Cultura

30/4/2019

“La guerra silenciosa”: crónica de una gran lucha

La película del francés Stéphane Brizé recorre una gran huelga de obreros de una autopartista en el sur de Francia.

La película La Guerra Silenciosa (“En Guerre”) del francés Stéphane Brizé –actualmente en cartelera en algunos cines- es un vigoroso recorrido por una enorme huelga protagonizada por los 1.100 obreros de una autopartista alemana, cuando el pulpo propietario decide cerrar la planta que tiene instalada en un pequeño pueblo del sur de Francia para trasladarla a algún país del Este europeo donde se pagan salarios más bajos. Se trata de una ficción que toma por inspiración, acorde al relato de Brizé, las grandes gestas obreras en Continental y Air France.


En el film, la planta es la principal fuente de trabajo de la población local, por lo que su cierre provocaría una grave crisis social en el pueblito de Agen. La respuesta obrera es la huelga  general, cuando la patronal pretende que, aun anunciado el cierre y los despidos masivos, los trabajadores sigan en sus tareas hasta terminar una producción pendiente.


La lucha es enormemente aguerrida. Son meses de huelga, ocupaciones, movilizaciones y enfrentamientos con las fuerzas represivas. Todo reflejado de una manera bella, cruda y llena de la humanidad que recorre una lucha obrera por el sustento y el porvenir de los trabajadores, las trabajadoras y sus familias.


Pero la película es también un agudo fresco de la crisis capitalista global y de la brutal manera en la que –articulados y cumpliendo cada uno su papel- las patronales, el gobierno y la Justicia intentan descargarla sobre las espaldas de los trabajadores. A lo largo del conflicto -y del film- van apareciendo (especialmente en las reuniones de las partes en conflicto, que son auténticos muestrarios del cinismo patronal-gubernamental) los representantes de la empresa y del gobierno para intentar engañar, debilitar, dividir y cooptar a los dirigentes sindicales para poder liquidar el conflicto.


Con una gran claridad, Brizé va mostrando la forma, sutil o descarnada, en la que el representante del gobierno y los sucesivos directivos de la empresa que se sientan a la mesa van tratando de demoler la enorme resistencia obrera. Justamente la aguerrida disposición de los trabajadores a luchar por sus fuentes de trabajo es lo que los obliga a desnudarse ante los obreros y el espectador.


La indignación obrera tiene su origen explosivo en el gran engaño de la patronal que –dos años antes- suscribió con los trabajadores un acuerdo por el cual se comprometía a mantener abierta la planta y a mantener los puestos de trabajo durante al menos cinco años, si se aceptaba trabajar una hora más sin compensación salarial y perder el cobro de bonos. De esta manera embolsó millones de euros extras para, finalmente, no cumplir con el compromiso asumido y cerrar la planta dejando el tendal de despidos, con el objetivo –reconocido por los propios directivos patronales- de aumentar los niveles de rentabilidad.


En Francia, como en otros países europeos, hay varias centrales sindicales –con sus respectivos gremios- que tienen la potestad de elegir delegados en los distintos lugares de trabajo y que muchas veces conviven, como sucede en esta planta, con representantes de un sindicato por empresa.


En el curso de la lucha van apareciendo diferenciaciones entre ellos, con un líder -Eric Laurent- que se mantiene firme frente a ofertas y presiones de patrones y gobierno, y otros que comienzan a valuar la necesidad de avanzar por la vía de una mejor negociación indemnizatoria.


Aunque Bizé no lo explicita -o lo oculta-, aparece el papel que cumplen todas las centrales, que en ningún momento están presentes en el escenario de la enorme lucha, ni se plantean el apoyo con medidas a la altura de la gran pelea que desarrollan los obreros de la planta.


Aún radicalizados, Laurent -y quienes están con él- en ningún momento orientan en ese sentido la crítica y el reclamo a la burocracia de las centrales (la bocanada de aire de la solidaridad obrera proviene de los trabajadores de otra de las plantas de la empresa).


Esa limitación hace que la salida imaginada por todo el activismo –aún el más radical- se limite a colocar la enorme fuerza obrera como una forma de presión sobre las más altas autoridades del grupo alemán y del gobierno francés para obligarlos/convencerlos de que la planta se mantenga abierta. Esto, en lugar de ir a medidas de corte más profundo como la ocupación de la planta y la puesta en marcha bajo dirección obrera, el reclamo de su estatización o la exigencia a las direcciones de las centrales obreras de una extensión de la lucha, cuando se trata de un golpe (el cierre y los despidos) que tiene múltiples réplicas en la Francia de hoy.


El final –inesperado- es una muestra de la integridad y la decisión vital de un líder obrero, en este marco de limitaciones.


Un aspecto que, quizá, le da a la película un realismo mayor es que, salvo en el caso del líder Laurent –que es interpretado por el actor Vicent Lindon–, todos los demás personajes están representados por trabajadores, directivos y funcionarios. Y es fantástico el trabajo que Brizé ha realizado con ellos.