Cultura

12/1/2019

“Escribí con distintas voces para mostrar ese contexto que hace posible el abuso”

Entrevista a Belén López Peiró, autora de la novela de no-ficción Por qué volvías cada verano, que testimonia el abuso que sufrió por parte de su tío comisario.

Foto: Leandro Binetti

Una novela de no ficción, de argumento oscuro y trama compleja, se convirtió en un verdadero acontecimiento literario en el caluroso verano macrista, con cientos de jóvenes hurgando estantes para conseguir un texto publicado por una editorial independiente.


Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró, hoy periodista, es el testimonio del abuso que sufrió entre los trece y los dieciséis años a manos de su tío, un comisario de pueblo que dejaba siempre, en cada uno de sus ataques, el revólver a mano.


La novela es polifónica y coral: se superponen diferentes voces y textos heterogéneos que acumulándose van dando espesor y sentido a la trama oculta de una denuncia. Allí intervienen todos: el fiscal que atrasa, el abogado que no entiende o prefiere no entender, la familia -la que acompaña y la que no, la que revictimiza, la que observa con respeto el “honor” del cana-, el primer novio, los vecinos escandalizados, la psicóloga, el abusador. En la atadura de esas voces Belén López Peiró revela los mecanismos de la impunidad, del silencio y la angustia, y por eso es un hecho político: el texto condensa, en el trayecto de su historia, un flagelo colectivo sobre el que se sostiene un sistema de abuso, violencia y explotación. El texto cristaliza, con los artificios de la literatura, un paisaje crudo y real: en un artículo reciente en Prensa Obrera, Olga Cristóbal señalaba que la “sordera judicial” en los casos de violaciones intrafamiliares –solo entre 1 a 2% de los denunciados recibe condena- “se explica porque el abuso sexual en la infancia desenmascara a la famosa célula base de la sociedad, el núcleo primario donde se aprende a obedecer, a callar y a que los más fuertes mandan. Develar la putrefacción de la familia es develar la putrefacción del régimen social que la embellece”.


El libro logró renombre al catalizar el estruendo social de las denuncias de Thelma Fardín y el colectivo Actrices Argentinas -la autora y la actriz venían luchando conjuntamente en el seno del movimiento de mujeres que durante todo el año pasado copó las calles de todo el país y gran parte del mundo. El escrito es, también, una iniciativa militante: una voz que se alza, que denuncia, que lleva atado un pañuelo verde, como lo hará la lectora, el lector.


Un texto que se construye de voces, también lo hace de silencios. ¿Cómo fue el proceso de escritura y selección con el valor y la carga que ese material tiene para vos?


El texto es polifónico, se construye de distintas voces que van más allá de la primera persona, que también varía a lo largo del texto: la narradora con la que comienza el relato no es la misma que la que termina. Tampoco son iguales los relatos que describen el abuso, ni los que hablan de reflexiones personales. Construirlo con distintas voces me parecía que ponía en evidencia ese contexto que hace posible el abuso. En un principio traté de escribir todas las voces que recordaba, obviamente a través de mis representaciones. Escribir sobre eso, sin pensar en quién lo iba a leer, qué es lo que iba a decir, si estaba bien o estaba mal… Entregarme también a mi tallerista que es Gabriela Cabezón Cámara [NdeR: escritora y periodista argentina, fundadora y activista del colectivo #NiUnaMenos] que me dijo: dejá todo lo que estés escribiendo y seguí con esto. Sabía que ella lo iba a leer y a guiarme en el proceso creativo.


Después hay un momento en el que se limpia todo ese contenido. Y una vez que estaban todas las voces sobre la mesa, que creía que no iban a entenderse si yo les ponía un nombre porque no estaban contando la misma historia, se demostró lo contrario: había un hilo conductor, invisible, pero que las unía y juntas hacían ese coro de voces que contaba la historia del abuso. Una segunda parte fue el proceso de rever todas las voces, decidir cuáles iban y cuáles no, empezar a limpiar el lenguaje, o sea, dejarlo lo más crudo posible, teniendo en cuenta que yo quería que sea un golpe para cualquier persona que se acercara al texto, agregándole fragmentos de la denuncia.


¿Qué cosas nuevas encontrás en el texto ahora que cientos de jóvenes se volcaron masivamente a las librerías para conseguir Por qué volvías cada verano? ¿Cómo se enriqueció con la experiencia colectiva?


Creo que el texto cobró un valor diferente, el de herramienta. Si bien en un primer momento me sirvió a mí, para reconstruirme, para sanar, después se volvió colectivo, una herramienta colectiva. Hay un montón de mujeres que al leer el libro se leyeron, que encontraron su historia, escrita en otras palabras, pero a veces no es fácil identificarse con otra mujer, sentirla cerca, que se puede salir, que hay una vida después de la violencia. En ese sentido fue clave y obviamente al libro le aportó muchísimo, muchísimas más voces y testimonios de mujeres con una circulación que para mí es inesperada y muy valiosa.