Cultura
7/3/2023
Roald Dahl y James Bond: los tutores progresistas y la devaluación de la cultura
Censura, autocensura y domesticación del público. Dónde estamos parados.
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La censura a la obra de Dahl abrió la polémica
Como si hubiéramos vuelto a los ‘60, Gran Bretaña volvió por unas semanas a estar en el foco de la cultura. Lo que llegan ya no son discos de los Beatles o best sellers, sino noticias de censura.
A la publicación de novelas de Roald Dahl con “pequeñas correcciones” que pudieran “herir sensibilidades” (basta de “gordos”, “feos” y peladas, de referencias a ciertos escritores y del uso del término “hombres” para grupos mixtos) le siguió el anuncio de una reedición de las novelas de James Bond, del autor Ian Fleming, sin referencias raciales.
El caso de Dahl produjo un rechazo extendido, incluso obligando a la editorial en cuestión (Puffin UK) al anuncio pretendidamente salomónico de que junto a las nuevas versiones “revisadas” habrá también reediciones sin modificaciones.
Numerosas voces condenaron la cancelación “bienpensante” de Dahl con lucidez, desde un enfoque crítico de la industria cultural capitalista (para desgracia de la derecha, que gusta presentarse como única oponente de la censura progresista). Es el caso de autores y autoras de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) de la región como Sebastián Vargas y Silvia Schujer, de Argentina, y la chilena Carola Martínez Arroyo, que coinciden en rechazar una visión condescendiente con las infancias y moralizante de la literatura. Y en señalar que detrás de la prédica progresista se encuentra la intención de garantizarse mayores ventas, incluso reescribiendo para ello la obra de un autor como Dahl, que ya advirtió en vida contra sus potenciales censores, y que ahora muerto ya no puede defenderse.
Doctor No
Los peligros de la reescritura histórica son conocidos para todos aquellos avezados en manipulaciones de documentos como las perpetradas por el estalinismo, que llegó a borrar o falsear el papel de protagonistas de la Revolución Rusa. La desfiguración del pasado ha sido siempre compañera de aventuras de las masacres y las traiciones. Si la diferencia de escala entre experiencias como estas y los casos que nos convocan es evidente, eso no debería llevar a ignorar un hilo común. La reescritura “desde arriba” de documentos y obras constituye un punto extremo de la tergiversación de la historia, lo que a su turno obstruye la aproximación crítica al legado de las generaciones anteriores. El asunto es patente en la intervención de las novelas de Ian Fleming protagonizadas por James Bond: al eliminar el uso despectivo de la palabra “negro” por parte de Bond, se termina embelleciendo la ideología imperialista encarnada por el agente, de la que el racismo forma parte intrínseca.
La modificación de la obra de Roald Dahl no solo sobreestima el potencial de ciertos términos “ofensivos” en sus relatos, bajo la creencia de que, al decir de Vargas, “los niños no son personas completas (…) no tienen capacidad de pensar ni de discernir entre una historia de ficción y la realidad”. Responde, a su turno, a la tendencia creciente a abolir cualquier posible conflicto que pudiera existir al interior de las obras, a la que nos referimos en otra ocasión. En este caso, entre los prejuicios que pudieran expresar esas palabras “incorrectas” y el carácter concientemente crítico de la escritura de Dahl, con una visión ácida sobre la institución familiar, con niños y niñas que hacen frente heroico al desamparo.
Los cretinos
Con conocimiento del monstruo desde adentro, Schujer y Martínez Arroyo invitan a no “rasgarse las vestiduras” por un fenómeno de blanqueamiento que trasvasa estos episodios, y que se ha instalado de lleno en la gestación misma de las obras. Como manifiestan las autoras, donde no censuran directamente, las editoriales de LIJ promueven la eliminación de todo aquello potencialmente ofensivo, forzando a la autocensura de quien pretenda publicar. La circulación en el mercado y la producción se retroalimentan de forma viciosa.
No es necesario abundar en ejemplos para ver que este fenómeno está lejos de restringirse a la LIJ. La coexistencia de la censura de piezas pasadas (como sucediera con la descatalogación de Netflix de “Lo que el viento se llevó”) con las invitaciones a la autocensura se hace cada vez más patente en la industria audiovisual, donde abunda la producción de insulsas películas y series concebidas “para no ofender a nadie”.
En este espíritu de época se entretejen una serie de fenómenos. La burguesía demócrata incorpora los acertados cuestionamientos de movimientos como los de disidencias o los de los negros contra el racismo y la discriminación de género en la cultura, buscando en esa operación (a veces llevada al punto de la caricatura) neutralizar los filos más agudos de estos activismos, prometiendo que en el sistema “hay lugar para todes”. Tal accionar es parte, a su vez, de una mediocre “batalla cultural” de ese progresismo contra la ultraderecha, que ha crecido al calor de sus fracasos.
Y, claro, está la ley suprema del capital, que es el afán de lucro. Por tomar un caso paradigmático, un estudio de 2019 relevó que la cantidad de escenas de sexo en películas mainstream de Hollywood se encuentra en su punto más bajo de los últimos 50 años. Reseñando el asunto, la crítica Christine Newland apuntó con tino que es el resultado de blockbusters “diseñados para que sean lo bastante formulistas e inofensivos como para atraer a un gran público” (BBC, 4/11/21).
En este punto, empieza a delinearse el laberinto en el que nos hallamos, adonde nos ha traído un empresariado del entretenimiento tan mezquino como cobarde. La condescendencia con la que es tratado el público infantil y adolescente se extiende cada vez más a un público adulto “infantilizado” en el peor sentido, al que los demócratas de la cultura le ofrecen un producto light y colmado de “buenas intenciones”.
Esta vulgarización de las obras no puede por sí sola anular el sentido crítico, claro; cismas sociales, relaciones y movimientos pueden sacudir al espectador o lector más inconciente. Pero sería un error menospreciar los efectos de semejante devaluación de formas y contenidos en producciones que son de consumo masivo y ocupan una importante franja de las horas de ocio. La esterilización y borramiento de todo lo que pueda “hacer ruido” promueve la percepción pasiva y la desmemoria, que de seguro no son buen caldo de cultivo para las transformaciones sociales que tanto necesitamos.
Por todo esto es que nuestra reacción al curso que están tomando las cosas no puede limitarse a argumentos de denuncia, por muy necesarios que sean. Tenemos que responder, con virulencia, que ya ha sido suficiente de dueños y tutores, y tomar la cultura -como el mundo- en nuestras manos.
https://prensaobrera.com/cultura/sobre-la-pandemia-la-derecha-libertaria-y-otros-terrores-actuales/