Cultura

30/1/2014|1301

“El lobo de Wall Street”

CINE

Scorsese ha dicho que, en su película “El lobo de Wall Street” ha buscado crear una empatía entre el capitalista estafador y el público, para enseguida desubicarlo. Arranca de “la naturaleza humana: la ambición, la sed de poder, el deseo de conquistar todo (…) para llevarla más lejos, empujarlas más en términos de estilo, de salvajismo, de locura”. Se empeñó para que al espectador “lo fascine lo suficiente como para querer ser parte de él. De ese modo, cuando ese orden se da vuelta, el espectador se ve obligado a replantearse qué lo hizo querer estar en ese lugar” (Página/12, 2/1). ¿Un intento subversivo disfrazado de complacencia o complacencia disfrazada de subversión?

La respuesta surge sola, cuando se observa que los “justicieros” que se encargan de poner entre rejas al capitalista estafador son dos agentes estatales -uno de la Comisión de Valores, el otro del FBI. Para Scorsese son americanos de cepa, que viajan en subte como lo hace un negro sin trabajo.

A diferencia de otras películas que tratan el tema de la especulación bursátil, “El lobo…” no ve señales de un derrumbe del capitalismo.

Todo lo contario: sobre el final, el estafador, ya libre, reinicia su itinerario a partir del modesto oficio de vendedor de biromes. El director refleja la opinión de una parte de la burguesía de que la crisis ha quedado atrás. El mundo gira, como un trompo, siempre sobre un eje que es supuestamente el mismo.

En la película, Wall Street y las crisis del sistema capitalista en crisis funcionan como un espejismo de otra cosa, de la “naturaleza humana”, a la que presenta como naturalmente codiciosa. Las víctimas de la especulación capitalista son reales, pero por sobre todo ficticias, porque aspiran, en su fuero interno, en convertirse en victimarios, no en abolir las condiciones de la victimización. El “broker” (comisionista de bolsa) estafador se distingue del “broker” corriente, pero ambos tienen la misma base de operaciones: el mercado de los mercados, el mercado de capitales. La Comisión de Valores y el FBI son los garantes de la plataforma de la estafa. “El lobo…” no es un título elegido al azar, alude a la vieja tesis del “hombre, lobo del hombre”.

Scorsese y “El lobo…” se meten en el mundo de los deseos. Los describen con lujo de detalles, convierten a una gama de deseos en modelo. El relato, sin embargo, incurre en una ‘gaffe’, porque, en una escena inicial, la excitación es representada por el riesgo que comporta la especulación y la estafa, mientras que la relación sexual se muestra como un tranquilizante. La adrenalina está en el negocio. El mundo de los deseos humanos aparece invertido.

“El lobo…” forma parte de una guerra cultural y de un relato mistificador. Simplemente, ni la crisis ha concluido ni menos aún las catástrofes con que el capitalismo amenaza a la humanidad.


Sara Michels