Cultura

15/7/1993|396

Cine: “Un muro de silencio”

“Un muro de silencio” se propone una reflexión acerca de las secuelas políticas y personales de la represión dictatorial. ¿Cuál es el contenido político de esa interpretación? Al iniciarse el film, sus dos protagonistas (Vanessa Redgrave, en el papel de una cineasta que viene a realizar un film testimonial, y Lautaro Murúa, su guionista) revisan material documental sobre la época del Cordobazo. “¿Se trataba de una situación revolucionaria?”, pregunta Redgrave. “Así lo creyeron miles de jóvenes”, le responde Murúa. Para los autores del film, el período abierto en 1969 habría carecido de raíces objetivas y apenas habría existido en la “cabeza” de la vanguardia obrera y juvenil de entonces. Es natural, en ese cuadro, que la represión posterior al ’76 sea presentada, no como un ataque general al movimiento obrero y popular, sino como el aniquilamiento de las expresiones foquistas (“les dijimos a esos jóvenes —reflexiona Murúa en otro pasaje del film— que el horno no estaba para bollos, que continuar era una locura”). Planteada así la dictadura en sus orígenes, el film deja el terreno despejado para una de sus tesis principales: la indiferencia popular ante la represión videlista. “Todos sabían lo que estaba pasando”, es la frase que inaugura y concluye el film. Las masas argentinas, inermes antes de la dictadura por la deserción de sus direcciones políticas y gremiales, aparecen en cambio “complicadas” con el genocidio dictatorial. En esta línea política, el film remata con una nueva condena al pueblo argentino: esta vez, el personaje de la Redgrave se anoticia del indulto menemista y se indigna por la “ausencia de repudio popular”. La autora del film convirtió a la consigna popular de “el pueblo no indulta” —coreada por centenares de miles cuando Menem liberó a Videla— en su contrario: “el pueblo... indulta”.


Ante semejante “desierto” político, la película prefiere discurrir en torno de un dilema personal: el de la esposa de un desaparecido, que procura reconstruir su vida en el marco de un nuevo matrimonio. Quebrada toda perspectiva política (desde la visión del film), la cuestión de los desaparecidos queda reducida al terreno de la memoria o el “duelo” individual. Luego de diversos —e injustificados— cuestionamientos en este plano, la película “absuelve” a la protagonista en los siguientes términos: si el pueblo perdonó y encubrió, también ella tiene derecho a una nueva perspectiva personal.


Una visión de este período histórico que refiriera a la lucha democrática, a la resistencia antidictatorial y a las movilizaciones posteriores contra la impunidad, hubiera apuntado, con seguridad, el dedo acusador en otro sentido: el de la connivencia de los grandes aparatos políticos “democráticos” con el terror videliano y, después de 1983, la política de esos mismos aparatos para desgastar y desmoralizar al movimiento de derechos humanos hasta llegar al punto final, la obediencia debida y el indulto. La memoria de los desaparecidos y los miles de luchadores contra la dictadura y la impunidad, todavía están esperando que el cine argentino levante ese “muro de silencio”.