Cultura
15/2/2022
“Mujeres de prensa (1820- 1920)”: del periódico femenino a los movimientos feministas
La edición al cuidado de Luisa Borovsky presenta un recorrido comentado por el primer siglo de periodismo en nuestro país hecho por y para mujeres.
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El lugar social de la mujer en los medios de comunicación es un juego de presencias y ausencias. A lo largo del siglo XX, fue construida como consumidora y como objeto de consumo. Los movimientos feministas contemporáneos y los movimientos políticos que levantan sus consignas han disputado y disputan su rol como productora de discursos en los campos periodístico, científico, literario. En el siglo XIX, en cambio, el signo fue su exclusión de la vida pública: la preocupación de la clase ilustrada era formar al ciudadano (varón) liberal burgués.
La prensa de las primeras décadas posteriores a la independencia recogió el guante del proyecto republicano, al tiempo que la iglesia católica iba reconfigurando su poder para adaptarse a esta nueva forma de Estado. La educación de las niñas -recordemos que solo una mínima parte de la población estaba alfabetizada- quedaba a cargo de la Sociedad de Damas de Beneficencia, institución que también se encargaba de pobres y huérfanos. En este escenario, algunas mujeres intentaron comenzar a construirse como interlocutoras sin desafiar del todo la autoridad del varón pero proclamando su emancipación intelectual y moral. Para ello, debían emprender la difícil tarea de producir e instruir a su público lector. Se posicionaban desde el lugar de madres educadoras, reclamando para sí “una instrucción que ellas pondrían al servicio de sus hijos”. Habrá que esperar casi 80 años para ver fluir la pluma femenina en un periódico de expresa militancia política.
Mujeres de prensa. Las primeras periodistas argentinas 1820- 1920, presenta una selección del periodismo femenino de la época, realizada y comentada por Luisa Borovsky para Adriana Hidalgo editora (2021). El libro abre un recorrido cronológico por aquellas publicaciones que, por primera vez en nuestro país, construyeron como destinatarias lectoras a las mujeres en un escenario en el que la prensa escrita era el soporte privilegiado del debate político. Se estructura en una introducción y ocho capítulos, cada uno de los cuales documenta y contextualiza el trabajo de escritoras pioneras que desafiaron, en distinto grado, los parámetros sociales y culturales de su época. La edición se nutre de transcripciones y no incluye facsímiles, fotografías u otro tipo de reproducciones.
Los inicios conservadores
El primer capítulo está dedicado a Doña María Retazos (1821), la publicación del Padre Francisco de Castañeda. Detrás de este heterónimo, la voz de la mujer se erigía como un artificio retórico que emulaba y reforzaba el universo simbólico asignado a lo femenino. Su estilo era satírico y mordaz: se enmascaraba en personajes y apócrifos que vociferaban en contra de las reformas rivadavianas.
La Aljaba (1830) y La Camelia (1852) fueron, estrictamente, los primeros periódicos escritos por mujeres y destinados a ellas. Ninguno de los dos, sin embargo, propuso cambios drásticos: se centraron en los principios de la religión y la moral sin transgredir el entorno del hogar hacia la esfera pública. Desde La Aljaba, Petrona Rosende de Sierra proclamaba una acción educadora. La Camelia, en cambio, de posición unitaria, pugnaba por “la igualdad entre los sexos” sin cuestionar las desigualdades al interior del género ni “los límites de la propia naturaleza”. Adoptaba un tono irónico y caballeresco que interpelaba de igual a igual al propio Bartolomé Mitre. Este periódico, fundado por la docente Rosa Guerra, trajo la novedad de la escritura colectiva y la interpelación a las mujeres a formar sus propias ideas.
El tercer capítulo ensalza la hoy icónica y fetichizada figura de Juana Manso. Periodista, traductora y escritora antirrosista, sostén de una familia monomarental, emprendió la tarea a la vez pedagógica y política de “entretener para ilustrar”. El 1 de enero de 1854, al retorno de su exilio en Río de Janeiro y Montevideo, fundó Álbum de Señoritas, cuyas secciones reflejaban las ocupaciones típicamente femeninas -dibujo, teatro, música, moda, correspondencia y moldería- pero que también incluyó columnas instructivas como estrategia para promover el acceso al conocimiento científico. Recurrió al folletín como vehículo de ideas republicanas y adoptó una impronta latinoamericanista que, contradictoriamente, tomaba a los Estados Unidos como modelo de civilización y progreso. En sus páginas, reflejó como principales preocupaciones el sometimiento y la cosificación de las mujeres blancas; en particular, de pobres y prostitutas.
Álbum de Señoritas dejó de publicarse ocho semanas después de su aparición. Según Borovsky, su afán de germinar en tierra “dura como la roca” lo condenó a una muerte prematura por falta de suscriptoras, como castigo a su insolencia y tono vehemente. Juana Manso iba a ser la primera mujer miembro de la Comisión Nacional de Escuelas. Algunas de sus ideas iban a ejercer influencia inmediata sobre el programa educativo de Sarmiento y tres décadas después se iban a plasmar en la Ley de Educación Común, Gratuita y Obligatoria.
