Historia

15/3/2018

100 años de la Reforma Universitaria: su naturaleza oculta y vigente

Historia, métodos y conclusiones de la rebelión estudiantil del ‘18.

Dirigente de la UJS - PO y Presidente de la FUBA

El 14 de marzo se cumplió el centenario de la declaración de la huelga general de estudiantes en Córdoba, disparando el proceso de la Reforma Universitaria.



Los festejos y reseñas oficiales por los 100 años de la Reforma suelen ceñirse a enlistar reivindicaciones aisladas –cátedra libre, autonomía, cogobierno… Esta presentación amputada, esterilizada, no permite vislumbrar la envergadura del movimiento reformista, sin la cual su trascendencia hasta el presente sería inexplicable. Es cierto que el 90% de aquellos reclamos se encuentran hoy insatisfechos, en instituciones educativas asfixiadas, gobernadas por camarillas inamovibles y con una representación estudiantil –el “demos”- de carácter decorativo. El capitalismo senil de nuestra época es definitivamente incapaz de acoger en su seno a una universidad pujante y democrática. Pero el largo alcance del movimiento reformista, y su proyección continental, excede a sus reivindicaciones: está asociado a los métodos revolucionarios que puso en marcha, y al hecho de haber sido pionero en lograr la convergencia entre la juventud estudiosa y la clase trabajadora. En pocos meses, de abril a septiembre de 1918, los estudiantes cordobeses organizaron varias huelgas generales, ocuparon las facultades, destituyeron a las autoridades reaccionarias, se aliaron a las luchas de los trabajadores y convocaron a unirse a toda la juventud latinoamericana. 



Este despliegue, pocas veces mencionado, forma parte del arsenal metodológico con el que cuenta el movimiento estudiantil en la actualidad, del cual tendrá que valerse en una época de ataques a las conquistas históricas de la educación y la universidad pública.



Sagrada insurrección



Veamos. El conflicto en Córdoba estalla con el comienzo del ciclo lectivo de 1918. El 10 de marzo se realiza la primera movilización callejera y los estudiantes de las facultades de Medicina, Ingeniería y Derecho se organizan en el llamado “Comité Pro-Reforma”. Sus reclamos consistían en rechazar un nuevo régimen de asistencia y la supresión del internado en el Hospital de Clínicas. Al no obtener respuesta por parte de las autoridades clericales, el 14 de marzo los estudiantes declaran una huelga general y llaman a una suerte de “no inicio” de clases para el primer día de las mismas, el 1 de abril. El éxito es total, frente a lo cual las autoridades deciden cerrar la universidad. El gobierno de Hipólito Yrigoyen, por su parte, decreta la intervención. Los estudiantes viven la intervención del gobierno radical, al cual consideraban como un aliado, como un triunfo y deciden levantar la huelga. El interventor, José Nicolás Matienzo, anuncia un proyecto de reformas de los estatutos que termina con la inamovilidad de los cargos directivos, deja cesantes a todos aquellos con antigüedad superior a los dos años y convoca a elecciones para votar nuevas autoridades, dando participación al cuerpo de profesores. Pero el 15 de junio, día en que la Asamblea Universitaria debía votar al rector, contra todas las previsiones es electo el candidato de la secta religiosa “Corda Frates”. Entonces, los estudiantes invaden la sala, desalojan a los consejeros, expulsan a los gendarmes y declaran la huelga general. Los reformistas vuelven a ganar la calle, pero esta vez logran la adhesión del resto de las universidades del país, de los secundarios y de los sindicatos obreros de la provincia. En Córdoba se movilizan entre 10 y 15 mil personas, cuando los estudiantes no superaban los 1.500. El Manifiesto Liminar, redactado en esos días, proclama “bien alto el derecho a la sagrada insurrección”.



Pero la Reforma no culmina allí. Los acontecimientos del 15 de junio sepultan la ilusión de que es posible concretar las aspiraciones reformistas a través de la intervención desde arriba del gobierno radical. La alianza entre el movimiento estudiantil y la docencia liberal se fractura. El movimiento entra en una nueva etapa. Su programa va tomando forma a partir de la propia experiencia. Los reformistas se considerarán como la fuerza vital de la universidad, invirtiendo el planteo que hacía del cuerpo de profesores el depositario natural de la autoridad. El Manifiesto coloca en los estudiantes la finalidad última de la universidad y defiende su derecho, por ende, a dotarse de un gobierno propio. Destituido Antonio Nores, el rector clerical, el gobierno de Yrigoyen se compromete a enviar a un nuevo interventor, que sin embargo nunca llega. Los estudiantes deciden, entonces, tomar el asunto definitivamente en sus manos. 



