En la navidad de 1983 (25 de diciembre) fallece en Palma de Mallorca el dibujante, pintor, escultor y grabador catalán, y uno de los mayores exponentes del arte abstracto en el mundo.

Nacido en Barcelona el 20 de abril de 1893, a sus 25 años realiza su primera muestra de arte, y dos años más tarde viaja a París. Tiempos de guerra civil en su España natal. Desde Francia su obra de arte se expresa en carteles de apoyo al ejército republicano. En 1937 participa en el Pabellón de la República Española, en la Exposición Universal de París.

De este modo se suma a la corriente surrealista. “El mismo ideólogo del surrealismo, André Bretón, considera a Miró como el más surrealista de todos os integrantes de ese movimiento. Y eso se debe a que es Miró quien utiliza de manera más pura el proceso creativo que define a esta búsqueda de “lo que está por encima de la realidad”: el automatismo psíquico” (3 Minutos de Arte, 21/12/2016).

El creador del Manifiesto Surrealista (1924), texto que Miró apoya con su firma, describe como la pobreza, el hambre y la persecución del fascismo atraviesan la obra del artista catalán, principalmente entre 1924 y 1925. Afectándolo con alucinaciones, que lo llevan a crear personajes pictóricos como El Carnaval del Arlequín (1925), Pintura Poema (1925), Perro Ladrando a la Luna (1926) y Liebre (1926).

Perseguido por el nazismo y el franquismo, utilizará el lienzo y el pincel para expresar su lucha, su resistencia. “La grandeza de Miró es que vivía en su tiempo y, cuando coincidió con momentos trágicos de España y el mundo, mantuvo firme su defensa de la democracia contra el fascismo y de Cataluña, su tierra contra la desmemoria” (El Boomeran, 17/10/2000).

En 1935 presenta el cuadro Hombre y Mujer frente a un montón de Excrementos, una de sus más reconocidas obras, de su etapa “Pinturas Salvajes”. Donde su creador explica que “Inconscientemente, vivía la atmosfera de malestar característica de cuándo va a pasar algo grave. Como antes de llover: la cabeza pesada, mal en los huesos y una humedad asfixiante. Era un malestar más físico que moral. Presentía una catástrofe y no sabía qué: fueron las guerras civil española y mundial. Traté de representar este ambiente trágico que me torturaba y que se sentía dentro de mí”.

Con su lápiz, su brocha, sus papeles, sus telas y sus manos desarrolló una revolución silenciosa, en la forma de hacer y ver el arte. Su maestría fue la herramienta para mover los cimientos de un mundo en revueltas. A cuatro décadas de su muerte, han quedado sus obras, hoy altamente solicitadas en museos y remates de arte. Pero a la vez la llama encendida por la libertad, contra avanzadas fascistas, sigue más vigente que nunca.

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