Cultura

2/7/2015|1370

Cultura, mercancía e industrias culturales


La cultura en la sociedad actual es una mercancía. La mercancía es una forma social del producto del trabajo, propia de un modo de producir donde priman los productores privados independientes que se vinculan entre sí a través de lo que producen. La mercancía es anterior al capitalismo; en él, su circulación toma un carácter universal. Desde tiempos remotos la mercancía es el medio por el cual se vincularon los pueblos primitivos: comercian entre sí, quiebran el aislamiento, se convocan a una relación recurrente. Ese comercio, los puertos, la mercancía, constituyeron por los siglos de los siglos la vía del desarrollo de la cultura humana y del desarrollo de su fuerza productiva.


 


La mercancía, por lo tanto, es un medio que acompaña el despliegue civilizatorio del hombre. El hombre se socializa por medio de las cosas, superando una larga etapa previa de su existencia en la cual su precaria socialización era inmediata, directa, probablemente tribal en su forma, reflejando un primitivismo productivo muy elemental.


 


El capital no solamente extrema la circulación de mercancías; convierte la fuerza de trabajo en mercancía y su explotación en una fuente inaudita de progreso social. Y, por supuesto, en fuente también de una miseria social creciente. Esta contradicción del capitalismo es insuperable y en su decadencia histórica amenaza con demoler la civilización que supo crear con la labor colectiva de la masas explotadas en su etapa de ascenso.


 


El capitalismo no sólo universalizó la producción mercantil. La arrancó de su universo limitado y artesanal: creó la industria urbana moderna, sometió la educación, la investigación, la ciencia y  la cultura en general a las condiciones de una producción industrial masiva. Por los recursos involucrados, por la concentración masiva de hombres y mujeres en tal quehacer, por el aprovechamiento de instrumentos de comunicación e informáticos, programas y softwares que hacen de la producción cultural una industria colosal.


 


De modo que la condena genérica de la cultura como una mercancía y de las industrias culturales no es correcta. Parece limitarse a la mera reivindicación de un creador, docente, músico o artista como puro productor cultural individual frente a la empresa capitalista y la producción social. La crítica, cuando se extralimita en la impugnación genérica de la industria cultural, sugiere que lo que importa en el ámbito de los creadores es respetar el principio de que “small is beautiful”, sólo “lo pequeño es hermoso”.


 


Es como socialistas que defendemos al artista que trabaja en la cultura de la expoliación, que implica someterlo a la separación de sus medios de trabajo. Defendemos sus reclamos y denunciamos la imposición de tendencias, gustos, modas, guiada por el norte del lucro extraordinario.


 


Nuestra meta supone superar la producción mercantil cuando los productores trabajadores están en condiciones de apropiarse íntegramente de las condiciones de esa producción masiva, moderna, altamente tecnificada, con las mejores herramientas para el trabajo colectivo. La producción cultural, aún con sus especificidades, no escapa a esta determinación. Pasaremos entonces de una socialización humana mutilada por la explotación, y del vínculo entre los hombres por medio de las cosas que se venden y compran, a una sociabilización directa y superior mediante una relación directa entre los hombres productores, conscientes de la obra que culmina el desarrollo de relaciones sociales durante siglos, mercancía e industria mediante.