Cultura

4/6/2025

El grito críptico de la bestia pop: 40 años de Gulp

La ópera prima de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Del subsuelo al mito.

La carátula del disco

En 1985, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota lanzaban Gulp, su primer disco. No fue un debut colorido ni esperanzado: fue una descarga eléctrica envuelta en códigos, un manifiesto cifrado contra los nuevos amos del presente.

A cuarenta años de su aparición, Gulp no es una pieza de museo, sigue presente. Es un archivo vivo de lo que puede la música cuando no se somete. En tiempos donde la democracia se vendía como espectáculo y la cultura popular comenzaba a domesticarse, los Redondos, como tantos otros, eligieron la desconfianza como estética, y la autonomía como práctica. Con letras que desarmaban el sentido común y un sonido que no buscaba agradar y conformar, abrieron una grieta por donde se filtró una nueva forma de decir y de escuchar.

Este disco fue, y es, más que un comienzo: fue la fundación de un lenguaje que todavía nos interpela. Porque Gulp no canta al futuro; advierte que el pasado sigue respirando entre las ruinas de lo nuevo.

Un parto entre las sombras

Lanzado en pleno fervor democrático, el disco de los Redondos operaba en otra frecuencia. No hablaba de reconciliación ni de consenso: hablaba en clave, con imágenes rotas y melodías densas. Venía a decir que lo monstruoso no había sido derrotado.

En el mapa del rock argentino de entonces, Gulp ocupó un lugar incómodo. No tenía la sofisticación técnica de Spinetta, ni la ironía pop de Soda Stereo, tampoco la épica de Los Abuelos de la Nada. Los Redondos no encajaban. Y no querían encajar. Su aparición fue más parecida a una irrupción que a una presentación en sociedad. Grabado con recursos mínimos, producido por Lito Vitale en secreto y con distribución artesanal, el disco encarnaba una decisión política: existir por fuera del mercado, de la industria, de los reflectores.

Gulp no busca comprensión. No interpela con claridad ni baja línea directa. Habla como el susurro de un sobreviviente, como un panfleto recortado en mil pedazos. Las letras del Indio Solari, alejadas de la narrativa lineal, funcionan como espejos rotos: devuelven mil imágenes, pero ninguna certeza. Ahí radica su potencia. En tiempos donde todo discurso parecía necesitar una moraleja, los Redondos proponían un enigma.

Musicalmente, el disco oscila entre el rock crudo y teatral, el funk bastardo y una psicodelia seca, urbana, áspera. No hay virtuosismo exhibicionista ni producción lujosa. Hay intención. Hay densidad. Desde Barbazul Versus el Amor Letal, con su lúgubre temática carcelaria, que abre el disco, pasando por disruptivos personajes del paisaje urbano (como en Roto y mal parado, La bestia pop o Pierre el vitricida) y pasajes más distendidos que cantan al amor (Te voy a atornillar, Yo no me caí del cielo), el lenguaje y la poesía es protagonista. No hay estribillos fáciles ni frases para corear sin pensar. Cada línea parece escrita con tinta invisible para quien no quiera leer entre líneas. Pero para quien escucha con el cuerpo, Gulp vibra. Y alerta. Es una poética que no busca convencer, sino despertar. Una música que no acompaña al sistema: lo sabotea.

La decisión de grabar y distribuir el disco de forma independiente, con recursos limitados y sin intermediarios, no fue solo una necesidad: fue una declaración de principios. Cada etapa de Gulp -desde su grabación en el estudio de Lito Vitale hasta su circulación por manos amigas- fue un acto de autogestión. En una época donde la industria empezaba a devorar al rock, los Redondos, en sus comienzos, eligieron la trinchera.

A cuarenta años de su aparición, Gulp suena como un eco de otra época, pero no deja de ser un espejo del presente. Ahí está, resistiendo al paso del tiempo. Hablando aún con su lengua rota. No como un testimonio muerto, sino como una chispa. 

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