Cultura

17/8/2022

Siria: un grito furioso contra el imperialismo

"Porque siempre es triunfal la memoria del agua".

Siria - Susana Cabuchi

Susana Cabuchi comienza Siria con una invocación, a la manera clásica, pero con la particularidad de que es una invocación a los muertos: “Vuelvan/cúbranme de su idioma/volador/como las arenas de Maaloula”. Son sus muertos, sus ancestros, pero también son los muertos del día, los que el imperialismo y los fascismos que éste engendra van dejando desperdigados por los caminos en nuestro presente, transformando Medio Oriente (y no solo Medio Oriente) en un campo minado de desolación y barbarie.

Este libro nace (la autora nos lo explica en una nota al pie) del pedido desesperado de Jeannette, su pariente lejana a quien reencuentra en un viaje a la tierra de sus abuelos. Naíme y Ayech, abuelos paternos de Susana, llegaron a la Argentina con su pequeño hijo escapando de la persecución de las autoridades francesas. Se instalaron en Córdoba, más precisamente en Jesús María, dejando todo atrás como tantas familias destrozadas por la guerra y la miseria a lo largo y ancho del mundo, pero sin olvidar. En 1991 Susana decidió volver para reencontrarse con esa historia mutilada, que es la de su familia y la de cientos de miles de desplazados, masacrados, despojados y condenados de la tierra que no tienen voz.

Jeannette le suplicó a su pariente argentina, de mujer a mujer, con esa complicidad de los oprimidos, que grite, que escriba gritos que desgarren el papel y que hagan legible su voz. Eso es Siria (el libro, el país, el paisaje desolador). Una promesa arrojada en un poema de 1978 en el que la poetisa le hacía a los muertos una invitación: “Ahora/ que duermen con todos los parrales/en la tumba/y que en la casa/no están ustedes y han muerto/los canarios,/les prometo/un racimo de uvas/ este verano”.

Susana reconstruye una historia (¿la de su viaje a Siria? ¿la de su familia inmigrante? ¿la de su otra patria olvidada?), y lo hace además con historicidad. Porque no siempre fue así, porque hay una explicación para tanto dolor, no es un estado del alma, una maldición, un castigo de Dios. Ella sabe que en ese suelo, en los márgenes de sus viejos ríos, alguna vez se crearon la rueda, la agricultura, la escritura, la civilización. Que de sus majestuosas ciudades salieron los Abderramán que civilizaron Occidente, y desde sus cúpulas reinó el más sabio de los príncipes medievales, Saladino. Es consiente de que aún en el siglo XX,  las cosas fueron distintas a lo que son, y que han sido el imperialismo y sus mercenarios los que han sembrado esas tierras de oscuridad.

El presente con el que Siria nos confronta es, desde luego, desolador. Un paisaje de cementerios rotos, de escombros de escuelas y hospitales, una foto de Aylan ahogado en una playa por escapar del horror. Pero no es la crónica de una derrota sino un grito furioso.

Susana Cabuchi dejó este mundo hace apenas unos días, el 26 de julio de este año, a los 73 años y luego de una rica trayectoria como poeta y docente. Nos legó obras entrañables, como El corazón de las manzanas (1978), Patio solo (1986) y Álbum familiar (2000). En ellas logró enhebrar versos de una ternura cruel y comprometida, que no dejan duda acerca de la futilidad de intentar separar la belleza de la lucha por un mundo más justo, donde los Aylan puedan crear castillos de arena en las playas y las Jeannette griten solo por placer o alegría. Quienes hayan conocido a Susana en vida podrán hablar sobre su persona. Los que no, en cambio, contamos con su obra, que alcanza de sobra para hacérnosla entrañable.

Susana nos dejó Siria antes de irse, como un legado, una promesa cumplida a Jeannette y a sus ancestros, a todos los que no pueden hacerse escuchar. Barnacle, editorial independiente ya habituada a publicar letras que incomodan, gritos de belleza desgarradora y urgente, la publicó en el mismo mes de julio en que su autora partió, soñando todavía una tierra mejor para los que vienen, de la que ella y sus ancestros puedan estar orgullosos, donde valga la pena vivir.