Cultura

12/2/2015|1350

René Lavand, el poeta de las cartas


Héctor René Lavandera jugó sus últimas cartas la mañana del sábado 7 de febrero. Tenía 86 años. Como si fuera aquella escena de Ingmar Bergman, pero esta vez con un mazo de naipes en lugar de un ajedrez, perdió el mano a mano con la inapelable muerte. Pero cometió su último engaño: nos dejó su vida, la magnitud de su ilusión.


 


Pasó a la historia como René Lavand. No le gustaba que lo llamaran mago. Mucho menos que alguien dijera que hacía "trucos". Se definía como un "ilusionista, un creador de ilusiones".


 


Una vez contestó cómo había aprendido todo esto: era el virtuosismo de su mano izquierda, la mirada atenta, los relatos que contaba, la pausa, su mano derecha en el bolsillo, la sonrisa de galán. Todo esto lo había aprendido de los grandes: Beethoven, Bach, Vivaldi, Mozart. Lavand buscaba armonía entre lo que mostraba y lo que decía. Su mano era música.


 


Fue hijo de un zapatero y una maestra de escuela. A los 9 años, en un accidente de autos, perdió la mano derecha. No había técnicas de prestidigitación para una sola mano. Tuvo que ser autodidacta. No leyó ningún libro de ilusionismo ni de cartas. Hizo -tuvo que hacer- su propio estilo. Inventó un lenguaje.


 


Contaba que el laboratorio -así llamaba a su lugar de ensayo- era su vértice más íntimo: allí se sentaba cada mañana, apoyaba su mano izquierda sobre el paño verde y mezclaba las cartas. Vivió en Tandil, su lugar en el mundo. Actuó para millones desde la televisión. Se presentó en teatros de la calle Corrientes. Dio clases, seminarios. Dio la vuelta al mundo: fue invitado en los programas de Ed Sullivan y Johnny Carson. Era tocar la gloria.


 


Amaba las cartas. Decía: "La baraja es un frágil pájaro que si lo aprieto demasiado lo mato y si lo suelto por demás se me vuela". Recordaba a Homero Manzi, que escribió que los naipes son cartones pintados con palos de ensueño, de engaño y amor. Buscaba la belleza de lo simple. No lo podía hacer más lento.


Quizás la mejor definición sobre él la eternizó el ilusionista español Juan Tamariz: "Es el maestro de la pausa y el poeta de las cartas".


Dijo una vez Jorge Altamira que "los poetas tienen la imaginación que hace falta para cambiar este mundo; cuando los trabajadores empiecen a pensar como poetas vamos a tener una revolución social".


 


René Lavand, el poeta de los naipes, fue un fabricante de imaginaciones porque toda ilusión es una realidad en potencia. Es la narración de otro mundo posible.