Cultura

25/11/2010|1156

Nuevo libro: “El gran diseño” de Stephen Hawking

Acaba de ser lanzada la edición castellana del último libro de quien es considerado el mayor físico vivo contemporáneo, escrito en coautoría con su colega Leonard Mlodinow. Remata una vasta obra de divulgación, que comienza más de una década atrás con su célebre Historia del Tiempo, el texto de su género más vendido de todos los tiempos.

Ya entonces Hawking hurgaba en el origen del universo, el momento de la “gran explosión” (big bang). Fue la cuestión que quedó planteada con el descubrimiento, en los años ’20 del siglo pasado, de que el universo se encuentra en expansión, como una especie de globo cósmico. La novedad remitía, por lo tanto, a la fuerza derivada de un estallido primigenio. Hawking conjeturaba, entonces, que ese momento fundante universal constituía un misterio insondable para la ciencia, habilitando las especulaciones sobre una “creación” sobrenatural. Ahora, en cambio, su planteo opuesto no es original pero sí concluyente: la explicación del comienzo de “todo” no requiere la intervención divina, basta con apelar a las leyes de la física… y a Darwin.

La Nada

El universo puede ser explicado a partir de la espontaneidad …”creado de la nada”, según las palabras del propio Hawking. La “nada” es, sin embargo, algo bastante más sutil de que lo que parece en primera instancia. La vida misma surge en nuestro planeta de la nada (nada de vida). Se origina en la materia sin vida preexistente, es decir, en la no-vida. La materia “muerta” alumbró, en su evolución, una forma superior de existencia que llamamos vida. La primera contenía, por lo tanto, la posibilidad de existencia de la segunda. Del mismo modo, el Universo y su contenido, tal como lo conocemos, surgió de la nada (nada de universo), pero de una nada que determinaba sus posibilidades de existencia. Lo que anticipa Hegel en la Ciencia de la Lógica.

La “nada” para los físicos significa indagar en esas posibilidades de existencia a partir de los mayores avances de la física moderna (la teoría de la relatividad y la teoría cuántica), para los cuales esa “nada” era algo muy distinto a una suerte de vacío absoluto. Una “nada”, por lo tanto, poblada de potencialidades, de partículas virtuales, de energía, campos de fuerza y dimensiones que no podemos percibir. Las leyes de funcionamiento de nuestro universo están muy alejadas del sentido común y se presentan con una apariencia incomprensible para nuestra experiencia más inmediata. Pero no menos incomprensible que el “milagro” de encender una pantalla y descubrir este mismo texto en una computadora, en el mundo virtual de internet. Algo que revela la inmensidad de la aplicación práctica y de la verificación en los hechos de las teorías físicas que revolucionaron la concepción del mundo en el último siglo.

El libro de Hawking reúne e integra los avances logrados hasta el momento en las diversas hipótesis científicas sobre el origen del universo, las que deberían ser examinadas a la luz de la verificación empírica, como se viene desarrollando en los últimos años. A principios de este mismo mes, el mayor colisionador de partículas subatómicas del mundo -conocido como la “máquina de Dios” “creó exitosamente un mini big bang, en un experimento que creó temperaturas un millón de veces más altas que las del núcleo del sol” (New York Times, 13/11).

El todo

Hawking retoma en su libro una tesis del físico Hugh Everett, según la cual nuestro universo es, en verdad, parte de un escenario inmensamente más amplio, el “multiverso”, de una plétora de universos, cada uno con sus propias leyes. Incluyendo el nuestro, que reúne las condiciones excepcionales que debe reunir para permitir el surgimiento de bichos como nosotros, que nos dedicamos a investigarlo. Con la teoría del “multiverso” y siguiendo a Darwin, los autores de El Gran Diseño explican el llamado “ajuste fino de las leyes físicas”, una suerte de misterio que siempre estimuló la apelación a alguna fuerza sobrenatural por las condiciones únicas y excepcionales que reúne para explicar la vida.

Por ejemplo, si la fuerza que mantiene integrados los núcleos de los átomos (protones y neutrones) fuera infinitesimalmente mayor o menor al valor que conocemos, la fusión nuclear que permitió pasar de los elementos más simples de la materia (hidrógeno, helio…) a los más pesados e indispensables para la vida (carbono, hierro…), no estaríamos acá contando el cuento. Este y otros ejemplos son habitualmente usados para plantear la existencia de un “diseño inteligente” que sólo podría atribuirse a una creación divina, porque de otra manera no habría ninguna probabilidad de concretarse el mentado “ajuste fino” de la física que permitió el surgimiento de la vida.

No hace falta: “así como Darwin y Wallace explicaron cómo del diseño aparentemente milagroso de las formas vivas podía aparecer sin la intervención de un Ser supremo, el concepto de ‘multiversos’ puede explicar el ajuste fino de las leyes físicas sin necesidad de un Creador benévolo que hiciera el universo para nuestro provecho” (El País, 13/11). En definitiva, nuestro universo es tan azaroso e improbable como cada uno de nosotros mismos: sólo la improbabilísima unión de un espermatozoide y un ovario entre millones de posibilidades en el espacio y el tiempo nos trajo aquí. Pero aquí estamos, como eslabón de una larguísima evolución: los casi 14 mil millones de años, se supone, que nos separan del big bang.

Mucho tiempo, azar y selección natural parecen darle la razón a los biólogos que consideran al darwinismo como el ingrediente clave para la nueva concepción del mundo que se estructura con la ciencia moderna. El “fundamento histórico natural” de nuestra tesis, le dijo el propio Marx a Engels, un siglo y medio atrás.