Cultura

6/11/2020

Confesión, de Martín Kohan: el poder de las palabras y las palabras del poder

A través de tres historias construidas con una gran atención por la forma literaria, la novela nos adentra en la Historia -la dictadura- y en el vínculo entre lo siniestro y la sociedad argentina.

“Padre, he pecado. He pecado, o creo que he pecado”, dice Mirta López, la protagonista principal de dos de las tres historias en las que se divide Confesión, la reciente novela de Martín Kohan. Esa primera historia es la de las dudas y la culpa que el despertar de los impulsos sexuales le generan a Mirta cuando es una niña, “de apenas 12 años”, al ver pasar a un joven de apellido Videla, por la ventana de su casa de la ciudad de Mercedes, allá por 1941.

“Llega el día. Llega. Es 18 de febrero ya. Es viernes. Son las siete de la mañana”. Así, a pura frase corta un narrador no identificado relata las vicisitudes de la “Operación Gaviota”, aquella en la que el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) atenta contra la vida del ya general y presidente Jorge Rafael Videla, intentando volar la pista de aterrizaje en el mismo momento en que el Fokker F-28, que lo trasladaba con destino a Bahía Blanca el 18 de febrero de 1977, carreteaba para despegar.

“Pero vos esta historia la conoces, me dice. Esta parte sí, le digo. La otra parte no. Ah, no, no, claro, sonríe, la otra parte no”. Narra un nieto el internarse en los pormenores de su propia historia, que logra reconstruir escuchando el desenfrenado relato de su abuela Mirta -quizá por el deterioro de los años que borran los límites de lo que debe y puede decirse en cada situación y que liquidan el secreto y habilitan la confesión, culposa o jactanciosa- en el vértigo de una partida de truco “a cara de perro”, en un geriátrico como cualquier otro.

Es a través de esas tres historias, con minúscula, construidas con una evidente preocupación por la forma literaria, que Confesión nos adentra en la Historia, la de las grandes tragedias argentinas, por caso la de la última dictadura militar y su secuela de desapariciones y tormentos, la lucha armada y sus intentos y, sobre todo, la de cómo lo siniestro -tan macabro como conocido- se entrelaza o se entremezcla en y con la sociedad argentina y su devenir de acciones que, con culpa o no, tiene cosas por confesar.

Las disputas del decir

Narradores distintos y cada uno con un sello particular marcan el peso que el lenguaje tiene en toda la novela, que termina siendo edificada por las disputas entre el decir, sus modos, lo no dicho y lo que debe y puede ponerse en palabras.

Un nieto nos cuenta la historia del despertar sexual de su abuela Mirta, con todos los límites de moral y ética de un pueblo de mediados del siglo pasado. Mirta a través de sus palabras va dándole forma a la culpa, que intenta hacerse discurso de la culpa para poder administrarla como corresponde: en la iglesia, ante el cura y en el confesionario.

Las confesiones de Mirta condensan, con particular eficacia, el núcleo de toda la novela que es la relación entre las palabras, los discursos, el poder y la historia. Kohan logra articular esa relación poniendo el foco en historias aparentemente menores sin hacer de ellas “pequeños relatos” -lo cual es un gran mérito. El lector entra a un confesionario de pueblo, escucha los balbuceos y las palabras imprecisas de la culpa, oye el discurso plano, sin vuelo y claramente administrativo del cura/poder pero es interpelado en su capacidad crítica y no tanto en su reconocimiento emotivo. El devenir entre la búsqueda de la precisión en las palabras de Mirta, reclamadas por el cura, y la necesidad de ordenar el desorden gracias a las palabras del sosiego y la calma, reclamadas por Mirta, llevan al lector a una mirada distanciada de esos rituales oxidados (pero existentes) como el de la confesión en la iglesia: con situaciones, roles y formas que solo pueden sostenerse por el poder más eficaz, el de la mera repetición.

Pero hay más en relación a la necesaria distancia. Mirta no es un personaje que se haga querer. No lo es porque el comienzo de su periplo deseante, tan natural como común, es a la vez el ingreso de Mirta en el largo camino de la incorporación de las prácticas y de los símbolos (con toda su carga ideológica) que van a ubicar al deseo y a Mirta en su lugar. Y esto no puede más que generar distancia porque escenifica los mecanismos mediante los cuales el poder se reproduce. Mirta aprende a ocultar mostrando y a no decir diciendo.

Un narrador distinto (¿el propio Kohan?) pone el foco en el Río de la Plata. El río le sirve de excusa para pasar revista a lo que distintos escritores han dicho de él y también para hilvanar un decir que lo desmenuza en unas hermosas piezas literarias que conectan subterráneamente con la segunda historia de la novela. Esa segunda historia es la de la Operación Gaviota del ERP, que aparece reproducida casi en un registro automático de oraciones cortas que van construyendo un relato vertiginoso, que se lee de un tirón y que busca su finalización casi de modo frenético.

Finalmente, otro relato lleno de vértigo entrelaza la historia de un Nieto y la más cercana de Mirta, que confiesa un hecho terrible pero que deja abiertos tanto el carácter intencional  o no de la confesión como el posible arrepentimiento de lo confesado.

Confesión es, en definitiva, una muy lograda novela que no solo problematiza a la palabra, al discurso y al poder sino que se propone hacer de la Historia algo que exceda ampliamente al simple contexto, de la política algo mucho más abarcativo que la mera posición crítica o celebratoria y de la literatura mucho más que la mera forma: un terreno, siempre en disputa, donde todas esas cuestiones se desarrollan.

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