Cultura

1/4/2020

Chicas muertas, de Selva Almada

Lecturas en cuarentena.

“Todos los sitios, hasta los más minúsculos de este país, tienen su femicidio”

 

Falsa calma, Selva Almada

 

Andrea, María Luisa y Sarita vivían en San José (Entre Ríos), Presidencia Roque Saenz Peña (Chaco), y Villa Nueva (Córdoba). Fueron víctimas de femicidios, allá por los ’80, cuando nadie acreditaba que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer.

 

El retorno a la democracia tenía asuntos más urgentes; mientras los familiares de María Luisa Quevedo buscaban su cuerpo en Roque Sáenz Peña, las celebraciones de la fiesta alfonsinista no se privaban de largas caravanas por el centro de esa ciudad flameando banderitas argentinas. En la intersección de las avenidas 51 y 28, donde la hallaron, todavía hay un baldío tenebroso en el que se forma una laguna. A Sarita Mundín la vieron con vida por última vez en 1988. Estuvo perdida casi un año hasta que un tambero encontró restos de esqueleto humano, a orillas del río Ctalamochita, entre Villa Nueva y Villa María. Se desconoce aún si se trataba de sus huesos. Andrea fue apuñalada mientras dormía.

 

Chicas Muertas, libro de non-fiction de Selva Almada que recorre sus historias, transpira en cada página nuestra existencia en peligro, el acecho constante, la naturalización de las circunstancias de opresión y la potencia de sabernos hoy más unidas que nunca. “Nunca nos dijeron que podía violarte tu marido, tu papá, tu hermano, tu primo, tu vecino, tu abuelo, tu maestro. Un varón en el que depositaras toda tu confianza.” Ahora tenemos plena consciencia de ello. Y podemos más que ese pequeño acto de valentía individual de clavarle un tenedor en el brazo al marido que intente levantarnos una mano mientras almorzamos, para que nunca más se haga el guapo, como en la anécdota de aprendizaje que relata Almada.

 

La experiencia ineludible del cuento policial argentino que pone en la voz narrativa de un periodista la investigación de los hechos asume, en esta obra, la tarea de “juntar los huesos de las chicas, armarlas, darles voz y después dejarlas correr libremente hacia donde sea que tengan que ir”. ¿Acaso habría una justicia o un Estado capaz de hacerlo por nosotras?