9/12/2004|880
León Ferrari, por la abolición de los infiernos
A partir del 30 de noviembre, y hasta el 27 de febrero, se podrá ver en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) la muestra retrospectiva del artista plástico León Ferrari. Se trata de una selección de obras producidas entre los años 1954 y 2004, que incluyen algunas de las más representativas del arte político argentino del siglo XX, cuya vigencia en algunos casos sorprende al visitante.
A poco de entrar al salón principal de la muestra, colgada del techo se observa la obra más emblemática de Ferrari, “La civilización occidental y cristiana”, en la cual una imagen de Cristo crucificado (de aproximadamente un metro de largo) se apoya en la réplica de un avión de combate norteamericano, que hace las veces de cruz. La obra realizada por Ferrari en repudio a la guerra de Vietnam en los ‘60, sin duda podría servir hoy para simbolizar la “guerra santa” de Mr. Bush contra los pueblos de Medio Oriente.
No es ingenua la Iglesia al combatir con todos sus recursos esta exposición, pues en ella se denuncian los diversos crímenes, simbólicos y concretos, de la institución cristiana, que van desde la apología de la tortura y la matanza de los “herejes” (e incluso su puesta en acto, como durante la Inquisición), hasta la abierta complicidad con los hechos más aberrantes de la historia occidental, desde el genocidio nazi hasta la dictadura militar argentina.
Ferrari ha elaborado buena parte de su obra alrededor del repudio a la idea de “infierno” y de “castigo divino” al diferente, al disidente. Se trata de una oposición al terror psicológico e incluso físico que la Iglesia ha ejercido durante siglos (y que aún ejerce, desde los púlpitos de sus iglesias y los pizarrones de sus escuelas) con el objetivo de reprimir la voluntad de liberación y búsqueda de los seres humanos.
En respuesta a la campaña del cardenal Bergoglio contra la exposición, Ferrari aseguró: “Si algo avergüenza a nuestra ciudad no es esta muestra, sino que se sostenga que hay que torturar a los otros en el infierno”.
El artista se vale de la imaginería cristiana para llevar adelante su crítica. En una de las paredes de la exposición dejó escrito: “En muchas de mis obras se propone un homenaje a Eva, aquella muchacha rebelde que nos libró de la castidad, nos regaló la concupiscencia y nos legó los genes de la necesidad que siente el género humano por escudriñar los caminos de lo desconocido y los gustos del fruto del bien y el mal”.
En gran parte de sus propuestas, Ferrari repudia las imágenes del arte cristiano y de alguna manera las “exorciza”, mezclando esas imágenes de torturas y amenazas divinas con desnudos o pinturas orientales de personas teniendo sexo. Incluso propone “cagarse” en aquellas obras inmortales de Miguel Angel, Giotto o Pisarro que han sido (y son, en alguna medida) difusoras del terror religioso: una jaula con pájaros permanece suspendida sobre una reproducción del Juicio Final de Miguel Angel, que recibe los excrementos que las aves van liberando conforme pasan los días.
Definitivamente, un condimento casi omnipresente en la obra de Ferrari es el humor, lo que sin embargo no menoscaba la profundidad de la crítica que el artista lleva adelante. En un sector de esta muestra dedicado a su producción más reciente, se observan algunas de las obras que más podrían afectar la “sensibilidad cristiana”, por llamarla de alguna manera. Se trata de un “infierno” muy particular que el artista ha creado, en donde figuras de santitos y cristos de santería sufren algunas torturas como las que la Iglesia gusta tanto imaginar, pero en clave de humor: cristos saliendo de una tostadora eléctrica, santos fritos en una sartén, un Jesús crucificado en una plancha de hacer bifes…
Sin embargo, cabe pensar que no son estas ácidas humoradas lo que más irrita a la jerarquía eclesiástica (y algunos “amigos”) con relación a esta muestra. En una serie de collages creados para ilustrar la publicación en fascículos del “Nunca Más” por Página/12, Ferrari vincula las figuras de Quarracino y Videla, el Colegio Militar con la simbología nazi, y las imágenes infernales del cristianismo con ese verdadero infierno en la Tierra que fueron los campos de concentración de la dictadura (un gobierno de los milicos, la burguesía y, por supuesto, el clero). En otro sector de la muestra también denuncia la acción directa de la Iglesia en la masacre de los indígenas de América, durante la Conquista.
Aparte de la Iglesia, para sus más recientes obras Ferrari ha establecido como blanco la figura de Bush y algunos símbolos del poder yanqui. Un collage muestra la foto de una calavera en cuyos orificios oculares se observa la imagen repetida del presidente de EEUU. Otra calavera, esta vez presente, no fotografiada, es invadida por decenas de cucarachas de plástico, identificadas con el símbolo de las fuerzas armadas norteamericanas. Una maqueta de la Casa Blanca se muestra también invadida por figuras de cucarachas y ratas… En esencia: representaciones de la muerte y la podredumbre, identificadas con el régimen imperialista de decadencia y destrucción.