Cultura

23/1/2021

Una memoria material del aborto clandestino: “El acontecimiento”, de Annie Ernaux

En poco más de 100 páginas, Ernaux construye una sobrecogedora novela que desentrama lúcidamente, sin moralina ni sensiblería, los alrededores de una experiencia terrible.

Una precisa y, aparentemente, despojada descripción del final de un viaje en el metro aéreo de París, hacia un destino incierto, se interrumpe con una confesión que inquieta: “Me pregunté cómo vería todo aquello después, al irme”. Que esa pregunta le surja a Ernaux en el preciso momento en que ella empuja una puerta insiste en la idea de que estamos frente a un acontecimiento, aunque no se sepa aún bien cuál es. A partir de allí, la narración nos adentra en una sala de espera de un consultorio de medicina preventiva. Nombres y apellidos, sobres con resultados de análisis que tienen que esperar el consabido ritual del “ya lo van a llamar”, miradas cruzadas, van armando una escena que entrega algunos datos, a modo de indicios, que la lectura debe interpretar. Una larga enumeración caótica de gente, edades y sexos marcan que estamos frente a algo que le puede pasar a cualquiera. Este universalismo situado se completa con algunos indicadores temporales: el walkman que porta un joven negro y la sala de espera llena de “prospectos sobre la necesidad de comer productos lácteos y de cómo vivir siendo seropositivo”. Son los ochenta y es el Sida.

La sonrisa de la doctora como recibimiento y el “ha dado negativo” completan el cuadro de la alegría y el desinterés que da el alivio. Sin embargo, esa situación construida como una escena literariamente exquisita tiene para Ernaux la forma de lo ya vivido. Esa inmersión en el mismo horror y en la misma incredulidad la había experimentado años atrás, en 1963, siendo una prometedora estudiante de filología, aquella vez fue la espera y el veredicto del doctor N: “seguramente estás embarazada”.

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La materialidad de la memoria

Editada por primera vez en Argentina en octubre de 2020 -en plena discusión parlamentaria por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo-, El acontecimiento aleja muy rápidamente los fantasmas del evidente oportunismo del marketing de la edición y los pone en segundo plano. Para decirlo corto: es una sobrecogedora novela que impacta no solo por el tema sino por la permanente actualidad de la buena literatura. En ella Ernaux se sumerge en ese período de su vida y en ese acontecimiento tan puntual como trascendente: la atroz experiencia del aborto en la clandestinidad. Para hacerlo se sirve de las notas que ella misma escribió en su agenda y en un diario íntimo, que son la base para hacer de su relato una trama que enhebra aquellas sensaciones -tan desamparadas como jóvenes-, el logrado relato de la escritora que es y la mirada que asume en intervenciones -entre paréntesis- que señalan la asunción de un compromiso literario y político de contar ese acontecimiento porque, como ella misma señala en la novela, “si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo”.

Para comienzos de los sesenta el aborto estaba prohibido y penado en Francia. En ese entonces, Ernaux asistía a clases de literatura y sociología en la Universidad de Ruan. Esta normalidad de clases, ponencias y trabajos académicos se rompe frente a la espera de más de una semana de la demorada llegada de la menstruación. La palabra NADA, escrita así con mayúsculas, abre el relato de una espera inquietante que va apoderándose de toda su existencia. La cita con el ginecólogo, pedida con la certeza de que ya no le “bajaría la regla”, señala el comienzo de una transformación absoluta en todos los órdenes de su vida: “El tiempo dejó de ser una insensible sucesión de días que había que llenar (…) para ser algo informe que había que destruir a cualquier precio. Hacer las mismas actividades pero ya no ser yo”.

Los otros

El diagnóstico lejos de traer la paz envuelve a Ernaux en la desesperación. Esto aparece en un relato adrenalínico en el cual se da cuenta de innumerables intentos de solución tan irracionales como lógicos. Recorrer la ciudad y visitar a distintos médicos procurando que alguno la ayude a no continuar con un embarazo que no desea pero sin poder siquiera poner en palabras ese pedido. Así comprueba que una chica como ella, sin dinero y sin conexiones, resultaba un enorme problema para los médicos. Eso empieza a construir una alteridad colectiva que la va dejando cada vez más sola. Los médicos son los primeros otros que pueden ayudarla pero no lo hacen, porque ella en su estado los pone frente a la Ley que aparece legitimada por pura tautología, sin permitir la reflexión o el debate que ayude a desentramar si aquello está prohibido porque está mal o está mal porque está prohibido.

La desesperación la lleva a pensar y a practicar salidas propias de un saber no legítimo que el sentido común atesora: las agujas de tejer, el tallo del perejil, etc. Pero sobre todo a hablar del tema con cualquiera, a exponerse. Esto la enfrenta a otras situaciones patéticas, como el regocijo masculino que le demuestra un compañero de la universidad que la invita a cenar junto a su mujer y su hijo y que aprovecha un descuido de su pareja para intentar tener sexo con ella. Ernaux describe en esa escena como pasó a formar parte de un difuso colectivo: el de las chicas que “ya habían tenido sexo”, lo que la ubicaba como presa de cacería para la profunda superficialidad masculina.

