Cultura

14/10/2015|1385

Acerca de las películas “Omar” y “Ney”: miradas sobre la lucha palestina


Un joven se encuentra parado frente a un muro. Observa para un lado y para otro, esperando que los coches pasen. Cuando piensa que nadie lo observa, tira de una cuerda que cuelga del muro y comienza a trepar. Empieza a descender del otro lado y le disparan a matar. Luego nos enteramos que el joven se llama Omar, que el muro en cuestión es el que separa Cisjordania de Israel, que los que disparaban eran los soldados israelíes y que Omar iba a visitar a su amada y a reunirse con sus amigos.


Esta es la primera secuencia de “Omar” (2013), film dirigido por Hany Abu-Assad, el realizador palestino de Paradise now. Abu- Assad cuenta las traiciones, lealtades, heroísmos, amores y desventuras de tres amigos palestinos en un relato de suspenso que no da respiro. Luego del asesinato de un soldado israelí, Omar es detenido, torturado y obligado a trabajar para los israelíes. Pero en el este film nada es lo que parece y mejor no adelantar mucho de la trama.


El tono del film es áspero, los sonidos cortantes, lo que no impide que “Omar” sea, además de un thriller, un film profundamente humanista. Una sensación de tragedia, de una fuerza descomunal (militarmente, en especial) se abate sobre unos protagonistas escasamente armados y organizados. Pero el odio a los ocupantes y la necesidad de resistencia se impone como una obligación moral para ellos. Todo lo demás en la vida, como la posibilidad de tener una familia y amigos, es puesto en crisis y pisoteado por la fuerza sionista. Nadie, ni dentro ni fuera de Palestina se puede mantener neutral frente a ella.


Desde Argentina


En el trailer de “NEY”, Nosotros, Ellos y Yo (Argentina – Israel – Palestina, 2015), luego del asesinato de un niño por la fuerza ocupante, un palestino le pregunta al director Nicolás Avruj: “¿Crees que los palestinos o los israelíes tienen razón?” Avruj responde, medio desesperado: “¡No! ¿Por qué tengo que elegir entre palestinos e israelíes?”. Después de esta réplica, uno se podía esperar lo peor de este documental, pero la expectativa es por suerte ampliamente defraudada.


Proviniendo de una familia de fuerte tradición sionista, Avruj viaja a Tel Aviv a finales de 2000 para verse con un primo. No lo encuentra y recorre Israel, Gaza y Cisjordania durante tres meses en medio de una Intifada (levantamiento nacional palestino). Avruj descubre otra cara de la “Tierra prometida”, una muy lejana de la que le habían trasmitido desde niño y, luego de casi 15 años, puede procesarlo y terminar este film.


Filmada como un diario de viaje, con cámara en mano, el film de Avruj es honesto y valiente. Parte de los propios prejuicios y preconceptos y va más allá. Al comienzo se siente indignado por expresiones antisemitas de algunos musulmanes, pero el realizador no se detiene: viaja al corazón de la opresión de los palestinos, convive con ellos, observa la pobreza en que se encuentran y las humillaciones que sufren cotidianamente. Vale recordar que hoy la situación en la Franja de Gaza es mucho peor que en aquel entonces.


Un punto clave del film se halla hacia el final, cuando Avruj encara el tema de los colonos en Cisjordania, es decir, cómo el Estado israelí roba tierras, fractura el espacio cisjordano e impide la existencia de un Estado soberano. Aquí se reproduce hoy en día, cotidianamente, la misma lógica con la que Israel se creó en 1948: con la expulsión constante de palestinos vía militar y la “repoblación”. Después de esto, a Avruj le resulta complicado “conciliar entre dos extremos” como pretendía en un comienzo y se da cuenta que su viaje terminó.