Preguntas a un obrero que lee
Un documental sobre el Goyo Flores
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"Preguntas a un obrero que lee”, de Hugo Colombini, versa sobre la experiencia del clasismo cordobés, enfocándose en el Sitrac-Sitram y poniendo el eje en el testimonio de uno de sus protagonistas: Gregorio Flores, fallecido en 2011.
El film brilla allí donde logra mostrar la experiencia viva de los sindicatos clasistas: la ruptura con la burocracia, la democracia obrera, la acción directa, la unidad obrero-estudiantil; rescatándola como parte de una tradición (el Goyo reivindica el método del piquete desde su uso por los anarquistas).
Sin embargo, al no desarrollarse los antecedentes inmediatos, ante todo las sucesivas traiciones de la burocracia sindical peronista (entrega de grandes huelgas, pactos con los militares), queda trunco el porqué del ascenso del clasismo.
El documental menta la evolución política de Goyo: de la pasividad a la acción sindical, de esta a la toma de posición clasista, y de allí al socialismo -que Flores define, con agudeza, como “un régimen social donde la vida no es un negocio”.
El documental enfatiza la doble vía de esta evolución. El Goyo llega a sus primeras conclusiones fruto de una experiencia concreta de organización y lucha; en esta se reconoce a sí mismo como “bruto” y decide leer y estudiar, a partir de lo cual toma definitivamente posiciones revolucionarias.
Una entrevista colectiva reúne a Flores con Paéz y Masera (también reconocidos dirigentes de Sitrac-Sitram). A sus protagonistas no se les escapan los límites del proceso. El Goyo reflexiona que no utilizaron a fondo el potencial del prestigio alcanzado, tanto para extender el clasismo a otras fábricas y sectores como para apalancar desde allí un acercamiento de las bases a posiciones revolucionarias.
Como nada opera en el vacío, esa escasa explotación confluyó con los límites que el “peronismo revolucionario”, aliado al PC, o el foquismo impusieron a la organización independiente del proletariado. En este mismo sentido, la película acierta en desmitificar a Agustín Tosco, cuya reconocida honestidad suele servir para empañar su política de conciliación de clases.
Fuera de la glorificación, se pinta a una vanguardia obrera viva, que junto con grandes aciertos comete errores y busca extraer, a partir del debate, conclusiones de lo vivido.
El hilo de la historia se enreda pero no se corta
Una escena breve y potente: a la salida de la Fiat cordobesa actual, Colombini pregunta a los obreros por la experiencia del clasismo. El desconocimiento de ellos denota un problema histórico fundamental: el quiebre en la transmisión generacional de las experiencias más avanzadas del proletariado argentino. Se ven allí las huellas que han tendido a borrar las Tres A, la dictadura, la restauración democrática, las derrotas.
Tematizar tal amnesia, e intentar zanjarla, constituye un valor del film. Sin embargo, omite una cuestión que no es menor: el esfuerzo del Goyo por superar los límites de la propia experiencia de los sindicatos clasistas, planteándose la construcción de un partido obrero, incorporándose al PO, siendo su candidato a presidente en el 83 y dando el último suspiro como militante de nuestra organización. Al no tratar este capítulo, el documental cobra un aire de nostalgia inmerecida. Esto se hace patente en elecciones formales: la melancólica música sobre el final, un ritmo algo cansino, la presencia del director como una suerte de arqueólogo. Es lo que admite el director: “Hoy, hay un fenómeno similar (…) pero no es lo mismo (…) [aquel sindicalismo era] más romántico, con un contenido superior de ideales”. Pero el mismo Goyo afirma a cámara lo contrario: que hoy la conciencia de la vanguardia es más avanzada que en los ‘70.
Críticas estas que no oscurecen una sentida recomendación de la obra. Que viva (y vive) el clasismo.