Cultura

20/6/2021

Juan Forn se fue, dejando mil historias

Murió a los 62 años el escritor argentino, que cruzó de manera única las biografías y los terremotos del siglo XX.

Como supimos casi todo de él, fue por los diarios que nos enteramos este domingo de la muerte repentina del escritor, editor, traductor y divulgador cultural Juan Forn. Un infarto se lo llevó a los 62 años, en Villa Gesell, donde había nacido y adonde había vuelto hacía años en busca de una vida más tranquila que la de la gran ciudad.

El nombre de Forn fue conocido por muchos de nosotros por sus columnas de los viernes en las contratapas de Página12, que él concebía con justicia como su gran obra literaria: “en lugar de tomarlo como un laburito secundario, una rutina laboral, me pregunté qué pasaría si lo convertía en el centro de mi actividad literaria”. En esos pequeños textos, Forn condensaba con una delicadez admirable una vida, una corriente o tal vez una sola obra o acontecimiento, construyendo retratos conmovedores de personajes tan ejemplares como diversos, en su mayoría artistas pero también amansadores de animales o revolucionarios como Jan Van Heijenoort (el “secretario tenaz” de León Trotsky).

Ese género hermoso de microbiografías, que data de las Vidas Paralelas de su admirado Plutarco y cuenta entre sus grandes creadores a Marcel Schwob (Vidas imaginarias), Borges (Historia universal de la infamia) y Danilo Kis (Una tumba para Boris Davidovich), alcanzaba en la pluma de Forn su propia magia, teñida de oficio periodístico y precisión literaria, y cargada de un acercamiento ávido, desprejuiciado y con mirada única del arte y de la historia. El bolero convivía con la prosa de Clarice Lispector, la música disco con la matemática: todo en la existencia humana era apasionante en esos seis o siete párrafos que edificaba para papeles fugaces, destinados a envolver huevos o encender el asado.

Junto a esa gran microobra, hubo novelas, cuentos y crónicas no menos cargados de vida e historia. En sus cuentos de Nadar de noche, los años que siguieron a la dictadura toman carnadura en personajes rotos por dentro y por fuera, que se construyen mutuamente: madres e hijas que tratan de entenderse, impostores que viven de la proyección ajena, padres que velan a sus hijos, viajantes fallidas, divorciados sin trabajo que intentan olvidar. Y una calma vertiginosa deja latiendo cada encuentro.

En la novela María Domecq, los episodios de su propia vida (en particular la pancreatitis que casi se lo lleva hace unas décadas) y de su aristocrática familia se cruzan como en un tapiz con los bemoles de la Historia. Allí desfilan con la misma exquisitez las huellas que la penetración imperialista en Japón dejan en la creación de la ópera Madame Butterfly, el descubrimiento de un amor y de sí mismo, la Guerra del Paraguay y los años de pasión por el bolchevismo en Extremo Oriente. Las páginas que dedica a las cacerías de la burguesía contra la clase obrera, en ocasión de la Semana Trágica, son a la vez el duro desvelamiento de una genealogía y una vívida muestra de las marcas de sangre del Estado argentino. Son fragmentos donde la lucha de clases se ve en toda su expresión, en contrapunto con las definiciones de Forn saludando años kirchneristas.

Maqueta del Monumento a la Tercera Internacional

En el afán de dar a conocer historias, Forn fue traductor de autores como John Cheever y Hunter Thompson y –a la cabeza de colecciones como Biblioteca del Sur- un editor clave, gracias al cual se publicaron desde los ’90 los primeros libros de destacados autores y autoras argentinos contemporáneos. Desde 2017 dirigía la colección Rara Avis de Tusquets, que debutó con la edición de las Anticonferencias de Isidoro Blaisten -uno de los escritores más expertos y graciosos que dio la Argentina- y dio lugar luego a la exitosa Las Malas, de Camila Sosa Villada.

Recientemente salió por Rara Avis la novela Moscú Feliz, de Andréi Platónov, que había permanecido enterrada por décadas por la burocracia de la URSS; la reivindicación de creadores que sufrieron el flagelo del estalinismo fue una constante en el trabajo de divulgación y los textos de Forn. En uno de ellos, el que dedicó al constructivista Vladimir Tatlin, contaba la fallida historia de su Monumento a la Tercera Internacional, que preveía una estructura arquitectónica jamás vista y la proyección de consignas revolucionarias hacia el cielo. Forn concluía diciendo que, si esa Torre existiera y proyectara estas consignas, “sería sin la menor duda el paisaje que más me gustaría contemplar cuando me llegue el momento de dejar este mundo”. Que no lo haya sido es una picardía de la historia.