El 9 de septiembre ocupan la universidad y la colocan bajo la “superintendencia” de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC), recientemente conformada. Se nombran a tres estudiantes como decanos y se designan a los profesores interinos. Se constituyen mesas de examen y, contra los que podrían esperar los Feinmann de la época, muchos estudiantes reprueban. La universidad es puesta bajo el control de los estudiantes. Para demostrarlo descienden al prosecretario al cargo de mayordomo y su lugar es ocupado por un estudiante. La toma coincide con una huelga general de la clase obrera cordobesa, declarada a partir del conflicto de los trabajadores del calzado. Deodoro Roca es orador en los actos convocados por las federaciones de trabajadores. Los estudiantes  invitan al pueblo a participar de la inauguración de las clases, pero ésta no se pudo realizar porque el gobierno nacional envía al Ejército, copa la universidad y detiene a todos los ocupantes. Sin embargo, rápidamente el gobierno recula y decide enviar a su ministro de Educación, José Santos Salinas, como nuevo interventor. El proceso contra los estudiantes detenidos es rápidamente olvidado y se pasa a modificar los estatutos incorporando los ya célebres principios reformistas: autonomía, participación estudiantil en el gobierno universitario, docencia libre, extensión universitaria y asistencia libre a clases. Ahora bien, observando todo este desarrollo, ¿es posible reducir semejante rebelión estudiantil a un listado de reivindicaciones?


Contexto revolucionario



Los estudiantes reformistas desarrollaron su movimiento en el contexto de la gran catástrofe humanitaria de la Primera Guerra Mundial y de la respuesta revolucionaria del Octubre ruso, que hizo tambalear la dominación imperialista en Europa y buena parte del globo. Al calor de estos acontecimientos, entre 1918 y 1921 nuestro país también vive su “trienio rojo”. Junto a la Reforma Universitaria, se producen grandes levantamientos obreros que desafían al poder del Estado, como la Semana Trágica, la huelga de La Forestal y la Patagonia Rebelde. El gobierno de Yrigoyen responde a este ascenso obrero con una política que combina duras represiones con intentos de cooptación. En simultáneo, la burguesía argentina lanza la Liga Patriótica, una suerte de Triple A de la época, armada para asesinar activistas obreros y defender el orden establecido.  



Cierta historiografía suele desdeñar la influencia de la Revolución Rusa en el movimiento que dio lugar a la Reforma Universitaria. Sin embargo, investigaciones más recientes  lograron reconstruir la experiencia de una cantidad de agrupaciones reformistas que se referenciaban en las perspectivas bolcheviques. Revistas como Bases o Insurrexit, editadas por grupos estudiantiles de Buenos Aires dan cuenta de ello, y publicaciones similares aparecen en Córdoba, Rosario y La Plata. Los sindicatos obreros que van a actuar en tándem con el movimiento reformista estaban dirigidos por el Partido Socialista Internacional (PSI), una ruptura del PS de clara orientación pro-bolchevique. El PSI actuará como filial argentina de la Tercera Internacional de Lenin y Trotsky. Otro ejemplo, en este sentido, lo brindan las resoluciones de la FUC, que en plena Semana Trágica decreta un paro en solidaridad con los trabajadores porteños. Luego, el Centro de Estudiantes de Medicina de Córdoba vota “expulsar de la institución a todo estudiante que dentro del plazo de 24 horas no se separe de la Liga Patriótica” .       



Hacia 1922, cuando Yrigoyen es sucedido por Alvear, la situación nacional e internacional estaba dando un viraje. La guerra mundial había finalizado. El capitalismo a nivel mundial estaba logrando re-estabilizarse. La revolución, que había nacido en Rusia en 1917, no logró, como esperaban sus máximos dirigentes, triunfar en los principales países europeos. Aparecía, por primera vez, la sombra del fascismo en Europa. En nuestro país también se vivía un cierto apaciguamiento de las huelgas. Entonces Marcelo T. de Alvear, que pertenecía al ala derecha del radicalismo, se apoyó en los sectores conservadores para lanzar una verdadera contra-reforma. En noviembre de 1922 decide ocupar con el Ejército la Universidad del Litoral. La misma suerte corre la universidad cordobesa. Se reforman los estatutos limitando la participación estudiantil en el cogobierno. Los estudiantes pueden elegir tres de los once miembros de los consejos directivos, pero estos tres deben ser profesores. También en la Universidad de Buenos Aires y en la de Tucumán se modifican los estatutos con un sentido anti-reformista. El reflujo del movimiento reformista puso de manifiesto el carácter efímero de sus conquistas, incompatibles con el régimen social.



