Grissinópoli
La "Historia oficial"
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Auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación, se acaba de estrenar el documental Grissinópoli, el país de los grisines, de Luis Camardella y Dardo Doria. Este documental se refiere a la lucha librada por esa fábrica, ubicada en el barrio porteño de Chacarita, recuperada por sus trabajadores. La película abarca cuatro meses de este proceso, desde comienzos de agosto de 2002 hasta noviembre del mismo año, cuando la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires votó la ley de expropiación de la fábrica.
El enfoque de los realizadores se insinúa de entrada cuando en la breve introducción explicativa de los acontecimientos, habla de la década menemista, de la bancarrota económica, del cierre de fábricas y de la desocupación, pero sorprendentemente brilla por su ausencia el Argentinazo. Este preludio adelanta lo que después es un lineamiento central de la película: el fenómeno de la rebelión popular que dominó todo el escenario político y que se sintetizó en la consigna de “Que se vayan todos” está absolutamente desdibujado. La irrupción de las “fábricas recuperadas” sólo se puede explicar, sin embargo, al calor de esa rebelión popular y del papel desempeñado por el movimiento piquetero, las asambleas populares y los partidos políticos de izquierda, cuya presencia y acción fue determinante tanto para defender esas fábricas contra los desalojos como para arrancar la expropiación y otras conquistas. Grissinópoli no fue la excepción.
Llama la atención el carácter sesgado del material que los autores tenían a su disposición. ¿Por qué no se muestra la lucha viva de los compañeros de Grissinópoli, en acampes y concentraciones piqueteras, en inumerables marchas, en movilizaciones y asambleas barriales, en actividades culturales, en iniciativas de difusion?
Los compañeros de la fábrica no fueron ajenos a este proceso, ni lo vieron de afuera, como parece indicarlo la película, sino que en esos meses fueron haciendo, con sus contradicciones, un aprendizaje acelerado y asumieron cada vez un mayor protagonismo. El Encuentro de Fábricas Ocupadas y en Lucha, que el documental pretende exhibir como una manipulación del PO, es una de las expresiones más elocuentes de este proceso. La propia Ivana, una de las dirigentes de la fábrica, se encargó de sintetizarlo en ese memorable Encuentro que contó con la presencia de centenares de delegados del movimiento fabril y sindical, al decir que “además de grisineras ahora somos piqueteras”. ¿Por qué los realizadores, que toman el cuidado de reproducir escenas menores e insignificantes, sortean llamativamente el desarrollo de este acontecimiento?
La película presenta las cosas invertidas. Se denosta la presencia de las organizaciones de lucha y se ensalza, en cambio, la intervención del abogado Luis Caro, a quien se le exhibe como el artífice del triunfo.
El documental destaca la presencia de dos polos: el Partido Obrero y Caro, pero no esclarece, sino que distorsiona los términos de la confrontación entre ambos. La película nos presenta en Caro a un hábil abogado, supuestamente sin intereses políticos —como los ángeles, sin sexo—, y un grupo político —a la sazón el PO— que buscaría subordinar a los trabajadores a intereses supuestamente espurios, extraños a los trabajadores, cuando la realidad es que estamos en presencia de un puntero del gobierno, funcionario en su momento de la administración duhaldista, hombre de la Pastoral Social y candidato a intendente en las listas de Aldo Rico. Si hay un interés espurio es el que representa este personaje, cuya filiación la película oculta y que, al igual que D’Elía o Moyano, oficia de correa de transmisión del poder estatal apuntando a dividir las expresiones de lucha, aislarlas y cooptarlas políticamente.
Los trabajadores de Grissinópli, cosa que la película soslaya, votaron en su momento en asamblea un proyecto de expropiación, que fue presentado luego por el Partido Obrero y que contemplaba la expropiación definitiva de la planta y su entrega gratuita a los trabajadores, preveía un subsidio para capital de trabajo que permitiera a la cooperativa relanzar la producción y contemplaba la transformación de la fábrica en proveedor privilegiado del Estado. En ese momento, Caro se oponía a alentar cualquier intervención de la Legislatura con ese u otro proyecto de ley, porque promovía un arreglo con el juez para declarar la quiebra de la empresa. Quiere decir que el primer proyecto de expropiación vino de la mano del Partido Obrero. Recién cuando fracasó la maniobra de Caro en el ámbito judicial, éste pegó un giro, pero para pasar a propiciar una iniciativa a la medida de las bancadas mayoritarias que respondían a Ibarra y Macri, que se limitaba a tirar la pelota para adelante y que dejaba a los trabajadores en una situación extremadamente precaria.
