“Kóblic” y los vuelos de la muerte
El cine argentino continúa engrosando los debates en torno al terrorismo de Estado, un capítulo abierto de la historia latinoamericana. La película Kóblic, de Sebastián Borensztein, lo hace desde un enfoque novedoso: los “vuelos de la muerte”.
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El cine argentino continúa engrosando los debates en torno al terrorismo de Estado, un capítulo abierto de la historia latinoamericana. La película Kóblic, de Sebastián Borensztein, lo hace desde un enfoque novedoso: los “vuelos de la muerte”.
En 1977, en medio del accionar genocida de la última dictadura cívico-militar, un aviador de la armada, Tomás Kóblic (interpretado por Ricardo Darín), es encargado de pilotear uno de los “vuelos de la muerte” que, entre tantos otros, integraron la lista de los perversos recursos que utilizó la dictadura para desaparecer personas, en este caso arrojándolas al mar.
Cuerpos desnudos de jóvenes, hombres y mujeres, gritos sordos y desgarradores y la convicción asesina de los uniformados marcan la memoria compungida de este piloto, que resuelve desertar y se instala, prófugo, en un pequeño pueblo del interior.
Con ayuda de un viejo amigo y armado de una siniestra frialdad, Kóblic se refugia en Colonia Santa Elena bajo la máscara de un piloto, aunque esta vez de un avión fumigador. Intenta pasar inadvertido y escapar de su oscuro pasado. Sin embargo, el entorno, aparentemente tranquilo, comienza a complicar su permanencia y no tarda en derrumbar su estrategia.
El comisario Velarde (una espectacular actuación de Oscar Martínez) se muestra incómodo por la presencia de Kóblic, la cual, sospecha, puede poner en peligro sus negocios vinculados con la prostitución y perjudicar el poder que supo construir tras muchos años de imponer una feroz autoridad sobre el pueblo, su lugar. Kóblic se enamora de Nancy, una lugareña (la española Inma Cuesta) que busca también escapar de su propio infierno al cual está sometida por su pareja, otro de los personajes despiadados.
En este marco se desarrolla la trama, que intercala escalofriantes imágenes de aquellos vuelos, persistentes en la conciencia del piloto, con sucesos aterradores de la cotidianidad de este pequeño pueblo -violencia de género, trata de personas y el accionar atroz del comisario, al cual la incertidumbre lo perturba cada vez más.
El film lleva a la pantalla grande una figura polémica: el arrepentido. Un engranaje, una pieza clave de la maquinaria, que luego de haber practicado los crímenes se refugia en la obediencia debida y trata de escapar negando un pasado indeleble.
La película ilustra una figura llena de remordimiento, que carga el yugo de haber sido parte de esta brutal masacre de la historia argentina y elige, a pesar de eso, subordinarse a sí mismo a una vida en las sombras. Un hombre que desarma su vida por completo en un intento por hacer a un lado sus contradicciones.
El film trae a la memoria el caso del militar condenado Adolfo Scilingo, quien, en carácter de arrepentido, reconoció por primera vez, en los ’90, los “vuelos de la muerte” y los detalles de su criminal metodología (este único arrepentido fue condenado en España a 1.084 años).
En el caso ficcional de Kóblic, el protagonista no muestra intención de confesar su crimen ni de denunciar al alto mando genocida; en cambio, elige permanecer en una silenciosa y cómplice clandestinidad, a pesar de la inestimable información que pudiese tener acerca de los lugares donde se encuentran los cuerpos o las complicidades y responsabilidades involucradas.
Los militares, por su lado, no persiguen a Kóblic ni se ocupan de buscarlo, sino que le ofrecen la posibilidad de volver a su trabajo y retomar sus tareas, algo que el protagonista decide rechazar a pesar de estar cerca del retiro de la fuerza.
Con el arrepentimiento, los tormentos, el amor y la necesidad de una nueva vida, la película construye un personaje que se va volviendo empático a medida que avanza la película, en contraste con el perfecto retrato del comisario corrupto y déspota, a quien enfrenta. Queda de este modo, de fondo, una mirada benévola y exculpatoria sobre la figura del arrepentido. Pese a eso, no deja de ser valioso el aporte cinematográfico, como denuncia, sobre aquella metodología del genocidio.
La pelea de familiares, organismos de derechos humanos y organizaciones sociales, que luchan hace 40 años por el esclarecimiento de los crímenes, irá hasta las últimas consecuencias para que tanto los arrepentidos como los que reivindicaron su accionar paguen con la cárcel común. Por la memoria, la verdad y la justicia.