Cultura

14/7/2016|1419

Marcados para vivir


Claudia Andujar nació con el nombre de Claudine Haas en 1931 en la ciudad de Neuchâtel, Suiza. Pasó su infancia en Rumania y Hungría. Padeció el infierno nazi: vivió con su familia en varias ciudades europeas escapando de la persecución que llevó a sus padres y amigos a los campos de exterminio. En 1955, tras vivir en Nueva York, se instaló en San Pablo, Brasil, donde empezó a formarse en el fotoperiodismo. Quince años después, enviada por la revista Realidade al Amazonas, Andujar empezó a forjar su obra y militancia: los retratos de vida de la tribu yanomami, en la cuenca del río Catrimani, parte del territorio brasileño. La marca de la explotación.


 


La muestra Marcados, actualmente en el Malba hasta el 31 de julio, es la primera gran exposición de la artista brasileña en Buenos Aires. Se trata de una selección de más de ochenta fotografías blanco y negro tomadas durante una campaña de vacunación de las comunidades yanomami, a principios de los años ochenta, “para proteger a sus miembros de las epidemias ocasionadas por el contacto con el hombre blanco”, según presenta el texto curatorial.


 


Así lo relató la artista: “A partir de 1973, el territorio yanomami en la Amazona brasilera fue invadido durante los años del ‘milagro brasilero’, a causa de la apertura de una ruta (desde el Atlántico al Pacífico). Junto con la minería y la búsqueda de oro, diamantes y estaño, florecieron los sitios de explotación clandestinos y no tan clandestinos. Muchos indios se convirtieron en víctimas y quedaron marcados por aquellos tiempos oscuros”.


 


Claudia Andujar, que pasó varias temporadas con la tribu, se introdujo en la selva amazónica con dos médicos -“nuestro modesto grupo de salvación”, definió ella- para organizar el trabajo en salud. Registró uno por uno a cada individuo de la tribu con un número colgado del cuello, cuyas imágenes eran utilizadas en las cartillas de vacunación sanitaria. Dijo la artista, sobre esas placas, en 2009. “Era un intento de salvarlos. Creamos una nueva identidad para ellos, sin duda mediante un sistema ajeno a su cultura”.


 


“Aprender a estar quieto”


 


Escribió el escritor Ricardo Piglia que para leer hay que aprender a estar quieto. La artista -en la quietud de las imágenes- lee los rostros, la psicología, la historia. Las miradas son inequívocas, múltiples: miradas temerosas, tristes. Miradas sin esperanza. Otros rostros son desafiantes, enojados. Miradas fijas a la cámara. Miradas duras. Miradas con lágrimas. Con malaria. Miradas de niños. Miradas inocentes. Cansadas. Hondas. Intimas. La artista penetra en el pensamiento de los que retrata.


 


La muestra trabaja con un sentido binario: los números que cuelgan de los cuellos de los habitantes originarios recuerdan a las marcas en los cuerpos en los campos de concentración nazi, pero -agrega el texto curatorial- las cifras que aparecen en estos retratos son números que salvan, que dan vida. Son los marcados para vivir.


 


De este modo, la artista sintetiza su biografía -la biografía de la barbarie del siglo XX- en una sensible obra de denuncia y de memoria.


 


Pero también opera en otros niveles: la fotografía de Andujar se traduce en un hecho antropológico, al haber sido una herramienta para la supervivencia del pueblo yanomami -a partir de la vacunación de los habitantes- y la salvación de la vida de muchos ellos. La obra, de este modo, no opera como un mero reflejo de la realidad, sino como un elemento para modificarla. En ese sentido, condensa una toma de conciencia: lo que empieza como un trabajo periodístico-artístico en el Amazonas la termina convirtiendo en una activista a favor de los derechos aborígenes. Por su trabajo, en 1992, fue aceptada la causa por la demarcación de la tierra yanomami. 


 


Todo un manifiesto: ir de la difusión de un hecho a su transformación.