Ojo con el demonio
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La iniciativa de Prensa Obrera de incluir el tema de la música popular y la cumbia villera es muy interesante. Este primer artículo firmado por Aníbal, da elementos para efectuar algunas observaciones. Estas pueden ser controvertidas con el autor, pero las hago respetando su esfuerzo por hacer una caracterización del llamado "fenómeno" de la cumbia villera.
Que el manejo de los circuitos musicales de la inmensa mayoría de los grupos que trascienden es producido por capitalistas casi no está hoy en discusión, salta a la vista hasta para la persona menos informada. Esto vale para la cumbia villera, para todos los géneros de la cumbia y también para todos los géneros musicales que invariablemente caen, a la corta o a la larga, en las manos de las compañías que producen sus creaciones.
Entre las pocas excepciones se encuentran los Redonditos de Ricota, una banda que ha generado una adhesión de masas entre la juventud, que mantiene la dignidad de no sucumbir directamente ante las productoras. Aun así, los Redondos deben igualmente comercializar a los precios del mercado sus propios productos. Esta actitud, además de su calidad musical, ha llevado a que sea generalizado entre la juventud (y no sólo de un sector de la pequeña burguesía) el apoyo a este grupo de rock.
Al igual que con la cumbia villera, el tema central de los festivales de los Redondos es el placer de escuchar a la banda y de que seguro hay una quiebra del orden establecido en el régimen de entradas y un posible enfrentamiento masivo con la policía de cualquier provincia; una señal clara de rebelión juvenil, con los límites que tenga.
La cuestión más específica en torno a la llamada cumbia villera, es si sólo juzgamos las letras de estos grupos y su producción capitalista como adormecedores de la conciencia, una suerte de chupetín de plástico para las masas, o estamos en presencia de algún fenómeno que excede a sus mismos actores y a la propia cumbia villera. Las declaraciones de "Traidor Salinas", el máximo referente de "Los Pibes Chorros", para la revista Viva de Clarín, son muy elocuentes: "Somos pan para hoy y hambre para mañana, lo mejor es que cuando esto pase la gente se acuerde bien de nosotros". Es llamativa la claridad del fenómeno como transitorio para los mismos referentes, que indudablemente no se han subido al fácil carro de la fama.
El fenómeno de la cumbia villera ha generado críticas por derecha e izquierda. Para la derecha constituye una suerte de apología del delito, y la conclusión es hay que detener a sus integrantes. Para un sector de sociólogos sólo merece desprecio, consideran que tiene únicamente el código del "aguante". "Para la cumbia villera la pobreza no es algo de lo que haya que lamentarse, pero su exaltación ya no es revolucionaria sino profundamente conservadora, los villeros no van a generar un cambio social" (Mariano Narodowski, Clarín, 28/1).
Aníbal parece abrevar en fuentes similares, señalando que para ellos no existen las luchas, el piquete ni las huelgas, sino que son una alegoría a los drogones borrachos y chorros.
Pero a nadie se le puede escapar que el fenómeno de la cumbia villera no es su calidad musical, sino sus letras. Estas, gusten o no, son una pintura descarnada de una realidad concreta. Miles de jóvenes van cada sábado a las bailantas. Allí, entre otros grupos de cumbia, los "villeros" se distinguen porque trazan la pintura de la desesperanza, de las barras de chicos desocupados en las esquinas, la falta de horizonte, la marginalidad y la droga. Esto es la materia más corriente en los barrios pobres y un factor con el cual miles de jóvenes conviven; y aunque la mayoría no comparta caer en el delito o en la adicción, de alguna forma roza con ellos, por eso no se escandalizan ni se atemorizan por los códigos establecidos por sus pares; no idolatran a los chorros ni a los drogones, saben que son así, como los describen estos grupos.
Comparten todos el odio y la desconfianza a la actuación de la policía, particularmente corrupta en la provincia de Buenos Aires, ligada a la droga, al afano y la prostitución. Acá no hay que analizar si la burguesía soporta a la cumbia villera para hacer sus negocios; el tema es más profundo. Hay un quiebre de los pilares del Estado burgués cuando existe un sentimiento masivo de odio y desconfianza frente a las instituciones del propio Estado. El odio a la policía desde ningún punto de vista puede ser considerado nunca como un hecho menor.
La acusación de machistas reaccionarios a los de la cumbia villera, de parte del autor de "No hay mujeres feas", "Mi cuñada", "La mujer del carnicero" y otras letras, no precisamente feministas, suena a exageración. De ningún modo va a lograr que haya una ajuste de cuentas de las mujeres con los grupos que, sábado a sábado, van a ver sus propios hijos.
Si existen organizaciones piqueteras de masas, que están pegadas al sentir de esos jóvenes, éstas se van a dar una política de integración de la música con la lucha. No hay que dar por clausurada nunca esta perspectiva… Si avanzan en su organización y tienen con estos jóvenes una política de no marginarlos con consideraciones ideológicas, se va a romper algún eslabón del circuito capitalista que denuncia Aníbal; entonces va a surgir de la cumbia, y de otras expresiones musicales, otras Manos de Filippi, que partiendo de la denuncia a la represión por la droga se ligó a las organizaciones de lucha y se ha ganado el respeto de los piqueteros, que nunca pagarán una entrada para un festival, pero que los conocen y los quieren.
Los grupos que directamente tocan en los piquetes son una expresión de vanguardia, son muy minoritarios, son compañeros de lucha, no sobreviven comercialmente con un auditorio que no cuenta con recurso alguno; necesitamos de ellos, pero también de miles artistas que lleven fuera de los piquetes sus denuncias, muestren simpatías por los luchadores y luchen también ellos por sus propias reivindicaciones. Valoramos mucho que en algunos momentos expresen su solidaridad musical, como La Renga, la Bersuit, las Manos y otros. Ya vamos a ir fraternalmente por los de la cumbia; están demasiado metidos en lo más profundo de nuestros propios barrios para que sean tan ajenos a los luchadores.