Cultura

3/6/2010|1131

Retratos en un mar de mentiras

-Exclusivo de internet

Pocas películas colombianas han logrado retratar la cruda realidad del conflicto armado como lo relata “Retratos en un mar de mentiras”, de Carlos Gaviria. Lejos de la burda interpretación unilateral que raya con el oficialismo, que otras películas similares como “La milagrosa” le imprimen a la historia, la película de Gaviria cuenta las cosas con una veracidad lamativa. Sin la payasada habitual de querer mostrar sólo los crímenes de la guerrilla se habla del terrorismo de Estado sin tapujos.

La historia comienza en Bogotá, donde después de un derrumbe, Marina (Paola Baldion) pierde a su abuelo. Luego del siniestro iniciará un viaje a bordo de un destartalado Renault 4 junto a su primo Jairo (Julián Román), un fotógrafo itinerante, rumbo a su pueblo natal en la costa del Caribe. Durante el viaje se irán revelando, con hermosos paisajes y episodios recurrentes de la cotidianeidad violenta de Colombia como trasfondo, escenas del duro pasado de la desequilibrada Marina y memorias traumáticas sobre su desplazamiento. En busca de unas tierras que heredaron de su abuelo, los primos se encontrarán de la peor manera con la sangrienta verdad que se esconde detrás del desplazamiento forzado, el robo de tierras y la impunidad con que el Estado colombiano y el gobierno de Uribe cobijan a los paramilitares y las Fuerzas Armadas.

A la par que va mostrando varios aspectos de la cultura y las costumbres de la costa atlántica, Gaviria exhibe audazmente cómo en esta región, cuna del paramilitarismo moderno y de la fortuna de Uribe, este fenómeno se ha arraigado como un aspecto casi natural en la vida de los habitantes. “Tocó acostumbrase a cerrar el pico”, como dice una mujer ligada al pasado de Marina.

En un país donde 4 millones y medio de colombianos han sido desplazados contra su voluntad, esta película llega como una denuncia necesaria contra el gobierno de Uribe.

Siguiendo la línea de películas como “La pasión de Gabriel” y el clásico “Cóndores no se entierran todos los días”, la película de Gaviria sobresale dentro de una cantidad interminable de babosadas a la que nos tienen acostumbrados las grandes productoras de cine colombiano.