Cultura
1/3/2022
Nota de opinión, contiene spoilers
“La casa de papel”: el ilusionismo de una moneda desgastada
La última temporada de "La casa de papel" gasta sus últimos cartuchos en un final predecible que acomoda la aguja del status quo hacia el Estado.
Seguir
"La Casa de papel" quinta temporada.
En 2017, “La casa de papel” apareció en Netflix, su primera temporada presentaba a un puñado de ladrones enmascarados con el rostro de Dalí que, luego del éxito del atraco a la Casa de la Moneda y con las fuerzas del Estado pisándoles los talones, se ven arrastrados a una nueva contienda y a una nueva operación -esta vez sobre el Banco de España. El boom en la plataforma, a través de una primera temporada pulsante y con un guion ajustado y preciso, se vio reforzado cuando la segunda parte se lanzó más tarde ese año, pero a la manera de un zeppelín cargado de dinero empezó a desinflarse a medida que avanzaban las temporadas para terminar de colisionar ideológicamente en este último golpe de parte del Profesor y su grupo de atracadores.
Por un lado, en esta última temporada la acción estrechamente construida y los segmentos palpitantes de las primeras partes se convirtieron en secuencias incrédulas al estilo de Hollywood, repletas de acción en cámara lenta, personajes molestos y un melodrama insufrible en el que personajes adquirían armaduras de guion, tropezando con sus propios puntos de la trama y convirtiendo a algunos personajes en ecos caricaturescos de lo que alguna vez fueron.
La temporada buscó presentar lo mejor de lo que caracterizó a la serie en sus inicios pero nunca encontró el tono. La primera parte es decididamente lenta, serpenteando a través de los puntos de la trama mientras salpica una acción bastante pobre e ilógica (un caso que se ilustra con el plan que tiene el Profesor para sacar el oro del banco reemplazándolo por barras de latón). Los flashbacks con Berlín parecen no ir a ninguna parte (preanunciando pobremente el cierre) y los personajes secundarios simplemente no tienen tanta profundidad. En el peor de los casos, personajes como Estocolmo y Arturo (que es un Rambo devaluado) son imposibles de ver.
Si bien la quinta temporada concluye el atraco, lo hace de una manera bastante cuestionable. Atrás quedaron las tramas lógicas, la tensión y los intercambios reales. En cambio, personajes como Arturo, Tamayo y Sierra reciben cantidades increíbles de armadura de trama, mientras que los viejos favoritos como el Profesor llegan a puntos altamente cuestionables como el hecho de afirmar que el Profesor, fan de los trucos de ilusionismo y de las máscaras, es un delincuente adicto a la adrenalina y al riesgo que se disfraza de Nerd (al estilo de Superman/Clark Kent) al que le asustaría el sonido de un disparo. Es, como se admite a sí mismo, un ladrón. “La casa de papel” siempre tuvo ese problema moral. Lógicamente, la serie se debía posicionar en torno a si condenar a sus delincuentes protagonistas o seguir encumbrándolos. Viendo el final conformista está claro que “La casa de papel” ha optado por la segunda opción.
El Profesor es un ladrón en toda regla y no considera ni por un momento devolver el auténtico oro para salvar a su pandilla de amigos. Falsamente muerto, quedará como un mártir, un ídolo que es pura mentira para una multitud que sigue a un farsante que les ha engañado y ha pactado a sus espaldas con un Estado español que se revela como la base corrupta detrás de un juego económico brutal. Sí, el profesor quedará en la memoria de su público como un Robin Hood que hizo llover billetes sobre Madrid y volvió al Banco de España para morir con su banda, pero en realidad salió vivito y coleando, engañándolos a todos y admitiendo que es simple y llanamente un ladrón. Es más, es hijo, hermano y padre de ladrón (un destino cruel e impuesto recordando a sus familiares). Pero lo peor de todo, un ladrón a sueldo del gobierno y bajo su protección de testigos.
No podemos evitar pensar que la serie ha perdido su oportunidad de reflexionar con algo de profundidad sobre la moralidad de las acciones de sus protagonistas. Solo nos ha dado una conversación entre Palermo y Sagasta en la que nos queda claro que políticos, ladrones o militares “son unos hijos de puta” y que “en el infierno no hay lado bueno” o que el oro de Latinoamérica que se expone en el museo fue conseguido con robos y genocidios coloniales. Un hecho mencionado al pasar dando a entender un apuro en mostrar una conciencia social que no termina de encajar.
Ahora, también vale la pena mencionar que no todos salen ilesos de este atraco. “La casa de papel” ciertamente no tiene miedo de apretar el gatillo aquí. Hay varios personajes importantes que son “sacrificables” a lo largo de los episodios, lo que ayuda a aumentar la tensión y hace que la acción sea mucho más dramática. Lo reflexiona Tokyo tal vez en una frase muy clara: “Soy más bien de huir, en cuerpo y alma. Y si no puedo llevar mi cuerpo, al menos, que escape mi alma”. Las figuras femeninas que destacan sufren el destino de que sus cuerpos se vean silenciados mientras sus voces se ven condenadas a seguir narrando, a seguir siendo útiles a la causa de una banda de ladrones que termina por abandonarlas con un mero recordatorio de dos frases trilladas al reunirse en su punto de despedida final.
Si bien se puede ver, esta temporada se siente como un mal necesario para llegar al final del robo. Ciertamente hay suficiente aquí para disfrutar, pero es un nivel superficial agradable en el mejor de los casos y con el sacrificio de la credibilidad de este segundo atraco.
La temporada final nos retrotrae a un punto que ya advertimos en una nota previa de Prensa Obrera “La primera lección que tendrá que afrontar la banda del profesor es que toda victoria parcial contra el Estado es de carácter circunstancial, ante todo si uno no tiene como propósito el derrocamiento del orden prestablecido”.
El Estado vuelve a estar representado como el garante de los intereses de una clase social privilegiada, razón para la cual está dispuesta a trasgredir todos los límites y el que asegurará la última carta de una banda que pasa a ser un engranaje más de la corrupción capitalista. Nuevamente, el final de esta serie demuestra las enormes dificultades que encuentra la banda del Profesor, recordando a los espectadores que el crimen organizado solo puede desplegar sus alas cuando lo hace entreverado con el Estado y no en choque con él. Ese es el truco ilusorio de una moneda que ha quedado desgastada por el uso y reemplazada por una mísera barra de latón.
https://prensaobrera.com/cultura/teatro-colon-mentiras-verdades-tergiversaciones
https://prensaobrera.com/cultura/thelonius-monk-un-genio-revolucionario