Perspectivas políticas



El movimiento reformista cordobés va a ser rápidamente emulado en toda América Latina. Ocurría que, desde finales del siglo XIX, la penetración del capital extranjero había creado en las grandes ciudades del continente una clase media que pugnaba por ingresar en la universidad. Su pretensión, sin embargo, chocaba con la estructura medieval de éstas, que tenían como función formar a los hijos de las clases dominantes. Esta contradicción fue la base para que la chispa que se encendió en Córdoba se expandiera durante más de una década por todo el continente. El fuego sacudió primero al Perú, luego a Chile y Cuba, a Colombia, Guatemala y Uruguay. Una segunda oleada se dará en la década del ‘30 en Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Venezuela y México. Pero con la misma velocidad que se propagaba el movimiento, saltaba a la luz la incapacidad de los partidos políticos de la burguesía para hacer frente a las demandas reformistas. La misma frustración que en la Argentina se vivió con el radicalismo se dio en otros países, por caso con Augusto Leguía en Perú o Arturo Alessandrini en Chile.



De allí que los estudiantes reformistas decidieran fundar sus propios partidos. La impotencia de los regímenes y gobiernos establecidos para habilitar un desarrollo autónomo, científico y democrático de las universidades tenía que dar lugar a nuevas transformaciones sociales y políticas. ¿Cuál era el carácter de estas transformaciones? En torno a este debate, el reformismo se escindió en dos alas fundamentales. De un lado, el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre fundó el APRA, al que concebía como un frente a escala continental para lograr la “unidad de los trabajadores manuales e intelectuales”. De acuerdo a las perspectivas apristas, los estudiantes debían tomar un rol dirigente en los grandes cambios que tenía América Latina por delante. Una revolución socialista, en sus parámetros, solo podría “venir después”. El APRA fue pionero en postular una suerte de nacionalismo latinoamericanista bajo el comando de la pequeña burguesía. Sin embargo, no pudo cumplir con sus propios postulados. En lugar del papel independiente, antiimperialista, que prometía, Haya de la Torre termina apoyando a los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, y su partido es asimilado completamente al régimen peruano.



En la vereda opuesta, un ala de la Reforma postuló la necesidad de una revolución social en términos socialistas e internacionalistas. Los estudiantes tenían, en esta perspectiva, que jugar un rol auxiliar de la clase obrera. Bajo esta impronta, José Carlos Mariátegui fundó el Partido Socialista peruano y Julio Antonio Mella –que como estudiante había sido designado “rector interno” de la universidad- puso en pie el Partido Comunista cubano. Mella va a criticar el mesianismo estudiantil del APRA y su reivindicación unilateral de la “nueva generación”: “como si la lucha social fuese fundamentalmente una cuestión de glándulas, canas y arrugas, y no de imperativos económicos y de fuerza de las clases, totalmente consideradas. La única revolución socialista triunfante hasta hoy en día, no ha sido una revolución de jóvenes y estudiantes, sino de obreros y de todas las edades”. Para el revolucionario cubano, “la reforma universitaria debe acometerse con el mismo concepto general de todas las reformas dentro de la organización económica y política actual. La condición primera para reformar un régimen –lo ha demostrado siempre la historia- es la toma del poder por la clase portadora de esa reforma. Actualmente, la clase portadora de las reformas sociales es la clase proletaria” .   



Balance y vigencia



La irrupción estudiantil que se inició en Córdoba, y se expandió por todo el continente, fue un movimiento de características revolucionarias. Por sus métodos de acción directa y por su temprana confraternización con los trabajadores. A pesar del esfuerzo por ocultar su influencia, las investigaciones más recientes revelan el peso de la Revolución Rusa y sus postulados en la formación de agrupaciones estudiantiles en la Argentina. En nuestro país y en toda América Latina, los principios de la Reforma no triunfarían más que de forma efímera, para rápidamente chocar contra el atraso de sus regímenes políticos, amoldados a las necesidades de las clases dominantes y el clero. El difuso programa reformista se enfrentó entonces a sus propios límites. Los estudiantes que buscaron darle una salida a este problema se escindieron en dos alas, una nacionalista –que otorgaba a la pequeña burguesía un papel dirigente en el cambio social- y otra socialista –que depositó en la clase obrera las posibilidades de una transformación radical de fondo.