La desolación y el desamparo seguirán marcando el paso de un tiempo cada vez más lento que la encierra: “He dejado de escribir. He dejado de trabajar ¿Cómo saldré de esto?, se pregunta. “Nada. Imposible. Lloro. Estoy harta”, se contesta.

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Nosotras

La primera persona con la que puede contar y a la que busca con ahínco es LB. ¿Qué tiene de particular LB? Ha pasado por la misma situación. Ella le da el nombre de una enfermera, una dirección y le presta los 400 francos de la tarifa. El relato de la búsqueda de LB es un fresco de la desesperación vivida en soledad y su encuentro la primera posibilidad de ser parte de un colectivo que no casualmente es la primera persona del plural femenino: nosotras.

Si, como dicen algunos, sentido es el anagrama perfecto de destino y, como decimos nosotros, el comprender el primer paso para transformar, El acontecimiento tiene como principal virtud desentramar un hecho a través de una crítica lúcida de una situación terrible evadiendo la sensiblería, la emoción de fórmula, la moral acartonada, etc. Ernaux pone en precisas palabras el sentido de aquel embarazo y el cambio que podía suscitar en su vida. En una sociedad con oportunidades limitadas -cuando no directamente truncas- cualquier modificación te deja fuera de la carrera por cambiar ese lugar que se nos presenta como destino ineluctable.

“Yo era la primera persona de mi familia que estudiaba una carrera. Todos los demás habían sido obreros o pequeños comerciantes. Había conseguido escapar de la fábrica y de la tienda. Pero ni la reválida ni la licenciatura habían conseguido alejar la fatalidad de una pobreza heredada cuyos emblemas eran el padre alcohólico y la madre soltera. No había podido librarme de ello, y lo que estaba creciendo dentro de mí era, en cierto sentido, el fracaso social”.

Hay otras dos personas que forman parte del Nosotras que se puede leer en la novela: son la enfermera y una compañera en la residencia universitaria. La primera es descripta por Ernaux como “un animal acorralado” que mide cada paso para evitar las consecuencias de ser una enfermera abortera en la clandestinidad. A pesar de haberlo hecho por dinero, en la memoria de Ernaux hay un agradecimiento profundo por aquella mujer que la atendió en su casa y a la que le confió su cuerpo, mitad en una mesa y mitad en una cama. La segunda es una estudiante como ella y de la cual jamás pudo olvidar “esa carita” con la cual enfrentó, desde su profunda moral católica, la tarea de asistir y de ayudar en una escena de sacrificio obligado por una sociedad que las puso en el terreno de la animalidad del aborto en esas condiciones.

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La victoria individual del cinismo social

Una vez concretado el aborto, Ernaux experimentó muchas veces la reconstrucción de su imagen o de su biografía desde un lugar tan esperable como execrable. La misma sociedad que la había maltratado y la había dejado sola y desamparada, las mismas personas que le habían negado su ayuda, celebraban su victoria individual, la de haber podido superar ese acontecimiento. Nada nuevo. Es el modo en que el cinismo social evita siquiera pensar en las derrotas colectivas: ensalzando la victoria de los que ganan, aún en situaciones donde no queda claro si hay tal victoria o si alguien ganó realmente.

El acontecimiento es, en definitiva, una muy buena demostración de la implacable universalidad de lo concreto. Lleva la firma de alguien que apostó por hacer del relato de su experiencia un lugar para dar pelea. En poco más de 100 páginas, Ernaux logra hacer una crítica profunda de un hecho inmerso en un espacio social desmenuzado con una precisión proporcional a la que tiene su modo de contarlo.

Dos hechos remarcan la actualidad y la importancia de la novela. El primero es la intuición de que la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo lograda hace días en Argentina, 57 años después que en Francia, muy probablemente genere la emergencia de relatos de experiencias tan o seguramente más terribles que las de la novela. El segundo, es que en el acto de promulgación de la ley de aborto legal en la Argentina, el presidente Alberto Fernández hizo declaraciones donde habló de “la culminación de un tiempo de lucha” y a la vez confesó que estaba “muy contento de haberle puesto fin al patriarcado (sic)”. Dejando de lado las imprecisiones brutales y las torpezas políticas y comunicacionales, lo que las declaraciones de Fernández ponen en escena es la emergencia de un “inconsciente político” que confiesa una misión histórica: clausurar la lucha y si es con solo una firma, mejor. Todo lo opuesto a lo que hacen otros que mantienen la lucha y los que, como Ernaux en El acontecimiento, ponen su firma para dar pelea.