Cultura

24/6/2005|905

Cine: Vera Drake

El aborto para los pobres

“Yo ayudo a las jovencitas con problemas. No cobro nada. ¿Cómo podría cobrarles?” (Vera Drake).


“Nosotros somos 8 en mi familia y estamos en 2 habitaciones. Si a los hijos no podemos alimentarlos, cómo podemos amarlos?” (Reg, yerno de Vera Drake).


Estas frases son dos momentos impactantes de esta película.


Situada en 1950, en Londres, en el seno de una familia de trabajadores y de su entorno, el film “El secreto de Vera Drake”, de Mike Leigh, nos va presentando los problemas cotidianos de subsistencia, del sueldo que no alcanza, del mercado negro, y de la escasez.


El peso del recuerdo aún fresco de los frentes de batalla, de los amigos muertos, con secuelas a cuestas.


Jóvenes solas, inmigrantes, trabajando en el país que las colonizó.


Vemos solteras con embarazos no deseados, o casadas con familia numerosa, que no aceptan seguir pariendo en situaciones de extrema pobreza.


Vera Drake, quien no conoció a su padre, es empleada doméstica y vive en un barrio proletario. Ha construido una familia muy trabajadora. A través de ella vemos pasar las historias de esas mujeres que, a escondidas y sin dinero, recurren a la Sra. Drake para encontrar “una solución al problema”.


Mike Leigh eligió un personaje común, Vera, y diseñó un rol fuera de lo común, ayudar siempre a los más desprotegidos. Vera ayuda a provocar abortos, sin fines de lucro; ese es su secreto. Por solidaridad. Se podría decir que la solidaridad es una temática de la película.


El director nos muestra su contraste: una mujer que, empujada por la miseria, comercia con los productos del mercado negro y envía a Vera a hacer los abortos, ocultándole que les cobraba a las muchachas desesperadas.


Somos espectadores, además, de otra realidad: la de los abusos sexuales en familias pudientes. Señoritas que soportando el dolor de su historia en silencio, logran resolver “su problema” en alguna clínica, hospitalizadas con diagnóstico falso y pagando ilegalmente la “excelente atención” (historia conocida).


Vamos conociendo, también, a su cuñada, que no trabaja, y que aspira a ascender en la escala social, comprando compulsivamente todos los productos del mundo capitalista moderno, despreciando a su familia política y aspirando a que su marido la saque de ese entorno de trabajadores.


No se puede dejar de mencionar la aparición de la “Justicia”, que viene “a poner fin a esta historia”, penalizando una pobreza que ella misma, con el aval de sus leyes, contribuyó a construir.


Nos encontramos, entonces, con matices, contrastes y opuestos; sin embargo, lo que recorre las dos horas de película es la constante indefensión de la mujer oprimida.


Mike Leigh ha traído esta problemática al presente, recordándonos, a través de esta muestra de arte cinematográfico, la crueldad de la barbarie capitalista.


Mientras haya pobreza y explotación, va a existir el aborto y la necesidad de luchar por el derecho al aborto. Mientras persistan las relaciones sociales de explotación, seguirán existiendo menores violadas, mujeres golpeadas, desocupados, hombres alcohólicos, deprimidos, frustrados, mujeres trabajadoras, madres de familia numerosa, donde seguimos escuchando, como en la película: “no le puedo decir que no porque se arma y después viene otro hijo”.


O la condena de miles de padres a ver morir a sus hijos por desnutrición o enfermedades por no tener acceso a la atención médica necesaria… O hijos arrancados de sus padres por la “asistente social” porque la familia “no puede hacerse cargo”, mientras el Estado paga por ese chico a la nueva familia o a la institución eclesiástica correspondiente 1.200 pesos.


El capitalismo es sinónimo de barbarie.