Cultura

12/3/1998|576

Titanic

James Cameron, que hizo películas como Terminator I y II, y El Abismo, produjo un gran film-espectáculo, para el que la Fox gastó 280 millones de dólares. Llegó al extremo de hacer un Titanic equivalente al 90% del real, que medía unos 300 metros, en una gran pecera de 20 mi­llones de litros. Para conven­cer a la Fox decidió mostrarle las partes de la historia ro­mántica sin efectos especia­les. Pero para que el proyecto continuara en sus manos Ca­meron renunció incluso a su sueldo. Cameron se caracte­riza por ser un maniático per­feccionista con relación a los efectos especiales. Con prota­gonistas como Kate Winslet, de Criaturas celestiales y Sensatez y sentimientos, y Leonardo De Caprio, de Romeo y Julieta, tal vez ésta sea la película más taquillera de la historia del cine.


Según Newsweek, el público la está viendo dos o más veces y sorprende que el 37% sea mayor de 25 años, teniendo en cuenta que la película es propia de los romances de principio de siglo.


De la mano de dos jóvenes enamorados, el espectador va a conocer al Titanic y su historia. Pero para poder describir el barco de 50.000 tone­ladas, los enamorados deberán ser de dos clases distintas. Se conocen en la popa del barco cuando Rose, parece querer suicidarse en las heladas aguas del Atlántico norte. Di Caprio, sin una mone­da en su bolsillo, pero con muchas ganas de vivir y salir adelante, la salva y seduce, para luego ser seducido.


La historia transcurre, sin embargo, con el trasfondo de las relaciones sociales en el barco. El desprecio de la aristocracia hacia las otras clases, las relaciones libres y alegres de un baile popular en los camarines de tercera clase. El Titanic, coloso de hierro, es como una pirámide social. Arriba están los camarines y la borda de la alta sociedad, luego sigue la segunda clase y con la tercera están los trabajadores de las calderas del Titanic y los empleados.


Nos acercamos a la última hora de la película, contada en tiempo real, al momento de la tragedia y los efectos especiales. El constructor del barco le dice al capitán, luego del choque con el témpano: “se hundirá en una hora, a lo sumo dos”. Las razones que llevaron a la muerte a 1.500 personas tiene que ver con el lucro capitalista. Los vigías no tenían prismáticos; el capitán ordenó aumentar la velocidad a 21 nudos para que el arribo anticipado diese más crédito al barco y a la constructora; para evitar que la borda de primera clase no se viese atestada de botes salvavidas se colocaron sólo la mitad de los necesarios para una emergencia.


Impresiona a algunos espectadores la actitud de cada personaje frente a la muerte. Así lo cuenta un editor de revistas de Tokio, entrevistado por Newsweek: “Me impresionó la forma en que un gran número de hombres en el barco decide quedarse a bordo y hundirse con el barco... Para mí, fue una película acerca de la forma en que los hombres eligen su final”. La genera­lización sólo vale, sin embargo, para la primera clase; Rose y Di Caprio optan, en cambio, per vivir. Parece que el culto a la muerte se limita a los ricos y traduce a una clase en decadencia, que dos años más tarde desataría la Primera Guerra Mundial.


La película no cuenta que de la primera clase sobrevivió el 63% de los pasajeros; mientras que fueron 42% los sobrevivientes de segunda clase, y tan sólo el 25% los de la tercera. Tampoco narra que alrededor de 30 hombres de primer nivel se escapa­ron en un bote, cuando la prioridad era para “ni­ños y mujeres”. Los mayores responsables de la tragedia salvan sus vidas, y aún hoy, a pesar del hundimiento del coloso, su constructora sigue dan­do jugosos beneficios.


Como dijo Cameron: “El público va a apren­der mucho sobre la historia del Titanic”