Cultura

22/4/2021

‘Mugre rosa’ de Fernanda Trías: ¿pantalla del mundo nuevo?

Reseña de la novela editada por Penguin Random House.

Para hablar de “Mugre rosa”, conviene aclarar desde el comienzo lo que no es: una novela de anticipación. Su autora, la uruguaya -con residencia actual en la ciudad de Bogotá- Fernanda Trías, esquiva la triquiñuela (que, por supuesto, suele resultar bastante válida) de emplazar en el futuro los elementos probatorios de la catástrofe que indefectiblemente acontecerá.

Se anima, inclusive, a una desafiante incongruencia con la realidad más inmediata: sólo el tendido de cableados interconecta los teléfonos de las casas y los sets televisivos, donde desfilan representantes ministeriales, charlatanes desbocados y expertos de toda estirpe, dominan con exclusividad el “prime time” de las pantallas.

Borradas las marcas que se presuponen características de la civilización del presente -celulares, internet-, el interrogante sobre el tiempo histórico en el que se desenvuelve la trama acompaña la lectura. Convencida quizá de que lo que cuenta poco tiene en común con las ficciones especulativas, la narradora destaca transmitir un testimonio de primera mano: “cuando uno lee libros de historia tiende a olvidar que alguien estuvo ahí. Alguien de carne y hueso, y en esta historia ese alguien soy yo”.

Eso sí, el nudo argumental del que se desatan los sucesos perfila sin ambigüedades el panorama. A las aguas del puerto las enturbió la proliferación mutante de las algas, a la vez que se volvieron el cementerio de peces que mueren por un motivo oculto; los pájaros deshabitaron el cielo y desde el ramaje de los árboles ya no se percibe ningún trino; un mortífero viento rojo desuella vivas a las personas que sufren su embate.

La marcha de estas calamidades obliga a dos tipos opuestos de desplazamiento: encerrarse entre cuatro paredes, cuidando de que no hayan hendiduras que sirvan de pasos para que lo siniestro del exterior penetre, o trasladarse a sitios en los que el aire todavía se preserva limpio. Bien puede prefigurarse la depredación capitalista, con sus derrames de cianuro en los ríos y su aspersión de agrotóxicos, como telón de fondo de tales desmadres socioambientales.

En el plano íntimo, la protagonista lleva adelante las tareas de “nodriza” de un niño voraz, aquejado por un síndrome desesperanzador, mientras se balancea sobre las enloquecedoras intermitencias de las muestras de cariño de su madre y los compromisos que aún mantiene -y que no aprendió a incumplir- con un malogrado matrimonio. Quien fuera su compañero se halla internado, ofreciéndole una involuntaria resistencia a la nueva enfermedad contra la que nadie posee inmunidad.

Afuera, las autoridades del gobierno establecen alarmas meteorológicas, precintan las zonas peligrosas, crean patrullas sanitarias y readecúan las salas de un hospital reservado al tratamiento del contagioso mal. Empero, desentendidas de reconocer los orígenes del desastre, con bombos y platillos publicitan los progresos de la factoría, una especie de mega granja, donde se aprovecha hasta el último cartílago de diferentes animales para producir un alimento sintético que se distribuye entre las mesas de las familias en pequeños envases de plástico: la mugre rosa del título.

El detalle de los anillos de una neblina espesa que cercan las calles parece afectar, de algún modo, el ritmo del relato. Una sensación de lasitud que persuade de que avanzar demasiado rápido provocará agitación, si no ahogo. Y al igual que en la película “El hombre de Londres” (2007) del director de cine húngaro Béla Tarr, cuyos personajes también se mueven bajo una penumbra sofocante, la tensión creciente continúa aunque no queden enigmas por resolver. ¿Se debe a que algo hipnótico insista a través de los retazos de diálogos, encantadoramente paradojales, que preceden a los capítulos?