Cultura

21/10/2020

Tengo miedo, torero: adaptaciones y políticas

El film chileno recién estrenado en Cine.Ar se basa en el libro homónimo de Pedro Lemebel, que narra la relación de una travesti con un guerrillero en la dictadura de Pinochet.

En medio de polémicas por su adaptación, se estrenó -hace un mes en Chile y ahora en la plataforma argentina Cine.ar-, la película Tengo Miedo, Torero de Rodrigo Sepúlveda, basada en la novela homónima de Pedro Lemebel publicada en el año 2001.

La narración relata las vivencias durante la dictadura chilena de La loca del frente, una travesti mayor (encarnada por el chileno Alfredo Castro) que luego de sus años de vivir de la noche subsiste de la costura, y su encuentro con Carlos, un militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, brazo guerrillero del Partido Comunista, y cómo este enamoramiento la lleva a involucrarse en un operativo clandestino para asesinar al mismísimo Pinochet. El momento en que se desarrolla es septiembre, en vísperas de un nuevo aniversario del golpe liderado por este.

Lo primero que trajo críticas ha sido la ausencia en el film de la otra trama presente en el libro, que es la de Pinochet y su esposa, profundizando sobre la personalidad del dictador, sus miedos, sus deseos y su vida conyugal. Lo cierto es que no se puede (ni hay por qué) esperar de una adaptación cinematográfica un calco textual de una novela, por más visual que esta sea, y que la película no deja de lado el contexto represivo de la dictadura pinochetista en que se desarrolla la historia.

Una pérdida quizá más significativa sea la de las diferencias de clase entre los personajes, que juegan un importante papel en el libro y aparecen bastante disueltas en el film. Más en general, la apasionante prosa y construcción de personajes de Lemebel no consigue un correlato afortunado en su versión audiovisual, que se lleva bien y cumple en su estructura pero no tiene demasiados elementos destacados.

Por su parte, la elección de actores extranjeros para varios de los papeles principales (entre ellos el de Carlos, interpretado por el mexicano Leonardo Ortizgris) parece más justificada por las necesidades de la coproducción que por alguna intención de universalidad. La decisión no solo hace algo de ruido con el señalamiento de uno de los personajes de Lemebel en la novela de que el problema de los chilenos es que no conocen Chile; sino que -junto a otras decisiones de guion-, tiene como efecto que la lucha contra Pinochet pueda aparecer como algo “traído de afuera”.

La generalizada acusación de “despolitización” que se hace a la adaptación omite, con todo, que el film ahonda en un punto menos explorado en la novela, recogiendo otras elaboraciones del propio Lemebel. Hablamos de la crítica a la política de los Partidos Comunistas estalinistas contra las diversidades, tildando a la homosexualidad como una “desviación burguesa”, expulsando a las personas LGBTI y hasta llevándolas a campos de trabajo forzado, como sucedía en el caso de Cuba. “Si algún día hacen una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila”, le dice La loca del frente a Carlos haciendo referencia a esta situación, que se venía arrastrando desde que Stalin reintrodujese las reaccionarias normativas en la materia que había eliminado la revolución bolchevique de 1917, como la criminalización de la homosexualidad.

Esta valiosa línea de crítica, por la que la figura de Lemebel y su potente escritura ha sido fuertemente reivindicada por el movimiento LGBTI, no se extiende en la novela a una más general sobre la política del Partido Comunista, al cual el escritor estuvo relativamente vinculado. Pese a la fuerte presencia de la cuestión política, en la turbulenta y apasionante trama que construye Lemebel no aparece el papel protagónico del PC en la contención del alza popular por parte del gobierno de Salvador Allende y en la incorporación de militares al Poder Ejecutivo, que prepararon las condiciones para un golpe del cual el propio Allende terminó siendo víctima. Tampoco el film indaga sobre este punto.

El valioso llamado de Lemebel a incorporar los reclamos de las “locas” a la lucha de la izquierda precisa, para llegar a buen puerto, que esa izquierda sea revolucionaria, y no un engranaje del Estado que oprime a las diversidades.

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