros en este siglo XXI.