La juventud no es una clase social, sino una capa social. Como tal, tiende a oscilar entre las dos clases fundamentales de la sociedad. Con la Reforma, el movimiento estudiantil supo colocarse junto a los trabajadores, como parte de un ascenso revolucionario de características internacionales. Algo similar ocurriría muchos años después, con el Cordobazo de 1969, cuando la juventud es parte del levantamiento obrero y popular contra la dictadura de Juan Carlos Onganía. También, en esa ocasión, como parte de un fenómeno mundial (Mayo Francés, Primavera de Praga). Mucho más cerca en el tiempo podemos anotar el Argentinazo de 2001, cuando la tan frecuentemente vilipendiada “clase media porteña” salió en apoyo a los piqueteros, desafiando el estado de sitio de Fernando De la Rúa. Los estudiantes, como parte de esa rebelión popular, pusieron a la izquierda al frente de buena parte de las federaciones universitarias del país. En la otra vereda, tenemos el papel reaccionario de la FUBA durante el primer peronismo, aliada con la oligarquía conservadora y la embajada norteamericana; o las recientes manifestaciones estudiantiles en Venezuela, que rivalizaron con el chavismo desde el punto de vista de la derecha golpista y los intereses del gran capital.



A 100 años, podemos afirmar que la Reforma como movimiento social fue superada. Sin embargo, las reivindicaciones democráticas que le dieron vida mantienen toda su vigencia. La lucha por la autonomía, el cogobierno, la docencia libre, la cátedra paralela, debe ser integrada a un planteamiento de conjunto de la cuestión educativa. Lo mismo ocurre con sus métodos de acción directa, que ahora mismo están en la mira de los “protocolos” represivos de gobiernos que, al mismo tiempo que se sirven de la Reforma para hacer demagogia vacía, embisten contra sus herederos, es decir, los estudiantes de hoy. Así, en nombre del centenario de Córdoba, se celebrarán congresos y conferencias que prometen reformas –más bien contra-reformas- para mejor degradar las carreras universitarias, engrosar el negocio de la privatización, liquidar los profesorados y poner a los estudiantes –ya desde la secundaria- como mano de obra precarizada al servicio del capital. Desde nuestro lugar, llamamos al movimiento estudiantil a reiniciar la lucha reformista, levantando las banderas del ’18 y recuperando sus métodos contra los agentes actuales de la destrucción educativa. Ya no se trata solo de liberar a la ciencia y el conocimiento de las garras de la Iglesia, sino fundamentalmente de las del capital financiero, que a través de sus bancos y convenios busca copar la universidad en beneficio propio. Bajo esta presión, los rectores que ayer se ligaban al clero, hoy actúan como gerentes de negocios al interior de las facultades, buscando expandir el terreno de los beneficios empresariales a costa de los intereses estudiantiles y docentes. La lucha que proponemos se apoya en la conclusión a la que arribaron los sectores más avanzados del movimiento reformista: la transformación educativa es inseparable de la transformación social dirigida por la clase obrera. 



Biliografía

–    Bustelo, N. V. (2015). La reforma universitaria desde sus grupos y revistas: Una reconstrucción de los proyectos y las disputas del movimiento estudiantil porteño de las primeras décadas del siglo XX (1914-1928). Tesis de posgrado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. 

–    Bustelo, N., & Domínguez Rubio, L. (2017). Radicalizar la reforma universitaria. La fracción revolucionaria del movimiento estudiantil argentino, 1918-1922. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 44(2), 31-62. 

–    Ciria, A. & Sanguinetti, H. (1983). La Reforma Universitaria (1918-1983). Buenos Aires. Centro Editor de América Latina.

–    Haya de la Torre, V. R. (1936). El antiimperialismo y el APRA. Santiago de Chile. Ediciones Ercilla.  

–    Mella, J. A. (2011). Escritos y crónicas políticas. Buenos Aires. Capital Intelectual.

–    Portantiero, J. C. (1978). Estudiantes y política en América Latina. Buenos Aires. Siglo XXI.

–    Rieznik, P. (2000). Marxismo y sociedad. Buenos Aires. Eudeba. 

–    Solano, G. (1998), 80 años de la Reforma Universitaria: fundación del movimiento estudiantil latinoamericano. Revista En Defensa del Marxismo nº 20. Buenos Aires. Rumbos.