Cultura

26/7/2016

Stranger Things: la nostalgia posmoderna

La nueva serie ambientada en los comienzos de los años 80, se convirtió en un clásico instantáneo de la ciencia ficción. 

Lanzada recientemente  la serie televisiva Stranger Things sitúa su acción en un pequeño pueblo estadounidense en 1983 y desenvuelve, a partir de la desaparición de un niño y su búsqueda, una trama que comprende misteriosos experimentos estatales y elementos sobrenaturales.


 


En poco tiempo, Stranger Things se ha vuelto un éxito de público, con espectadores que consumen los ocho capítulos de la primera temporada a velocidad express. A primera vista, hay motivos evidentes: mientras la dirección de actores, el hallazgo de locaciones terroríficas y la factura fílmica son impecables, la trama incorpora la seducción de todos los géneros, echando mano del misterio, la aventura, el humor, el terror y el melodrama familiar y romántico.


 


La serie basa su éxito, también, en su incorporación a la ola de nostalgia por los ‘80, expresada en las nuevas apariciones de Los Cazafantasmas y Las Tortugas Ninja. Justamente, la crítica ya ha vertido ríos de tinta sobre las profusas referencias de Stranger Things al cine y la televisión de consumo masivo de la década del ex presidente estadounidense, Ronald Reagan (mandato 1981-1989).


 


Curiosamente (o no tanto) se trata de una nostalgia por una década nostálgica. Los 80’ de Hollywood contaron con una profunda reflexión sobre el pasado de su producción, dando como resultado un cine que, en sus mejores exponentes, combinó la llegada a las masas con una vena crítica sobre el imperialismo norteamericano y su representación fílmica. En el coletazo de la década (1993), Joe Dante hizo en la brillante película Matinee una analogía entre el cine de terror de las décadas del 50 y 60 y el miedo a los cubanos en la crisis de los misiles.


 


Stranger Things hace guiños a la filmografía del estadounidense John Carpenter (Christine, Escape de Nueva York, Asalto al Precinto 13), pero su fundamento más profundo se halla en el espíritu demócrata de los 80’ de las películas de Steven Spielberg. A los excesos de la CIA se le opone un policía bueno (como hacía el agente de Tiburón frente al alcalde), y la evocación idílica de la unidad familiar se halla a años luz de las críticas al “american way of life” ("el estilo de vida americano") de Halloween de Carpenter y del Freddy Krueger del guionista y director Wes Craven.


 


Como destaca en un comentario de la serie el crítico argentino Mariano Morita, “para toda nostalgia tiene que existir una contrapartida crítica, sino sólo se trata de un refugio”. Stranger Things lo es, en efecto, y aparece como un típico caso de lo que el crítico y teórico literario estadounidense, Fredric Jameson, llama los “filmes de la nostalgia” posmodernos, más centrados en los clichés pop y las imágenes de una época que “en entender las contradicciones y ambigüedades de la historia” (citado en www.ejumpcut.org/currentissue/SperbDigital-nostalgia/).


 


Al carecer de una reflexión sobre el tiempo que rememora, el homenaje a  los 80’ termina resultando algo superficial: sin reflexionar sobre sus condiciones de creación, añade sin más a la imagen digital un efecto de grano de celuloide. 


 


Se trata de un pasado de oro, mágico y sin manchas; esa suerte de pasado ahistórico propio del posmodernismo, en donde Jameson ve una forma de hacernos olvidar nuestra propia historia y, por tanto, una amputación a nuestra capacidad de transformarla. Sin preguntarse por el sentido de su nostalgia, la serie nos invita a volver a un pasado que parece más simple; como dice un crítico (en www.criticasenserie.com/2016/07/stranger-things.html), “las historias tenían magia, los personajes eran más inocentes, los aliens no venían a invadirnos y no lo solucionábamos todo buscando en Google. En Stranger Things volvemos a esos años”. Desde ya, la evocación de la década aparece desprovista de los golpazos de Reagan al pueblo norteamericano.


 


Sumado a estos elementos, quizá lo más notorio sea que el elemento terrorífico está estrictamente “en otro lado”, separado nítidamente de la sociedad a la que acosa. En una época de antihéroes televisivos, y de crisis económicas y políticas en todo el globo, Stranger Things viene a ofrecer tranquilidades, y en eso probablemente resida otra clave de su éxito. Es justo reconocer que lo hace entreteniendo a lo grande.