Cultura

9/10/2020

El cuerpo en las canciones: la muerte de Gabo Ferro

Una voz potente, dulce y poderosa. Una poética que exploró la dimensión política del amor, y que incluyó un desgarrador y sentido alarido por Mariano Ferreyra.

Este martes 8 de octubre, a los 54 años, murió el artista y cantante Gabo Ferro, víctima de cáncer.

Gabo Ferro había iniciado su carrera musical en los años ʼ90 como voz líder de la banda de hardcore Porco, originada en Mataderos, su barrio natal. Con la disolución de la banda en 1998, impone un parate en su vida artística pública y aprovecha para recibirse en la carrera de historia, que lo tendrá luego como docente. Siete años después, en 2005, y por impulso de sus amigos el guitarrista Ariel Minimal y el poeta Vicente Luy, reaparece en la escena con un disco solista que va a marcar un nuevo comienzo en su trayectoria musical y toda una línea estética en la producción de la corriente de cantautores del país.

A partir de allí lo que siguió fue un recorrido de 15 años, si no vertiginoso, al menos sí nutrido y productivo, que deja un saldo de trece discos, entre los solistas y las colaboraciones, y el recuerdo de presentaciones en vivo que pasaron rápidamente de algunas apariciones para un grupo reducido de jóvenes que trasnochaban en El Ojo Bizarro (un club del under en Córdoba) a conciertos en salas medianas de teatro con una acústica que permitía darse el lujo de prescindir de la amplificación. Podía con esto poner en primer plano el alarde de afinación en su voz potente, dulce y poderosa al mismo tiempo.

A la par de su carrera musical desarrolló su trabajo como docente e historiador, publicó libros de investigación histórica, además de una compilación de sus versos, con prólogo de la poeta Diana Bellesi, y tuvo su participación en obras teatrales.

La poética de las canciones de Gabo Ferro explora la dimensión política del amor. Su propuesta indaga y aborda los términos materiales en los que se puede concebir el amor desde una posición de identificación de clase y de género. Una especie de alteridad, condenada por la historia a no ser más que sufriente o espectador del sentir ajeno, que abandona su lugar subalterno y toma la posición de sujeto. Canciones que un hombre no debería cantar, el disco que editara en 2005, discute desde el título contra la idea, expresada en alguna ocasión por Edith Piaf, de que el lugar de la súplica amorosa contra el abandono sería un lugar reservado exclusivamente a la mujer, como una especie de condena asumida con la debida circunspección que corresponde al sexo. “El amor no se hace / ese verbo de segunda / es lengua de explotador” cantaría en algunos versos de ese álbum, exponiendo que ni el amor ni sus concepciones escapan a su carácter de clase.

El expresivo título de Todo lo sólido se desvanece en el aire, conocida frase del Manifiesto Comunista, que asume su siguiente disco del año 2006, sirve para presentar un álbum que se dedicará a profanar lo que se ha instaurado como sagrado para exponer o intentar exhibir de forma poética y musical, desbaratando los prejuicios y las concepciones impuestas, las verdaderas condiciones de existencia y de relaciones entre las personas. Si el mercado impone una imagen y la industria fabrica un disco, Gabo Ferro ubica un texto en la portada del álbum y destaca que un disco son fundamentalmente música y canciones. De allí la imagen de un Dios que no conoce los placeres del amor, que no conoce el trabajo, y pide desesperadamente un beso y un padre. De allí la imagen del carpintero “con cuerpo de niña curiosa y atenta”, que se enamora de la costurera, “una buena mujer con cuerpo de niño y manos bien dispuestas”.

Los temas recurrentes del dolor, el amor y la melancolía encontraron en los versos y las canciones de Gabo Ferro una mirada que los hizo productivos al ubicarlos en su perspectiva histórica. Las formas de vivir los sentimientos son también históricas y no escapan a las condiciones de la lucha de clases. Esta es una idea que atraviesa la producción y la poética de las canciones de Gabo Ferro.

Una muerte en octubre no es un hecho casual. Exactamente diez años después del asesinato de Mariano Ferreyra por parte de una patota de la burocracia sindical, otro cáncer ha matado a Gabo Ferro. En su momento, Gabo Ferro había participado en la grabación del álbum Cuerpo. Canciones a partir de Mariano Ferreyra, aportando una canción, la que abre el disco, repudiando el asesinato de quien quizás hubiera podido ser su alumno en la carrera de historia. Para esa ocasión Ferro convocó a músicos amigos para grabar la canción, pero sólo recibió negativas, con el argumento de los músicos de no querer “contaminar” sus “carreras” con la política. Decidió entonces grabar la canción en solitario, sin mayor instrumentación que su propia voz, expulsada como huyendo, en sentido contrario a la dirección del micrófono. El resultado es una versión de un alarido desgarrador que (otra vez con perspectiva histórica) se compadece de un tonto asesino que no puede asesinar porque “no habrá hombre muerto si no se olvida”.

Una muerte en octubre no es un hecho casual. ¿A quién mató el mercenario que disparó contra el Che Guevara en Bolivia mientras éste lo miraba a los ojos? ¿A quién mató la patota de una burocracia sindical devenida empresaria si hoy el muerto y sus causas están más vivos que sus propios asesinos? ¿A quién mató el cáncer que devoró el cuerpo de Gabo Ferro si su cuerpo ya estaba volcado entero en sus canciones?