Cultura
11/2/2022
literatura
Leer el “Ulises“ 100 años después
Los cien años de la publicación del Ulises de James Joyce merecen la oportunidad de una relectura.
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Este es el año del centenario de la publicación como libro del “Ulises” de James Joyce. Después de haber lanzado por entregas -y enfrentando no pocos problemas- algunos capítulos y fragmentos de la obra, Joyce publicó finalmente el texto como libro el 2 de febrero de 1922, fecha exacta además en la que cumplió 40 años. Su editora, Sylvia Beach, de la librería Shakespeare and Company de París reservó un ejemplar como presente de cumpleaños y dejó tranquilas con esta fecha, las inquietudes supersticiosas del autor. Para Joyce el objetivo de la publicación del libro estaba muy claro: una obra polémica, que no evade los debates artísticos, culturales y políticos de la época que la engendra y que, sin renegar de la tradición (haciéndose más bien un eco poderoso de ella), tiene la tarea de enterrar a la “novela” tal como era esa forma en la que había derivado el género y crear la nueva literatura. Pocos autores han demostrado tanta conciencia y seguridad de los objetivos de su trabajo y de la novedad que implican como James Joyce.
Fuera de toda mistificación, los cien años de la publicación del “Ulises” como libro significan sobre todo la oportunidad de una relectura. No es la mera valoración histórica lo que le da importancia a un texto como el “Ulises”. Tampoco ese pedestal erudito o de libro difícil en el que fue puesto luego de haber sido repudiado, judicializado, prohibido y censurado. Ninguna obra sobrevive cien años (y menos si son los del convulsivo siglo XX) si no sigue teniendo algo para decir sobre los tiempos actuales. En esta apasionante actualidad radica la mayor virtud de una obra como el “Ulises”.
Virginia Woolf había dicho sobre “Ulises” que era la obra de un analfabeto y llegó a calificar a Joyce como “un obrero autodidacta”. A pesar de la saña de sus dichos y la envidia que revelan, hay que decir que su comentario es de alguna forma una apreciación precisa y certera. Autodidacta no era realmente Joyce, puesto que había estudiado con los jesuitas y necesitó ese edificio sólido de religión y cultura para derribarlo y con sus restos crear algo nuevo según sus planes y estrategias. Y allí sí no puede más que ser autodidacta, porque lo que crea en el Ulises no tiene modelo precedente (y si lo tiene, como el caso de Laurence Sterne, es apenas un combustible del estilo). Y la calificación de “obrero”, despectiva para Virginia Woolf, es justa para Joyce, consciente absoluto de que el arte es ante todo una técnica y que ello requiere trabajo. El genio (del cual también se sentía seguro y consciente) le dio apenas la confianza, pero solo el trabajo le garantizó el triunfo, la creación efectiva de su obra.
Pocas obras pueden alardear de conservar tanta vigencia luego del paso de los años. Este parece ser el requisito privativo de algunos clásicos. El “Ulises”, sin embargo, parece preparado para aportar siempre alguna novedad. Leer el “Ulises” en el centenario de su publicación y leerlo desde Argentina, justo cuando un nuevo acuerdo con el FMI viene a imponer condiciones de coloniaje sobre el país, puede ser un ejercicio que enriquezca los sentidos, tanto del libro como de nuestra realidad. (Es decir, al menos en sentido simbólico, una recuperación de la riqueza que nos expropian).
El día en que transcurre la historia narrada en “Ulises” (16 de junio de 1904) Irlanda era una colonia inglesa. Incluso en uno de los capítulos seguimos el recorrido del virrey a través de Dublín y presenciamos el saludo respetuoso de (casi) todos sus habitantes. El “Ulises” de Joyce es, entre otras cosas, un pronunciamiento anticolonial. Siempre en términos literarios, claro. Se hace evidente por ejemplo en el capítulo 14, en el que se reproducen e imitan los estilos de la historia de la literatura inglesa para culminar en “el estilo del siglo XX” o “el estilo de Joyce”, es decir, de un irlandés que viene a superar el poder del imperio.
Pero este pronunciamiento anticolonial no recae en un nacionalismo fácil e infantil. Está presente en el “Ulises” el debate que recorría los círculos políticos y literarios de la época sobre el uso del gaélico. Joyce mismo intentó aprender el idioma de Irlanda y solo duró una clase. Ya en el primer capítulo, el gaélico es puesto en boca precisamente de un estudiante inglés que queda burlado al usar el idioma para dirigirse a una campesina irlandesa que no lo comprende. Joyce usa el inglés para escribir el “Ulises” y derrotar al imperio y lo usa en todos los sentidos posibles de darle utilidad, aprovecharlo y gastarlo. No vuelve al pasado para recuperar una identidad presumiblemente perdida, sino que da uno (o varios) pasos hacia adelante. En términos de lenguaje y en términos políticos. Ese mismo primer capítulo termina con una significativa palabra que refiere al estudiante inglés que ocupa la casa de Stephen Dedalus, metonimia del imperio británico que ocupa Irlanda: “Usurpador.” Luego, cientos de páginas más adelante, en una pelea con unos soldados ingleses, Dedalus repite la idea: “Ustedes son mis convidados. Los no invitados.”.
La oportunidad de la relectura que abren los 100 años del “Ulises” permite observar con esta magnífica lupa centenaria nuestros problemas literarios y políticos actuales. Leer desde Argentina el “Ulises” un siglo después de su publicación constituye un gesto poderoso de comprensión. El primer mundo (Europa, Estados Unidos) tiene menos armas para comprender los múltiples sentidos de una obra producida en un país colonial. Por eso quizás la traducción argentina de Salas Subirat, un vendedor de seguros que por hobby y gusto literario encaró la tarea de poner en su idioma esta enorme obra de Joyce, fue durante mucho tiempo la única que existía en español. (Hoy cuento cinco traducciones españolas del “Ulises”, de las cuales tres son argentinas.)
Leer el “Ulises” cien años después es enfrentarse nuevamente a un descubrimiento continuo y sin concesiones.
Encaremos la aventura.
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