Cultura

15/5/2014|1314

El prado del Ganso Verde

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“Una legua, más una legua, más una legua, más una… más una…”. Con esa letanía, que deconstruye el nivel semántico del texto y lo transforma en música, casi en un mantra, abre y cierra El Prado del Ganso Verde, texto dramático de Eugenia Cabral. Estructura circular, que nos adentra en la inmensidad (y en la soledad) de la Patagonia y de las Islas Malvinas al mismo tiempo.

Riquísima intertextualidad lograda con fragmentos de La guerra al Malón, del Comandante Manuel Prado, publicado en 1907, que da cuenta de las peripecias del ejército nacional al mando de los generales Villegas, Alsina y Roca, en la denominada Campaña del Desierto, que Cabral incorpora para hacerlos dialogar con la producción ficcional de las preocupaciones del sargento Jorgelino Pérez y el soldado Estanislao Pérez, únicos personajes de la obra.

La puesta en escena es austera, apela a la construcción definitiva del ámbito escénico por parte del espectador, de las reminiscencias, recuerdos y representaciones que guarda respecto a esos islotes desérticos, al frío y al viento: dos grandes ventiladores, telas (blancas y azules) ropa militar diseminada, contraluces fríos, linternas y poco más, son suficientes para recrear un espacio inhóspito, indefinido, ajeno. Un “no lugar”. Tal planteo escénico deposita en los actores todo el peso dramático, que resuelven con total solidez. La actuación se distingue por el tratamiento metafórico. Un acierto del director Giovani Quiroga que no se permite, además, caer en golpes bajos.

La acción transcurre entre el 27 y el 29 de mayo de 1982, día en que el Teniente Coronel Piaggi, a cargo de la tropa argentina, firma la rendición, desarrollándose una de las batallas más tremendas de la guerra de Malvinas, Goose Green, que los argentinos llamaron erróneamente Prado del Ganso Verde, estratégica a los efectos de recuperar Puerto Argentino por parte de las tropas inglesas.

No se trata de una elegía a la heroicidad, tampoco de un panfleto, siquiera de un manifiesto antiimperialista. La obra constituye una “historia mínima”, el relato de una “microfísica” que participa de una misma unidad histórica: el destino de los reclutas utilizados por la Generación del 80 para exterminar pueblos originarios en favor de los intereses expansionistas de la oligarquía, de aquellos “que habían pagado la conquista” (Roux, Luis. En Las matanzas del Neuquén, de Curruhuinca-Roux, ed. Plus Ultra, 1984), y el destino de los reclutas y suboficiales utilizados por la dictadura militar con la pretensión de salir de su profunda crisis interna con un sometimiento mayor al imperialismo.

En palabras de la autora: “Fue una entrega de nuestro patrimonio cuando se ganó contra el indio en la ‘Conquista del desierto’; fue la misma entrega cuando se perdió con el inglés en 1982”. La laceración de los cuerpos aparece como un espejo que refleja el hambre, la falta de ropa y de calzado, el cepo como castigo, entre los dos episodios históricos. El “desierto” en acepción múltiple: como espacio y como lugar de asignación hacia el borramiento del otro. El humor aparece en precisas dosis para distender un clima de creciente agobio.

Las buenas actuaciones de Castello y Franco consiguen verosimilitud desde lo extraño, lo no empático, lo distanciado por momentos; logrando una revisita crítica que conmueve y convoca a la reflexión sobre un tan abordado episodio de nuestra historia reciente. “Para no regalarle Malvinas al nacionalismo burgués”, destaca la dramaturga Eugenia Cabral. Y se consigue.

Julio Cortés



El Prado del Ganso Verde puede verse todos los viernes de mayo a las 22 horas en el Teatro La Cochera: Fructuoso Rivera 541. Córdoba, capital. Actúan: Fernando Castello, Federico Franco. Diseño Técnico y Producción: Lucas Solé. Dirección: Giovani Quiroga.