Cultura

28/6/2024

Un canto a la organización de los trabajadores

La muestra del grupo de artistas visuales Mondongo en el Malba.

La versión contemporánea de “Manifestación” de Berni, por el grupo Mondongo

La muestra del grupo de artistas visuales Mondongo (Juliana Laffitte y Manuel Mendanha) en el Malba es un canto a la organización de los trabajadores. A partir de un ejercicio de visibilización de las villas y una aparente imposibilidad de salida, propone un camino: organizarse y luchar. La muestra presenta contradicciones de la realidad social bajo el capitalismo, así como de la práctica artística, haciéndose cargo tanto de los límites como de la potencialidad del arte para intervenir en la transformación de la realidad.

La “joya” de la muestra es una versión contemporánea de “Manifestación” de Antonio Berni, ubicada en Buenos Aires, en torno a la Plaza de Mayo. La obra es impactante por su realización, dado que todo el color está aplicado con plastilina, condensando 20 años de experimentación de Mondongo con ese material. A su vez, es una pintura en altorelieve, cada manifestante tiene volumen, a partir de modelado digital de fotos tomadas en su estudio e impresas en 3d. Solo eso, vale la visita, pero la muestra es mucho más que la técnica descomunal de Laffitte y Mendanha.

Aunque se presenta como un homenaje a Berni, conecta dos íconos de la llamada “pintura social” de Argentina: “Sin pan y sin trabajo”, pintada en 1890 por Ernesto de la Cárcova y la ya mencionada “Manifestación” de Berni, de 1934, donde una movilización popular reclama, justamente, pan y trabajo. Además, dialoga con las pinturas, grabados y collages de Berni sobre las villas rosarinas y su personaje arquetípico Juanito Laguna, un niño compuesto con desechos urbanos e industriales, que lo presentan como “descarte” para el capital.

Pese a que se trata de muy poquitas piezas, la muestra es un laberinto, espacial y entre capas de representación. Por ejemplo, recrean la pintura de De la Cárcova con los métodos y temas de Berni (la villa y los materiales de descarte) y conectan imágenes del principio y del final del recorrido, a través de infinidad de detalles. La exhibición se organiza en dos grandes espacios, una instalación que recrea una villa, abigarrada de cosas, y una sala muy oscura de 21 metros donde solo se exhiben tres cuadros: la obra original de Berni, “Manifestación”; en la pared opuesta, la versión de Mondongo y, entre ambas, “Villa II”, de la serie Sur Global, un cuadro circular que también presenta una villa, en plastilina, con muchos guiños a Berni y resonancias tanto de los asentamientos argentinos como de las favelas.

Los dos sectores contrastan como la villa en el Malba. Entre los dos espacios hay una obra enigmática, circular, que parece un portal a otra dimensión, tipo agujero de gusano, donde se espiralan muros de ladrillos a la vista con vidrios rotos en la parte superior, como los que se ponen sobre las medianeras. En el centro del círculo hay un contador que siempre vuelve a empezar y en cada repetición nos dice: Chau. La sensación es angustiante, nos hundimos en un mundo de propiedad privada, segregación, exclusión. Dan ganas de aplastar los ladrillitos de plastilina y moldear otra cosa.

En el primer sector, el público ingresa a una reproducción de una villa, cuyos techos se ven desde los pisos superiores del museo, escandalizando a críticos conservadores que aceptan una pintura de una villa, pero no que se les invite a ingresar a una, aunque sea de mentiritas. Desde su interior también se ve, a través del techo, la estructura despampanante del Malba, recreando los contrastes reales entre los asentamientos precarios y las torres de lujo que los rodean.

Mondongo toma una expresión de Berni respecto de que ante una realidad que “rompe los ojos”, el artista “está obligado a vivir con los ojos abiertos”. Y parecen obligar al espectador a lo mismo. Por eso, ponen en juego, ni más ni menos que el problema mismo de la representación y las relaciones entre arte y protesta social. El problema que desarrollan es cómo representar la pobreza y la organización de los trabajadores.

