Cultura

16/3/2022|1640

La cancelación de los artistas rusos y la hipocresía de la Otan

Valery Gergiev, exdirector de la Filarmónica de Munich

El reconocido director de orquesta argentino-israelí Daniel Barenboim realizó este domingo 6 un concierto “a beneficio de Ucrania”, ubicado abiertamente en el campo de las potencias occidentales, al punto que contó con la presencia del canciller alemán y de la presidenta del Banco Central Europeo (y ex directora del FMI) Christine Lagarde.

En este contexto, que algunas de sus declaraciones hayan aparecido como una nota discordante resulta doblemente revelador. Sumándose al coro de quienes restringen las causas y naturaleza del conflicto a las acciones del gobierno ruso, Barenboim sostuvo no obstante que “no debe ser permitida una caza de brujas contra el pueblo y la cultura rusa”, lo que marca la medida de la campaña contra esta que viene desenvolviendo el imperialismo.

Sucede que los gobiernos de la Otan y sus socios han lanzado una persecución de magnitudes contra aquellos artistas rusos que se han negado a ubicarse en su bloque. Putin, por su parte, ha reforzado su larga política de censura contra expresiones disidentes, e incluso ha procedido a la detención de miles de manifestantes críticos con la invasión. La cultura y la libertad de expresión son también víctimas de la guerra.

Entre los casos más resonantes de ataque a artistas rusos ha estado el del director de la Filarmónica de Munich, Valery Gergiev, quien fuera despedido por el gobernante de la ciudad alemana por negarse a realizar una crítica pública al gobierno ruso, al tiempo que se cancelaron sus contratos para actuaciones y/o se lo despidió de sus roles en Estados Unidos, Austria y Escocia. Incluso el festival que lleva su nombre y se realiza desde mediados de los ’90, el Gergiev, fue cancelado por la Orquesta Filarmónica de Róterdam (Holanda).

Gergiev también fue separado de la producción de una ópera de Tchaikovsky en La Scala de Milán. La misma ciudad italiana que vio uno de los episodios más escandalosos de esta novela, cuando la Universidad Biccoca intentó cancelar un seminario sobre el gigante escritor ruso Fiodor Dostoievsky -algo de lo que debió desistir ante la ola de críticas.

Por su parte, la soprano Anna Netrebko, que había coincidido con Vladimir Putin en eventos sociales, fue forzada a renunciar de sus contratos con el Metropolitan Opera House de Nueva York, al tiempo que se levantaron sus actuaciones en Barcelona y Berlín. En una publicación de Facebook en la que se oponía a la guerra y se solidarizaba con el sufrimiento del pueblo ucraniano, Netrebko se refirió al caso de Gergiev y otros denunciando que “¡obligar a los artistas y a cualquier figura pública a expresar públicamente sus opiniones políticas y condenar a su patria es inaceptable!”.

Por todos lados, los ejemplos se multiplican a diestra y siniestra: el festival de Cannes prohibió la participación de películas y delegaciones del país de origen de Einsenstein y Tarkovsky, y las ferias del libro de Frankfurt y Boloña interrumpieron contacto con los editores de la Federación Rusa. Y en todas las direcciones, como se ve con el veto a los deportistas rusos en el Mundial de Fútbol y en los Juegos Paralímpicos.

¿Qué hacemos los artistas?

La campaña antirrusa se desarrolla con una hipocresía palmaria. Las mismas instituciones que hoy se amparan en una supuesta defensa del pueblo ucraniano para estas cancelaciones no han tenido el menor reparo en la participación en el conflicto de Estados Unidos y de las potencias de Europa, cuyos Estados masacran desde hace décadas a los pueblos de Medio Oriente. Tampoco ante el sinfín de arbitrariedades de los gobiernos genocidas aliados a aquellos, como recuerdan bien los lectores argentinos a propósito del Mundial ’78.

Una hipocresía doble, en la medida que presentan estos vetos como parte de una campaña “contra la guerra”, cuando esta tiene al imperialismo como su principal responsable, amplificando desde hace años el cerco de la Otan a Rusia y sosteniendo un gobierno ajustador en Ucrania. La guerra en curso, de hecho, ha disparado el patrimonio de los monopolios armamentísticos, encabezados por cinco colosos estadounidenses. Las y los artistas deben guardarse bien de una prédica que, vistiéndose a menudo como “pacifista”, alimenta el guerrerismo y la intención de las potencias capitalistas de colonizar y arrasar el viejo espacio soviético.

El repudio que ha suscitado la guerra en la comunidad artística del mundo merece una dirección completamente diferente a la que agitan el imperialismo europeo y estadounidense. Enfrentar a la guerra supone enfrentar a la Otan, el FMI y a la burocracia de Putin, y pujar por la unidad de los explotados de Rusia, Ucrania y del mundo contra sus gobiernos de opresión y censura.

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