Cultura

12/12/2002|784

Frida según Hollywood

La semana pasada se estrenó una nueva película sobre Frida Kahlo. Pocas artistas americanas han logrado atravesar el umbral hacia la leyenda como es el caso de la mexicana Frida Kahlo. Esta pintora, nacida el 6 de julio de 1907 en Coyoacán, México DF, lo logró gracias a sus impresionantes pinturas, a su poderosa personalidad, a su compromiso político y sus ideas avanzadas para el México de la época, y a haber estado casada, desde los 22 años hasta su muerte – a los 47 – , con quien fuera considerado en ese momento “el más grande pintor comunista”, el muralista Diego Rivera. Quedará para otra oportunidad su biografía. Ahora nos centramos en este edulcorado producto de Hollywood.


 


Frida. Matices de una pasión


El dolor prematuro (¿alguien puede imaginarlo?) de sostener la existencia con un esqueleto en ruinas. La ocurrencia de pintar, como quien escribe un diario personal y vuelca en cada lienzo (en cada página) un pensamiento traducido en imágenes (de sí misma, de sus anhelos, de sus desengaños, de sus nuevas convicciones) sólo para eludir la única pregunta que no tendría respuesta: ¿por qué a mí?


La pasión por los maestros de su vida: Guillermo, el padre (fotógrafo de su época y tutor incondicional), el muralista Diego Rivera, el revolucionario León Trotsky. La pasión por algunas mujeres que, en Frida, no fueron objeto de un ardor ocasional. En esas frecuentes “libertades”, Frida se jugó la secreta añoranza de confundir la propia imperfección en el arrebato amoroso con un cuerpo entero y diáfano. Quizás, también la esperanza de poseer (y ser competente para obtenerla) un poco de esa sensualidad que tanto alejaba a su pintor amado, de la cocina y la alcoba matrimoniales. Por fin, la confianza de arrebatarle a sus pares varones el premio al “macho mexicano”, bebiendo hasta la última gota de tequila y ganando, por caso, los favores de la bella y lúcida retratista Tina Modotti.


Por último, su concepción estética y política (siempre una y la misma cosa) plasmada en una obra que “habla” más del dolor del mundo que del de su pierna amputada, que denuncia menos de su pena que de su furia contra la injusticia, y que delata que su sistema emocional estaba templado en el sentimiento urgente de una revolución planetaria.


He aquí un resumen de lo que el espectador no va a encontrar en Frida, la segunda película de Julie Taymor (este año se estrenó Titus, su ópera prima), coproducida y protagonizada por la mexicana Salma Hayek, a quien secundaron los actores Alfred Molina (Diego Rivera), Ashley Judd (Tina Modotti), Geoffrey Rush (León Trotsky) y Antonio Banderas (David Alfaro Siqueiros), entre otros.


Presunta biografía de una de las pintoras latinoamericanas más estremecedoras del siglo XX, la película de Taymor no sólo achata las circunstancias vitales en las que Frida Kahlo se vio envuelta desde su infancia (la poliomielitis, el accidente, las veinticuatro operaciones). Circunstancias, por cierto, que ella utilizó para reflexionar sobre el mundo, desobedeciendo en mucho la comodidad de la autoindulgencia.


Taymor (quien se inspiró en la biografía de Hayden Herrera) propone una antología de postales de colores brillantes, de emblemas culturales mexicanos for export que resultan una pintura ingenua y grotesca, digna de Billiken o de una guía para turistas desprevenidos.


En cambio, se pierden de vista el contexto político, los debates estéticos de los movimientos vanguardistas y, sobre todo, dado que se trata de una biografía, los riquísimos matices de una vida atravesada por una gama de desdichas. Vulnerable y rebelde al mismo tiempo, nacida en un país de machos dominantes, Frida Kahlo se abrió paso entre el escándalo y la curiosidad, entre la autocompasión y la reverencia, entre la resignación y la lucha junto a los trabajadores. Amó, pintó y vivió (el tiempo que pudo, y pudo cuarenta y siete años) sin mezquinarse intensidades. Claro que nada de esto, siquiera, se insinúa en la versión que Hollywood fabricó para alivianar su deuda con la cultura mexicana.