Los trabajadores fueron sometidos a una verdadera extorsión, colocados entre la espada y la pared, forzados a aceptar este proyecto de expropiación trucho como “mal menor”, frente a la perspectiva de un desalojo. El hecho de que ante estas circunstancias de presión extrema esta “opción” hubiera recibido la viva adhesión de los trabajadores de Grissinópoli no desmiente el brutal chantaje montado desde el Estado contra la gestión obrera. El Partido Obrero retiró su propio proyecto, aunque denunció las limitaciones insalvables del proyecto que se votaba. Aun en esas circunstancias, el Partido Obrero tuvo un papel gravitante, como lo testimonia la propia película al reproducir la intervención de Altamira en la sesión donde se aprobó la expropiación.
Esa política de chantaje no se detuvo allí. Caro fue forzando cada vez más a los compañeros a deshacerse de los lazos que unían Grissinópoli con las tendencias de izquierda y combativas; en definitiva, con la rebelión popular. Como parte de esa cruzada, se terminó cerrando el “centro cultural” formado luego de la expropiación, el cual tuvo un papel muy activo en la solidaridad y defensa de la fábrica, y echó a sus organizadores.
La disputa entre Caro y el PO expresa, por lo tanto, la confrontación entre dos perspectiva políticas opuestas. Mientras la perspectiva encarnada por el Partido Obrero es la lucha por la gestión obrera, entendida como un peldaño hacia una transformación social y la reorganización integral de nuestro país sobre nuevas bases sociales, la política de Caro lleva a convertir a las fábricas recuperadas en un eslabón de su reconstrucción sobre sus bases capitalistas tradicionales. La autogestión no es más que otra cara de los “microemprendimientos” que viene alentando el gobierno kirchnerista, con los cuales se apunta a alentar salidas individuales, promover una atomización y desarticular una repuesta de conjunto frente a la crisis capitalista. No es la vía para una salida obrera sino para la autoexplotación y, en muchos casos, una pantalla para una tercerización encubierta. No es ocioso señalar que Grissinópoli está sufriendo en carne propia esta situación: los compañeros trabajan seis días a la semana, en jornadas de doce horas, tres días para una producción independiente y tres días para Tía Maruca; realizan trabajo a facón y están sometidos a la presión de este grupo empresario. Están sacando en la actualidad 800 pesos, es decir apenas por encima de la línea de la pobreza. Encima de todo, esta postergación salarial se acreciente porque, bajo iniciativa del abogado riquista, estarían apartando plata para la compra eventual de la fábrica. Una carga insostenible, como se puede apreciar, para el futuro de la gestión obrera.
El planteo central de Caro, como bien se encarga de resaltar la película, consiste en una reforma de la Ley de Quiebras que, agreguemos, viene siendo fogoneada por Caro y tiene media sanción del Congreso nacional, y plantea que se dé prioridad de compra a los trabajadores en el caso de las fábricas quebradas y abandonadas. El esfuerzo obrero iría a rescatar a la patronal vaciadora. Caro no es un abogado que actúa solo y desinteresadamente como lo presenta idílicamente la película, sino un engranaje de la política capitalista.
No es exagerado decir que estamos en presencia, por lo tanto, de la “historia oficial” de las fábricas recuperadas, una versión que tiende a vaciarla de su contendido de lucha, de su vínculo con la lucha de clases y en particular, con el Argentinazo; y, como tal, funcional al kirchnerismo. Esto es, por otra parte, más frecuente de lo que se piensa, pues cada vez que asistimos a un retroceso las fuerzas sociales que encarnan este proceso de restauración regresivo no resisten a la tentación de reescribir la historia y hacerla a su medida. Los realizadores de esta película, que tienen entre sus antecedentes la confección de un corto con pequeñísimas filmaciones de cada una de las fábricas dirigidas por Caro —y quien fue, agreguemos, quien los presentó a los obreros de Grissinópoli— son un eslabón de este proceso. Pero la “historia oficial” tiene patas cortas. Estamos frente a una historia cuyos principales capítulos están por escribirse. La última palabra la van a tener los trabajadores desembarazándose del chantaje y la manipulación del Estado capitalista, de la clase social que lo sostiene y de sus punteros.