Cultura
20/3/2020
Memorias del capitalismo de vigilancia: la autobiografía de Snowden
El (rentable) espionaje norteamericano y la ilusión de una democracia (burguesa) mejorada, en el libro del famoso ex agente de inteligencia
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“Me llamo Edward Joseph Snowden. Antes trabajaba para el gobierno, pero ahora trabajo para el pueblo. Tardé casi treinta años en reconocer que había una diferencia, y cuando lo hice me metí en algún que otro problemilla en la oficina. Como resultado ahora dedico mi tiempo a intentar proteger a la ciudadanía de la persona que yo era”.
Así comienza Snowden su relato autobiográfico Vigilancia permanente, lanzado en septiembre pasado, en el cual se propone narrar cuáles fueron los principios morales y éticos que lo llevaron a tomar una decisión trascendental tanto para él como para toda la estructura del espionaje imperial de los Estados Unidos. Esa decisión fue la que lo hizo mundialmente conocido, a mediados de 2013, cuando le entregó a algunos periodistas miles de documentos clasificados de la Agencia de Inteligencia estadounidense (NSA) de la cual formaba parte. Aquellos documentos pusieron en escena el imponente dispositivo de vigilancia que el coloso del norte construyó después de los atentados del 11 de septiembre -con la remanida excusa de la lucha contra el terrorismo- y que incluye diversas formas de espionaje como las escuchas telefónicas, la interceptación de correos electrónicos, el acopio de datos de navegación, etc., de personas, empresas y gobiernos del mundo entero.
El libro, que se ha colocado como un best seller en Estados Unidos (y cuya edición en castellano responde a Planeta), tiene la estructura de un libro de memorias dividido en tres partes, que van desde la infancia de Snowden en su Carolina del Norte natal y en Maryland hasta su actual exilio en Rusia -todo mediado por la profunda relación que siempre tuvo y tiene con las computadoras y las nuevas tecnologías. Pero lo más importante es la perspectiva ética y moral sobre la cual se funda el relato, que es la de pretender “mantener el equilibrio entre el relato personal de su vida, proteger la privacidad de sus seres queridos y además no exponer secretos gubernamentales legítimos”.
En ese punto, el libro pendula entre lo dicho y lo no dicho. Hay menos secretos de los que se podría esperar, más tratándose de alguien que no sólo tuvo acceso a ese descomunal dispositivo de vigilancia sino que además fue pieza clave en su construcción. El resultado es una trama, narrada en primera persona, que repone la gran “cruzada” de Snowden y que enmarca tanto su perspectiva como su relato: la defensa a ultranza de la privacidad, atacada y destruida por “el cambio más significativo de la historia del espionaje estadounidense: el paso de la vigilancia selectiva de individuos a la vigilancia masiva de poblaciones enteras”.
Esa es la gran historia que intenta construir el libro: la recuperación de ciertos límites éticos y morales para la defensa de la privacidad en épocas de -como reza el título- vigilancia permanente. Pero también el libro ofrece datos muy interesantes para ver cómo se producen y construyen los Snowden -los que se arrepienten como él y los miles que no lo hacen-; la íntima relación que se establece entre el capitalismo en su fase actual y las políticas de control y vigilancia y, finalmente, para reflexionar, otra vez, sobre los límites que tiene la libertad y la democracia en la sociedad actual y en las redes.
La construcción de un robot estatal
En la primera parte del libro Snowden pasa revista a su infancia, narra su primer “hackeo” y su debilidad por sus primeras consolas de juego y computadoras. Esto es: un chico común y corriente. En ese punto, todo su relato autobiográfico lleva las marcas de su generación, colocando a Snowden en el lugar de uno más entre tantos.
Sin embargo, esta supuesta normalidad queda desmentida en el tercer capítulo. En él, después de contar su linaje de varias generaciones vinculadas tanto a la construcción como a la defensa del Estado, la descripción de este “chico de la Beltway” -la carretera que rodea Washington- muestra que esa “normalidad” es muy particular: “los vecinos de la izquierda trabajaban para el Ministerio de Defensa; los de la derecha para el Ministerio de Energía y para el Ministerio de Comercio. Durante un tiempo, casi todas las niñas del colegio que me gustaban tenían a su padre en el FBI”. Es en ese marco de relaciones familiares, con una empleada en la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), un abuelo integrante del FBI y un papá con una larga carrera en la Guardia Costera, en el que Snowden va creciendo y va forjando la inseparable relación con el Estado que prefigura su futuro.
Pero además es ese mismo contexto el que fue desarrollando en él el otro gran ingrediente de la fórmula: el patriotismo. Snowden estuvo expuesto desde siempre a los valores de un Estado imperial, los asumió y tomó como propios. Tanto es así que ese proceso culmina con su alistamiento en el Ejército con el deseo y la convicción puestas en la “defensa de mi país”, como él mismo confiesa, después del gran crack de la defensa de los Estados Unidos: los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Capitalismo vigilante
En la segunda parte del libro el tema es su periplo dentro de la estructura de inteligencia de los Estados Unidos. Sin dudas es la parte más lograda, dado que es la que más datos e información aporta sobre el tema.
Si bien en todo el libro apunta a mostrarse como un activista de la libertad y un defensor de la privacidad, es en esta parte donde esa imagen alcanza su punto máximo. Su estadía de más de siete años trabajando para la inteligencia norteamericana es contada con cuidado, manteniendo un concreto respeto por el secreto.
