Cultura

13/6/2017

“La farsa de los ausentes”, un estallido poético y teatral

En el teatro San Martín, una adaptación de Pompeyo Audivert de una obra de Roberto Arlt.


Quien lee El desierto entra en la ciudad (1942), de Roberto Arlt, encuentra una suerte de anticipación argentina de El país de las últimas cosas (1987), de Paul Auster. La Argentina de comienzos de la década de 1940 es, en la visión arltiana, un taller alucinante y alucinado en el que no se produce nada, vaciado hasta de comida, aislado de todo, incomunicado, gobernado por un César loco que se cree (y lo creen) Dios. Con La farsa de los ausentes, ahora en cartel en el teatro San Martín, Pompeyo Audivert logra ampliamente lo que se ha propuesto: transformar ese “espejo histórico” que es el teatro de Arlt en un estallido poético, en una puesta en escena conmovedora.


 


Se trata, en verdad, de una versión del primer acto de la farsa en cuatro actos escrita por Arlt. En ella todo es irreal y al mismo tiempo de un realismo brutal. César (Daniel Fanego) gobierna el encierro como un dios decrépito; y en un momento dice “tengo que salir al balcón a saludar a la gilada”, después de hacer sonar los acordes de la Marcha de los Muchachos Peronistas en una vieja máquina de escribir. Es impagable la parodia de la travesía del desierto, durante la cual César es un Moisés caricaturesco que, después de hacer salir a sus seguidores del taller vacío, los conduce hacia la nada, y cuando aquellos intentan rebelarse descubren que son irreales, apenas personajes de una farsa teatral. Lo es también el nacimiento de un Cristo (la criatura, Santiago Ríos) que vocea diarios del futuro con titulares sobre el derrocamiento de Perón, el campeonato mundial de Carlos Monzón y la muerte de Trotsky en México, que “se habría suicidado con una pica”.


 


Dice Audivert que en ese primer acto, “que inspira y dispara la versión que hoy se presenta, Arlt produce una ruptura sumamente moderna para su época y para la nuestra, una operación poética sobre las mismas coordenadas básicas que habitualmente un dramaturgo establece para definir quiénes son los personajes, que están haciendo y dónde están temporal y espacialmente…”. Arlt, en efecto, no sólo adelanta temáticamente al Auster de El país…; si se quiere, más aún que el peruano José María Arguedas (1911-1969), llega temprano al “boom” de la literatura latinoamericana y echa mano al que todavía no se llamaba “realismo mágico”. Apegado al “teatro de la crueldad” de Antonin Artaud, Audivert recrea a ese Arlt y busca romper los límites de la palabra con un lenguaje corporal de fortísimo impacto, que no pierde intensidad ni tensión durante los 120 minutos de duración de la obra.


 


Audivert se pregunta: “¿Quién es César? ¿Quiénes los invitados? ¿Qué están haciendo? ¿Dónde están? ¿Y esa criatura?” Sin duda se trata de la Argentina –más específicamente de Buenos Aires− esa especie de país de las últimas cosas, pero también es el Sinaí o Nazaret en tiempos diversos y superpuestos; una farsa trágica, en fin, que más allá de las intenciones de Arlt y de Audivert obliga a preguntarse por la Argentina, por su historia (la nuestra), e impone esa obligación con un lenguaje teatral de una belleza por momentos atroz.


 


En un elenco impecable deben destacarse las actuaciones enormes de Daniel Fanego, Mosquito Sancineto, Roberto Carnaghi, Juan Palomino, Santiago Ríos, Andrés Mangone e Ivana Zacharski. Son en total una veintena de actores que componen, con sus voces y sobre todo con sus cuerpos, ese estallido poético del que habla el director.