También La Alborada del Plata (1877) convocó a la unidad y el progreso de las “flamantes repúblicas” pero su apuesta autodeclarada fue a la emancipación cultural. El semanario internacional se proponía rescatar las lenguas originarias de la infancia y difundir la literatura americana. Su fundadora, Juana Manuela Gorriti, hija y sobrina de dos gobernadores de Salta, fue una escritora respetada que contó con la adhesión de Avellaneda, Mitre y Sarmiento pero que ejercía el periodismo amateur con una libertad acotada al servicio de jurados censores y dentro de ciertos límites que eludían la polémica. En la misma línea de opinión matizada, de trato amable y cercano al poder político, Búcaro Americano (1896), de Clorinda Matto de Turner, reconoció en la prensa una oportunidad para que las escritoras de habla hispana afianzaran su perfil profesional. Incluyó homenajes tanto a las referentes de la sociedad conservadora como a las representantes de los nuevos roles. Para entonces, diarios como La Prensa y La Nación ya incluían artículos de colaboradoras femeninas. Matto de Turner, sin embargo, se opuso abiertamente a la ampliación de derechos de las trabajadoras menos favorecidas: especialmente a la agremiación y a la “insensatez” de las huelgas.
Las mujeres en la prensa política
En 1896, un grupo de militantes amparadas en el anonimato publica La voz de la mujer, periódico comunista-anárquico editado en la semiclandestinidad, que reflejaba una propuesta de cambio radical de la sociedad. También constituía una novedad su suscripción de carácter voluntario y su distribución gratuita.
“Ni dios, ni patrón, ni marido” fue la consigna que enarboló la denuncia de la doble explotación y que arengó a las obreras, mayormente inmigrantes que trabajaban en condiciones deplorables y cobraban menos que los hombres, a rebelarse para exigir su “parte de placeres en el banquete de la vida”. Estas escritoras, no solo construían a lavanderas, planchadoras, cocineras y textiles como público lector, sino que promovían la lectura en grupos y alentaban la alfabetización, al tiempo que visibilizaban la situación de sus destinatarias y los abusos de toda índole que sobre ellas recaían.
Borovsky documenta a lo largo de este anteúltimo capítulo los modos en que, número tras número, combatieron la violencia machista, la autoridad jurídica patriarcal y las normas que regulaban sus derechos civiles en la sociedad burguesa; proclamaron el amor libre, el acceso igualitario a la educación, la abolición de la servidumbre doméstica y sexual y animaron a las mujeres a adueñarse de sus cuerpos.
Finalmente, el libro dedica sus últimas páginas a Nuestra Causa (1919), órgano de la Unión Feminista Nacional, vinculado a organizaciones “de libre pensamiento”, a la UCR y al Partido Socialista, atribuyéndole una mayor consonancia con la agenda local, también plasmada en otras publicaciones como El Mundo, El Hogar y Caras y Caretas. El periódico, que tuvo como colaboradoras a Alicia Moreau de Justo, Julieta Lanteri, Cecilia Grierson y Elvira Rawson, sostuvo como principal demanda el derecho al sufragio, encabezó la lucha contra la trata e impulsó tempranamente la educación sexual. Estas mujeres, mayormente universitarias, llevaban la propaganda sufragista a fábricas, inquilinatos y talleres.
Unas y otras
El valor del libro reside principalmente en la recuperación, sistematización y contextualización de estas publicaciones y biografías.
Las primeras fundadoras, creadoras de sus propios medios de prensa, enfrentaron condiciones adversas, desafiaron la descalificación y se hicieron visibles desde distintas posiciones en tensión entre el conservadurismo y la avanzada; propusieron a sus suscriptoras un contrato muy vinculado a la literatura, que las reconocía como público lector pero que excluía a las mayorías. En este primer grupo, la selección de Borovsky recorta una serie de publicaciones que tienen en común una perspectiva poco disruptiva, más femenina que feminista, en el doble sentido de que no pueden ser inscriptas en movimientos concretos y de que tuvieron como límites claros e irrenunciables a las banderas de la maternidad, Dios y la Patria. Ideados por escritoras no profesionales que poseían cierto capital social, estos periódicos se dirigieron a las mujeres alfabetizadas que disponían de medios suficientes. Mayormente no lograron sostener su financiamiento y, tras unos pocos números, casi todos discontinuaron su entrega.
El segundo grupo, en cambio, inaugura la participación de las mujeres como productoras de discursos en la escena política. Por un lado, la voz de las comunistas- anarquistas, plasmada en sus consignas disruptivas, construye posiciones de avanzada y se dirige a las obreras inmigrantes en su propia lengua, interpelándolas desde sus condiciones de explotación cotidianas. Por el otro, el movimiento feminista ilustrado, embarcado en la lucha por el sufragio, que tiende lazos con la agenda de derechos y el orden social de su época.
Borovsky claramente toma posición por estas últimas, de quienes destaca su capacidad de coordinar entre ilustración y acción y su potencial para dignificar a la mujer a través de la ampliación de derechos civiles, políticos y laborales. La editora esboza una serie de críticas a quienes acusa de falta de cooperación con otros medios de prensa y de subsumir la lucha de las mujeres a la propaganda anarquista, entre las que deplora la mención explícita a la sexualidad, el ataque a la familia y el furioso anticlericalismo que, según ella, pudieran haber escandalizado y ahuyentado a lectoras inmigrantes y argentinas. Su opción por el reformismo y la vigencia de las instituciones garantizan la consonancia con el devenir de los partidos burgueses y la reenvían, de este modo, dentro de los mismos límites que, tantas veces subrayó, experimentaban las pioneras.
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