La habitación principal de la villa reproduce dos veces el cuadro de De la Cárcova. Por un lado, pintado sobre una bandera, con las cañas listas para salir a marchar; por otro, en el espacio: la habitación a la que ingresamos es la del cuadro.

En la pintura original se ve a una pareja sentada junto a una mesa, ubicada bajo una ventana. Afuera se distingue a la policía reprimiendo una huelga. La mujer sostiene a su bebé en brazos, sin nada que ofrecerle, y el hombre mira tenso por la ventana, con el puño impotente golpeando la mesa, junto a sus herramientas de trabajo, inertes. En la villa de Mondongo, está la mesita bajo la ventana, las dos sillas en la misma posición y los instrumentos de trabajo, sólo que, en este caso, son los del pintor: una paleta, pinceles y pinturas. El obrero-villero-artista ha pintado el cuadro-bandera que se apoya en la pared de enfrente, listo para la manifestación.

La mano cerrada, impotente, del obrero que no fue a la huelga en “Sin pan y sin trabajo” aparece en el final del recorrido, en la versión en plastilina de “Manifestación”: se convierte en el puño en alto del trotskista (imagen tomada de un militante del Partido Obrero, amigo de les artistas), casi en el centro de la movilización. El trotskista y el niño son los únicos que miran incólumes, sin esquivar la mirada, ni elevarla al cielo, sin llanto, sin desesperación, sin cerrar los ojos. La impotencia se resuelve en la organización y en la acción.

Las diferencias entre la “Manifestación” de Mondongo y la de Berni presentan problemas interesantes. En la original, obreros de una refinería de Rosario miran hacia un mismo punto, probablemente escuchando a un orador. Mondongo elige como modelos a un grupo de personajes de la cultura y el arte (Fogwill, Albertina Carri, Sergio Bizzio, Minujín…) y familiares y amigos, por lo que la clase obrera, protagonista de la obra original, se diluye en un movimiento popular más heterogéneo, poniendo en diálogo la potencia de movilizaciones como la del 23 de abril y el problema de la dirección del movimiento popular, pues casi nadie sabe adonde mirar.

No pasa desapercibido que la entrada al Malba sale $5.000 (2.500 con descuento y con un solo día gratis en la semana, los miércoles), así como tampoco la reciente compra que hizo Eduardo Constantini de la versión de Mondongo de “Manifestación” -según La Nación, en seis cifras en dólares.

Algunos comentaristas en redes sociales hablan de snobismo por hacer una villa para quienes nunca irán a una y otros les responden que los de la villa no necesitan ir al Malba para saber que existen la villa. En contraposición, defendemos el derecho al arte y rechazamos la subestimación de las masas populares, pues probablemente quienes vivan en las villas extraigan más conclusiones y sensaciones de la muestra que la pequeña burguesía que frecuenta el Malba. La experiencia estética siempre es reveladora de nuevos conocimientos, el valor del arte es la oportunidad de conocernos a nosotros mismos e interrogar el mundo que nos rodea, a través de experiencias que no tendríamos de otro modo, sea que nos muestre una realidad conocida o nos sumerja en lo desconocido, y eso debe ser para todos. Vale mencionar que Constantini es propietario de casi todas las piezas que traman el arte latinoamericano. Su “patrimonio” debería público y accesible para todos.

En un recoveco casi oculto de la villa de Mondongo, se abre un pequeño rincón azul donde se seca una planta real que nadie en el museo estará regando. A su lado, una silla vacía, una imagen del conejo blanco, como el de “Matrix” y “Alicia en el país de las maravillas”que invitan a la ilusión y la distorsión de la realidad. Quien quiera que se siente y vea morir la planta, quien quiera que la riegue o la saque del museo, porque no es de plastilina y se va a morir; quien haga esto, que dé la espalda al conejo y lea una palabra sellada en un pedazo de madera: FUERZA.