Cultura

3/11/2011|1201

La obra dirigida por Pompeyo Audivert: “Pater Dixit”.

-Exclusivo de internet

Pater Dixit reivindica al teatro como tal. Sin necesidad de sobre-estímulos sensoriales propios de otros géneros, sólo recursos del actor, las voces y el cuerpo, las luces y las sombras, un toque de música, un texto maravilloso y la síntesis creativa colectiva que orienta Pompeyo. Actores en drama y en relato, la destrucción física de los libros y el actor escribiendo a máquina. Podemos decir que es teatro del segundo milenio, enormemente escaso.

Pompeyo defiende que el conjunto de actores sea el autor de la obra, los dueños. Esta es una de sus claves. Si se presencia el trabajo en sus clases no extraña la creación actoral de los protagonistas. Sus caras, sus cuerpos, sus voces y sus vínculos son, en sí, son una obra de arte. En esta pieza, el texto y las situaciones planteadas son transparentes: la opresión paterna, la negación de la vida propia del hijo en la existencia del padre, que reduce la vida a “la escuela de la muerte”, está determinada por la propiedad y su indisoluble herencia. No hay resquicio en la relación padre-hijo que se salve de esta condición, por lo menos en la estirpe propietaria, la de los príncipes torturados por la conservación de sus tierras y sus hijos estudiantes en Londres, torturados por su destrucción. Unidos por un destino sin vida que le imprimen a la humanidad.

Los parientes y las mujeres de la familia no tienen casi lugar, el foco de la autoridad y la propiedad se guía por el camino masculino central. El gran monólogo del padre propietario, sobre su tema de conversación: la crecida, en contradicción con el tema del padre médico. La comedia, repetida hasta el agotamiento, es de una belleza infernal. El Estado, encarnado en el funcionario municipal, atormenta al hijo en sus deberes, una vez que el padre se ha suicidado, enfermo y adolorido, asediado por voces internas. La superposición (como recurso teatral) de padre príncipe, hijo de otro, hijo propio, explica cómo la relación histórica de propiedad le da el carácter a los vínculos de otros padres e hijos, inexorablemente. Con una pequeña pero iluminada diferencia: alguno de esos otros hijos aparece zafándose, por un instante.

Pompeyo no tiene pudor en abordar la decadencia hasta el horror, la locura y la muerte. Creo que en esta valentía se basa su capacidad creativa, pocos se atreven a hundirse en el barro y la sangre del régimen social y sus expresiones. Su barbarie mortuoria y atormentada. Desde ya que revoluciona la estética del teatro, que no es poco, en los tiempos que corren. Recurre a la creación colectiva, defiende esa labor contra el vedetismo del estrellato, intrínsecamente mediocre. Es oscuro, es cierto. Creo que el combate que libra contra lo panfletario —más allá de su inutilidad real—, es para no forzar una expresión de la que carece: el palpitar de la otra cara de la propiedad, la opresión, la locura y la muerte, el estado y la explotación. Una carencia parcial y una actitud de parte de Pompeyo nuevamente respetable y consecuente. Vayan mis enormes respetos para él y todo el grupo. Su firma es suficiente.