Dismaland o la decadencia del capitalismo
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Nadie sabe quién es. Lo califican del artista vivo más popular de Gran Bretaña. Sus obras se adquieren a cifras astronómicas aunque él, alguna vez, se ha encargado de vender sus grafitis a 60 dólares en una calle cualquiera de Nueva York. Ha hecho pinturas en medios de los escombros de la bombardeada Gaza. Banksy, de él hablamos, acaba de terminar de exponer su obra más grande: el parque temático “Dismaland”, una emulación irreverente, irónica y macabra de Disney. Por el parque, que fue montado en el sur de Inglaterra, pasaron 150 mil visitantes. Ahora, a ese material (metales, instalaciones, maderas) lo convertirá en refugio para inmigrantes en Calais, Francia.
“Dismaland” -que fue inaugurada el 21 de agosto y duró hasta el 27 de septiembre- mostraba una réplica quemada del castillo de Disney; a Cenicienta muerta en un accidente de carroza, con los paparazis fotografiándola; una estatua retorcida del personaje de la Sirenita en un lago sucio; carteles de denuncia contra el capitalismo y la represión policial; globos con la leyenda “Soy un imbécil”; una pileta con una patera repleta de muñecos de inmigrantes, algunos ahogados en el agua; un exhaustivo control en la entrada como si se entrara al Pentágono. En otras palabras, una visión post-apocalíptica de Disney. Una visión brutal de la decadencia del capitalismo. Una metáfora política: la fantasía de un cuento de hadas que termina en tragedia.
“Es parque temático no recomendable para los niños e incómodo para la familia”, ironizó Banksy. Los diarios europeos consignaron que los 4.000 visitantes que hubo por día superaron a los 3.907 de la retrospectiva sobre Matisse de la Tate, la más exitosa en la historia del museo. La entrada costaba tres libras. El parque fue levantado en un recinto abandonado de 10.000 metros cuadrados en la ciudad balneario Weston-Super-Mare, en North Somerset, una zona costera al oeste del Reino Unido. A sus obras, Banksy sumó las de 58 artistas internacionales, de 17 países, algunos reconocidos como Damien Hirst, pero también de artistas urbanos desconocidos. Las activistas rusas Pussy Riot dieron un concierto en los últimos días.
Banksy mantiene oculta su identidad desde que comenzó con sus pintadas callejeras en los ochenta. “No puedo creer que ustedes, idiotas, realmente compren esta mierda”, respondió ante la cotización de tres de sus trabajos en una subasta de Sotheby´s en 2006. En junio pasado, un grafiti que había pintado en un remolque fue subastado por 625.400 euros.
En marzo de este año, hizo pintadas en las calles de Gaza en repudio contra los ataques de Israel. No es la primera vez que lo hacía: en 2005 había pintado sobre el muro levantado por Israel una niña elevándose gracias a un manojo de globos. Esta última vez pintó un gato de mirada cálida jugando con una bola de metralla; las siluetas de unos niños que se columpian sobre una torre de vigilancia israelí y una figura mitológica de la época helénica en un inconfundible gesto de dolor.
Banksy, un subversivo del arte.