El registro cambia cuando lo que se cuenta es el proceso de ruptura de Snowden con la política de inteligencia. Primero, reparando en las consecuencias físicas (epilepsia, angustia y ataques de pánico) sufridas al enfrentarse a la traición que primero habían sufrido las dos grandes “instituciones” de su vida -“mi país e internet”- y que ahora lo traicionaban a él; en el relato, la democracia norteamericana y la tecnología se desmoronan en la vigilancia masiva de personas, justificada en el nombre de la “defensa” de esa democracia. Segundo, construyendo un relato al estilo de una novela policial para narrar las peripecias que tuvo que pasar en el acopio y salida de los archivos (copiados en memorias mini USD o micro USD que fueron sacadas de las oficinas de inteligencia dentro de su inseparable cubo mágico) que más adelante entregará a la prensa.
Pero lo más interesante es la íntima relación entre el capitalismo y la vigilancia que puede leerse entre líneas. Desde su ingreso a la inteligencia, Snowden figuró como empleado de alguna empresa: primero de Perot Systems, una empresa propiedad de Ross Perot (fundador del ultraconservador Partido de la Reforma), y luego de Dell, que adquirió a Perot en 2009. El relato permite ver el rol que juegan estas empresas en el desarrollo de los sistemas de vigilancia por el cual obtienen enormes ganancias; Snowden lo ejemplifica con claridad al contar cómo le fue ofrecido un puesto corporativo en la Dell, en el que se podría ganar una fortuna vendiendo lo desarrollado para la NSA a la CIA. El plan era ayudar a esta última agencia a ponerse a la vanguardia en la construcción de un lugar para almacenar los datos y permitir su uso colectivo interno (esto es: una “nube privada”). Dell, junto a todos los grandes gigantes de la conexión (Amazon, Apple, Google), estaban entonces ofreciendo versiones privadas (nubes) para el uso de los usuarios. Estos usuarios dejaban sus datos (en forma de canciones, fotos, videos, ebooks, etc.) en copias de seguridad siempre disponibles, que le permitían la posteridad de los datos y un lugar de almacenamiento; pero esa información no quedaba solo al uso de ellos sino también de esas empresas que los valorizan y comercializan, acortando el camino de acceso para los aparatos de vigilancia masiva. Esa licitación, finalmente, fue ganada por Amazon, tanto por la cantidad de datos de usuarios con los que contaba como -deja entrever Snowden- merced a sobornos.
Privacidad: divino tesoro
En estos tiempos de la “revolución de internet”, al decir de Snowden, la “privacidad” es el valor a defender -siguiendo a las mitologías pseudolibertarias de las nuevas tecnologías- y ocupa el lugar que supo ocupar la “libertad” en la “revolución norteamericana”.
En ese punto, esa defensa es lo que permite la edificación de la la heroicidad de Snowden y la actualidad de esa lucha y la publicación de estas memorias, entre otras cosas. Dado que repone el gran tópico del discurso liberal y pequeño burgués del presente: la privacidad y la individualidad construidas como el summun de las libertades personales que aparecen hoy tensionadas, limitadas y hasta negadas también por las nuevas tecnologías y su alcance.
Sin embargo, las revelaciones sobre el espionaje masivo han ayudado a mostrar también las tendencias del capital a la formación de regímenes de excepción y de supresión de las libertades democráticas, que se acentuaron tras los atentados contra las torres gemelas en septiembre de 2001. George W. Bush impulsó en ese contexto el “acta patriótica” (que amplió la vigilancia y las potestades represivas del Estado), pero normativas semejantes se expandieron también por el continente europeo.
Para Snowden, que creyó que internet “era un amigo y un padre (…) y generaba más verdad que falsedad, porque era algo creativo y cooperativo, más que comercial y competitivo”, la transformación de los intercambios virtuales en datos para el comercio representa una brutal desilusión. Lo mismo le ocurrió con el gobierno, con EE.UU y con la democracia. En este caso la desilusión vino con el ataque que la privacidad individual sufrió a manos de los dispositivos de vigilancia masiva. Para una moral institucional como la de Snowden, ese fue el límite, y lo que justifica ser un “soplón”: “un soplón o denunciante -afirma- es una persona que, tras pasar por una dura experiencia, ha llegado a la conclusión de que su vida dentro de una institución se ha hecho incompatible con los principios desarrollados en el conjunto de la sociedad que está fuera de ella”. Snowden, a diferencia de Julian Assange, cree en el sistema, comparte sus valores y entiende que ese sistema se puede mejorar (reformar) desde adentro: “La persona es conciente de que no puede permanecer en la institución, y sabe además que la institución no se puede desmantelar, o que no va a hacerse tal cosa. Sin embargo, considera que la institución sí podría reformarse, así que da el soplo y revela la información pertinente para incorporar el factor de la presión pública”. Y allí apuntan tanto su ahora defensa de la privacidad como sus memorias: a una catarsis individual que purgue y produzca un mejoramiento del sistema. Particular sinfín, que va de aquella democracia ilusoria -que inspiró a Snowden-, luego por la destrucción de esa ilusión por la democracia efectivamente existente -y de la que él formó parte importante- para llegar a una nueva ilusión: la de una democracia capitalista mejorada, con la privacidad como bandera.