Cultura
26/12/2017
Fito Páez en los tiempos de “Ni Una Menos”
Seguir
La ciudad liberada fue bien recibido por la crítica: la revista Rolling Stone lo calificó como el mejor trabajo del autor en los últimos veinte años y, en el mismo sentido, otros periodistas dijeron que constituye “el mejor Fito Páez del siglo”. Es un juicio interesante para acercar nuevamente con el músico rosarino a un público generalmente más inclinado por sus viejos trabajos –como “Giros” (1985) o “El amor después del amor” (1992)– que por la deriva posterior de su obra.
Lo cierto es que el primer disco de Páez bajo el gobierno macrista es un disco de alto voltaje político. Empezando por “Aleluya al sol”, calificado por el autor como “himno a la alegría de todos y más específicamente a las mujeres que luchan por sus derechos”. En él se retrata la “revolución” en que “todo el mundo en las plazas / con banderas grita / 'que no haya ni una menos'” y se recuerda que “crimen no es pasión”. Síntoma de los nuevos tiempos, Páez posa en la carátula del disco con los ojos pintados y bajo un montaje que lo presenta con cuerpo de mujer.
Nuevo mundo, nuevo disco
El “nuevo mundo” –tal el nombre de una de las canciones– del que hablará Páez a lo largo de dieciocho canciones y más de una hora de música, y que viene a continuar la saga del “viejo mundo” que pintó en 1984, no es un mundo unidimensional sino un tiempo de esperanzas y frustraciones. Donde “las bandas en Rosario se re-cagan a tiros”, donde “se quemaron ya todos los bosques del planeta”, donde “tocan los Rollings en La Habana y la revolución cubana pega un giro más hermoso y profundo” (los Stones tocaron en la capital cubana en 2016), y donde “perdieron todas las apuestas los cantores de protesta y el reggaeton mueve el mundo”, como asume en la canción “Se terminó” un artista que ha quedado hace tiempo apartado de la consideración masiva.
Es un Fito Páez que canta desde las tripas, como aquel al que le salió desde el alma “La casa desaparecida” (1999). Según la interesante reflexión de Mariano del Mazo (Radar, 10/12), el disco “funciona como el Honestidad brutal de Andrés Calamaro: una hemorragia de palabras y música que hubiese merecido el bisturí de la edición. O no: Páez es –no viene mal recordarlo– un artista y los artistas se permiten la desmesura”.
Dentro de esa incontinencia verbal sobresale “Islamabad”, una mirada crítica de la guerra 'antiterrorista' en la que se cuela alguna escala musical oriental. “¿Oíste hablar de los amputados de piernas y brazos en Medio Oriente, por el Dios en el que creen algunos de los que duermen del otro lado del sol?”, interpela Páez. “Liberté, egalité, fraternité”, cita el autor en el comienzo del tema, para luego arremeter:“¿Oíste hablar de los muertos en Argelia? Francesito que llevas por el mundo tu civilización, no me gusta que vengas a mi casa y me cuentes mi historia tan malamente, vos, que sos un hijo del sable europeo de Napoleón”. El telón de fondo de estas reflexiones es la caída de una bomba en el templo donde dos chicos se casan “para siempre” en la capital paquistaní.
Treinta años después
“La ciudad liberada” es un canto visceral a 30 años de “Ciudad de pobres corazones” (y un poco menos de “la ciudad de los pibes sin calma”). Donde se pelea “contra los nazis y los fachos de mierda”, reina el hambre y a mucha gente le falta un techo, o donde a los pibes les meten balas.
Desde un punto de vista estrictamente musical, quizás merecen destacarse “Tu vida, mi vida” (con la base de “No soy un extraño” de Charly García) y “La mujer torso y el hombre de la cola de ameba”. Como “hombre lobo (yo)”, de su anterior trabajo Rock and roll revolution (2015), son perlas de esta última etapa que se colocan al nivel del Páez más inspirado. Algunos temas recuerdan a otros más viejos: “Plegaria”, por ejemplo, se parece a “Buena estrella”, de Abre.
Política
Fito Páez nunca fue un artista ajeno a la política. En 1985, por ejemplo, tocó en un acto en el Luna Park impulsado por el Partido Obrero, por la formación de un Frente de Izquierda. Era la época de “Giros”, que contiene versos contra los generales que “mataron media generación” (“Decisiones apresuradas”) o el recordado “¿quién dijo que todo está perdido? / yo vengo a ofrecer mi corazón / tanta sangre que se llevó el río / yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Pero más aquí en el tiempo, fue un ferviente seguidor del kirchnerismo. En 2011, su comentario de que le daba “asco la mitad de Buenos Aires”, cuando Macri ganó las elecciones de jefe de gobierno, le valió la animadversión de buena parte del arco político. Fue acusado más tarde de cobrar cifras de cientos de miles de pesos por recitales organizados por el gobierno. Expresó públicamente su voto por Cristina Kirchner y en las Paso de 2015 organizó una cena en apoyo a la dupla Aníbal Fernández-Martín Sabbatella. Más tarde, tocó en alguna de las “plazas del pueblo” que el kirchnerismo organizó para disimular la ausencia de una lucha real contra el macrismo.
Los ecos del Fito Páez kirchnerista, que se adscribió a la experiencia nacionalista burguesa, están presentes en “El ataque de los gorilas” y en la referencia crítica a las señoras de las cacerolas en “Se terminó”. Pero no hay mucho más. La evolución de los artistas K tras la salida de éste del poder tiene un desenlace incierto.