Cultura

22/3/2022

El proyecto Adam, un velorio de las utopías

Nueva película de Netflix.

Malgastaría uno energías propias y ajenas queriendo volcar el diagnóstico definitivo sobre la calidad de entretenimiento que provee “El proyecto Adam”, el nuevo blockbuster de Netflix. Basta anotar el storyline de la cinta –un piloto espacial del año 2050 viaja hacia el pasado y, con la ayuda de su yo adolescente, busca salvar al mundo de un futuro funesto- para que los entrenados espectadores sepan qué esperar y si será de su agrado.

En este punto, los habituales intercambios de la crítica acerca de si la película consigue o no su cometido de entretener y conmover quizá opaquen la comprensión de qué visión anima, de manera más o menos consciente, el film dirigido por Shawn Lewy y protagonizado por Ryan Reynolds y su alter ego juvenil Walker Scobell.

La premisa relatada se hace clara en los primeros minutos, cuando el Adam de 40 años se aparece ante su joven versión, un nerd extremadamente lúcido y de lengua larga que sufre bullying en la escuela, a poco tiempo de que este haya perdido a su padre en un accidente. El piloto espacial ha viajado al pasado confrontando las órdenes y las balas de la corporación para la que trabaja, liderada por la antigua financista y “amiga” de su padre Maya Sorian (Catherine Keener), buscando descular qué hay detrás de la supuesta muerte accidental de Laura (Zoe Saldaña), esposa de Adam y también experta piloto.

Ya entrando en spoilers, Adam le revela a su joven yo que el viaje en el tiempo existe gracias a su padre recientemente difunto, el dedicado científico Louis Reed (Mark Ruffalo). Maya Sorian y sus huestes no tardan en aparecer, así como la esposa de Adam, Laura, quien lo había antecedido en el viaje al pasado y lleva cuatro años esperándolo. Antes de separarse nuevamente, Laura revela que Maya Sorian fue la primera en ejecutar el viaje al pasado, para garantizarse de esa forma un uso inescrupuloso del invento de Louis Reed y la consecuente dominación del mundo. Con ese conocimiento, los dos Adam viajan hacia 2018 con el objetivo de detener esta revolucionaria invención.

Esta trama de raigambre clásica aparece fuertemente cruzada, en explícito homenaje a films como E.T. y Volver al Futuro, con numerosas escenas y reflexiones de tinte sentimental a propósito de los vínculos familiares, el duelo y el crecimiento. Lewy y Reynolds, a su vez coproductores del film, son enfáticos en privilegiar este aspecto y la construcción de un tono que combine –en palabras de Lewy- “espectáculo, corazón y risas”. El director afirma que “esas películas ya no se hacen tanto”, pese a que tal híbrido es ya una norma en las superproducciones de Marvel. Yendo a la pantalla chica, es la combinación emocional que –análisis de algoritmos y rentabilidad mediante- estuvo en la gestación de Stranger Things, que tiene a Lewy como director en su tercera y cuarta temporadas.

Con estas coordenadas, el film trabaja en cerrar todas las heridas emocionales de los personajes y recomponer todos los lazos, incluso cuando para ello deba introducir elementos contradictorios con su inspiración “científica”, como puede verse en el epílogo del film. Pero detrás de estos resultados alegres, se esconde una visión sombría del presente y del futuro -tanto más sombría en la medida que no se reflexiona sobre ella.

El Adam adulto le señala a su émulo teen que el futuro del que viene es tan malo que, al lado de él, el porvenir de tierras arrasadas y máquinas destructoras que representaba el film Terminator sería como “un buen día” (se trata de un mañana tan horrible que Lewy no es capaz ni de representar). La descripción parece justificar la decisión de los protagonistas de destruir la invención de los viajes en el tiempo, pero ello solo si uno acepta la premisa oculta: que, pese a cualquier esfuerzo de los protagonistas, el único destino posible para ese descubrimiento es ser acaparado por las corporaciones. La humanidad, debemos asumir, es incapaz de digerir un avance científico, ya que el mundo será siempre dominado por aquellas.

En el hilo romántico que ha animado a gran parte de la ciencia ficción desde Frankenstein a Terminator, que entrelaza inexorablemente desarrollo tecnológico con nuevas catástrofes humanitarias, el mesianismo y la nostalgia aparecen sin embargo entrelazados con señales contestatarias. En El proyecto Adam lo único que tenemos es el liso y llano miedo al futuro. En el comienzo de un gag, la madre de Adam le dice a su hijo “mejor empieza a ocuparte del futuro, porque llegará antes de lo que crees”, mientras que a lo largo del film el padre de Adam insiste en un aforismo romano que reza “Disfrutad. Es más tarde de lo que crees”. Pero un presente que se declara incapaz de preparar el futuro aparece recortado severamente, y su disfrute limitado al goce inmediato (recuérdese que “es más tarde de lo que creemos”, hay que gozar ahora) o con suerte a la vida profesional y amorosa.

La trama de El proyecto Adam, de hecho, está reducida a la novela familiar, incluso cuando en ella está en juego el futuro de la humanidad -de nuevo, el desarrollo de la Historia está de espaldas a quienes la habitan.

Si todo esto configura un conformismo notable, otros componentes resultan aún más problemáticos.

La Maya Sorian del futuro asesora a su versión del presente sobre cómo burlar las obstrucciones del gobierno norteamericano, como si las ambiciones de las corporaciones no se realizasen justamente con la venia de este. Por lo demás, una cosa es aceptar las convenciones cinematográficas y el papel protagónico de la violencia en los cambios históricos, y otra aplaudir cómo -en un film gestado en el país de Columbine y Enoch Brown- un niño de 12 años asesina alegremente a unos enemigos a los que, por supuesto, no se les ve el rostro. Todo a control remoto y gracias a sus habilidades como videojugador -no hace falta demasiado vuelo para sentir aquí el eco de los drones que utiliza Estados Unidos en sus cacerías en Medio Oriente.

Parece una ironía que el verbo conmover, sobre el que machacan autores y reseñistas del film, suponga en su etimología “poner en movimiento”. El proyecto Adam es una invitación a la parálisis, y eso en el mejor de los casos.

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