Cultura
26/4/2022
“Proyecto Silverview”, los espías grises de un imperio sin brújula
En su novela póstuma, John Le Carré da un salto en calidad en su ácida mirada de la Inteligencia británica.
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Novela póstuma del afamado autor británico
Poco antes de su fallecimiento en 2020, John Le Carré, uno de los autores de novelas de espionaje más importantes de la historia, había respondido a la resolución del Brexit con lo que muchos llamaron “su última broma”: su nacionalización como irlandés -gesto con el que manifestaba su voluntad de morir como europeo y su oposición a Boris Johnson.
La decisión se reveló meses después de su muerte, y en otros meses más llegó la publicación de su novela “Proyecto Silverview”. El motivo por el que este libro fue lanzado de manera póstuma está en el corazón del epílogo del hijo de Le Carré, Nick Cornwell, y su respuesta vale oro.
Pero antes recorramos los primeros pasos de “Proyecto Silverview”. La breve novela sigue, de un lado, la historia del treintañero Julian Lawndsley, un yuppie que ha decidido dejar su vida de finanzas en la City londinense para montar una tranquila vida como librero en un pueblito inglés. En su nuevo emprendimiento, recibirá la visita de un otrora amigo de su padre ya difunto, el simpático y extravagante Edward Avon, quien le propone la idea de crear un espacio en la librería para difundir la obra de los sabios más variados -una propuesta especialmente seductora para el inculto Lawndsley.
Mientras Avon y Lawndsley construyen este recinto del saber, ambiciosamente denominado “República de las Letras”, se desenvuelve del otro lado el viaje de Edward Proctor, un agente del servicio de Inteligencia británico, motivado por una pista que permitiría llegar a la causa de importantes filtraciones.
A partir de esta premisa, Le Carré despliega un retrato ácido de los servicios secretos ingleses, de los que David John Moore Cornwell -verdadero nombre del autor- formara parte durante los años que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial, y a través de él de la política exterior de su país.
Un largo camino
Esa mirada ácida es una marca registrada de la literatura de Le Carré, ya visible en la novela que lo lanzó a la fama en 1963, “El espía que surgió del frío”, en donde los aparatos de espionaje soviéticos y occidentales aparecían igualados en el “sacrificio” de los agentes propios y ajenos y de los civiles. En la larga serie de novelas que le siguieron, Le Carré logró retratar los entretelones de la guerra fría con una verosimilitud única, en donde ligaba la brutalidad estatal con la fría burocracia manteniendo a su vez las altas dosis de suspenso que exige el género.
Con sus disecciones a fuego lento, su tono crítico y sus personajes comúnmente grises, Le Carré ofrecía la contracara de ese James Bond de Ian Fleming que se arrogaba impúdicamente licencia para matar. Lo hacía, no obstante, sin romper del todo con la fidelidad a los Estados europeos y a su pasado. Así lo manifestaba el personaje más icónico de Le Carré, George Smiley, al final de una de sus últimas novelas: “Si tenía una misión, si fui despiadado, lo fui por Europa. Si tenía un ideal inalcanzable, era el de sacar a Europa de su oscuridad hacia una nueva era de razón. Todavía lo tengo”. A tono con esto, sus relatos de la Guerra Fría perseveraban en la admitidamente difícil tarea de ubicar un poco de decencia en los agentes de un mundo impío.
Esta contradicción siguió presente en los años posteriores a la caída del Muro de Berlín. Mientras Le Carré manifestaba de un lado su expectativa de una Europa “grande, pacífica y democrática”, del otro mostraba descarnadamente el accionar salvaje del imperialismo y sus aliados contra Palestina (“La chica del tambor”), África (“El jardinero fiel”), Centroamérica (“El sastre de Panamá”) e Irak (“Amigos absolutos”) -entre otros-. Si de un lado atacaba por derecha al ya moderadísimo Jeremy Corbyn, acusándolo de “marxismo-leninismo de nivel escolar”, del otro apoyaba activamente al turco Murat Kurnaz, detenido ilegalmente y torturado por la CIA en Afganistán y Guantánamo, saludaba las movilizaciones contra la guerra en Irak y sostenía que eran los activistas y no los escritores los que podían cambiar el mundo (algo muy presente en “Proyecto Silverview”).
Otra vuelta de tuerca
La novela ofrece un salto en calidad en este recorrido crítico, y aquí es donde entra la sospecha del hijo de Le Carré. Sin pruebas pero muy convencido, Nick Cornwell se figura que la novela no fue publicada en vida porque “‘Proyecto Silverview’ hace algo que ninguna otra novela de le Carré hizo nunca. Muestra un Servicio fragmentado: repleto de facciones políticas, no siempre amable con quienes debería apreciar, no siempre muy eficaz ni alerta, y, en última instancia, no muy seguro, ya, de su propia razón de ser (…) los espías de Reino Unido han perdido, como muchos de nosotros, la seguridad sobre el significado de su país, sobre quiénes somos a nuestros propios ojos. (…) es la humanidad del Servicio la que no está a la altura, y ello empieza a hacer dudar de que la tarea valga lo que cuesta.”
Es una paradoja valorable, y uno de los mayores aciertos del libro, que esta mirada particularmente desencantada se apoye en una trama -al decir de la crítica Ana Petrook- “mucho más juguetona que las novelas anteriores” de Le Carré, de ritmos pueblerinos y tonos familiares.
En la novela, en efecto, los servicios de inteligencia ya no son solo una máquina fría, burocrática y sin humanidad, sino que toda su existencia aparece cuestionada. Sus agentes son personajes por norma decadentes y de mirada estrecha, en los que parece refractarse el trasfondo de toda la trama: una mirada crítica del imperialismo inglés, desde la formación de la OTAN, pasando por su funesta participación en las guerras de los ‘90 que llevaron a la balcanización de Yugoslavia, hasta la acción conjunta con Estados Unidos en la sumisión de los pueblos de Medio Oriente, en particular de Palestina.
A Le Carré no podía escapársele -y no se le escapaba- que esa sucesión de fracasos y crisis políticas, esa opresión sostenida y esa provocación constante de guerras y crisis humanitarias no era patrimonio exclusivo de la Corona a la que sirvió una vez; que también las botas francesas, alemanas, españolas y un largo etcétera se hicieron y hacen sentir desde Malí y Afganistán hasta Haití. El autor podrá haberse declarado europeo contra la votación de sus compatriotas, pero, tirando del hilo de “Proyecto Silverview”, también la Unión Europea aparece como una corporación indeseable.
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