Cultura

9/12/2018

La poesía es un modo de entrar en la memoria: acerca del último libro de Eduardo Mileo

Extracción del agua de la niebla, dedicado a la pintura, es un museo de la invención.

“Se quedó corto Rimbaud / yo / es todos”, escribe Mileo sobre el cuadro “Ejército rojo”, de Kazimir Malévich.

Escribió una vez Oscar Wilde que estuvo toda la mañana poniendo una coma y a la tarde la sacó. La obra del poeta Eduardo Mileo (Buenos Aires, 1953) tiene que entenderse, en primer término, desde ese lugar, la de un trabajador de la palabra. Porque la palabra, lejos de los ángulos de la inspiración divina, requiere disciplina, atención, corrección, delicadeza, tiempo. El poema, como escribe Mileo, es el aire que pierde la caligrafía.


Extracción del agua de la niebla (Ediciones en Danza, 2018), su último libro, está dedicado a la pintura. En las páginas pares hay poemas en verso —encabezados por el nombre del pintor— que escriben (imaginan) el momento en que el artista concibió la obra; y, en las impares, con el título del cuadro, textos que hacen una observación sobre esa pintura.


Toda mirada es invención. Y toda invención es imaginación. Por eso el libro es, ante todo, un libro sobre la imaginación. Porque Mileo primero mira el cuadro y luego ejecuta sus creaciones: la de inventar el pensamiento del autor en el momento previo de hacer la pintura; la de aportar un sentido nuevo a la obra como lector (observador del cuadro) y, finalmente, la de recrear la pintura sin la fotografía del cuadro en el libro. Todo autor es lector. Mileo, en este caso, materializa ambos dispositivos: es autor y es lector a la vez.


Pero Extracción del agua de la niebla es, también, un libro sobre el movimiento del tiempo. Y, en rigor, está organizado cronológicamente: parte de la prehistoria, sigue por la Antigüedad y se detiene, sobre todo, en las obras que van desde el XIV hasta el XXI. Como él mismo indica en el prólogo, contar la historia es tomar partido y toda historia es militante. Cuando escribe la historia de estos cuadros, también está escribiendo la suya.


Por eso, el que abra este libro de 448 páginas verá al autor tomar posición (Mileo es militante del Partido Obrero) y leerá versos como “la guerra es la estética de nuestro siglo”, “un gobierno siempre debe ocuparse del pan”, “la bondad debería estar armada”, “la huelga es una frontera / entre el país que habitamos / y el que deseamos habitar” o “el capitalismo es un artista de la muerte”.


En las “Cartas del vidente” de 1871, Arthur Rimbaud plantea con su frase “J’ est un autre” (“Yo es un otro”) la ruptura de los sentidos. Mileo, en el poema sobre el cuadro “Ejército rojo”, de Kazimir Malévich, va más allá y escribe: “Se quedó corto Rimbaud / yo / es todos”. En dicho verso no solo está manifiesta una posición política, sino también una premisa borgeana: el autor de un poema es todos los poetas. Borges lo planteó en el prólogo de Los conjurados en 1985: “No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura. La belleza no es un privilegio de unos cuantos nombres ilustres”.


Lo valioso es que no es solo en los cuadros más directamente políticos —los neoclásicos de Jacques-Louis David sobre la revolución francesa o el Guernica de Picasso— donde el autor enuncia su posición ideológica sobre la realidad. En la invención de sus versos —de una sofisticada sensibilidad— vibra lo que vive (con sus tristezas y luces y sombras y amores). Así lo dice, hermosamente: “Cualquier flor puede / dar a luz un pájaro”.


Adjetivar este libro sería un acto ordinario: el libro de Eduardo Mileo se adjetiva en su propio vuelo. Iría incluso contra el trabajo de fineza del autor. Las obras artísticas —este libro dentro de ellas— son manifiestos de una época, marcas de la memoria que se está creando.