Historia

6/9/2007|1008

Cómo se desarma una conspiración

Fracasa el golpe de Kornilov

Para los golpistas era fundamental movilizar hacia Petrogrado a un conjunto importante de tropas políticamente confiables, con las cuales enfrentar a las masas obreras y a los destacamentos revolucionarios de la guarnición de la capital. El día elegido era el 27 de agosto, cuando se cumplían seis meses de la Revolución de Febrero. Se esperaban para ese día numerosas actividades de celebración por parte de las organizaciones de trabajadores, los soviets y los partidos de izquierda. Los conspiradores buscaban montar una provocación, generar incidentes y lanzar el golpe, echando a la calle a las tropas traídas desde el frente y decretando la ley marcial en la capital.


Kerensky comprendió, cuando ya era demasiado tarde, que los conspiradores no pensaban contar con él más que para algún puesto subordinado. El 26 de agosto, por la noche, envió un telegrama al cuartel general, removiendo a Kornilov de su cargo, y reclamándole su retorno inmediato a la capital. Pero ya era tarde. El golpe estaba en marcha. Kornilov respondía lacónicamente al telegrama del gobierno, rechazando sus reclamos, y ordenaba a sus subordinados continuar con el movimiento de tropas hacia Petrogrado. Los ministros burgueses liberales (kadetes) presentaron su renuncia y abandonaron al primer ministro a su propia suerte en el Palacio de Invierno. Kerensky consideraba que su carrera política se había acabado. El gobierno provisional era incapaz de defenderse a sí mismo del golpe militar.


Los bolcheviques y el golpe


Petrogrado amaneció soleado el domingo 27 de agosto. En diferentes locales de la ciudad, se desarrollaban en calma festejos por el aniversario de la revolución, actividades para juntar fondos, etc. Rabochii (El Obrero), el periódico bolchevique, llamaba a los trabajadores a “no caer en provocaciones, mantener la calma y no tomar parte en ninguna acción el día de hoy”. Con el correr de las horas, cuando se hacía evidente la inminencia del golpe, comenzó a discutirse qué actitud tomar. De madrugada, cuando ya llegaban noticias de escaramuzas en las afueras de Petrogrado, los Comités Ejecutivos del Soviet, reunidos en conjunto, adoptaron una resolución presentada por el menchevique Tsereteli que planteaba el total apoyo al gobierno de Kerensky en la lucha contra el golpe. Se lanzaron llamamientos de emergencia a los comités del ejército, soviets provinciales, organizaciones sindicales, para enfrentar el golpe, desobedecer a los conspiradores, desarticular las comunicaciones entre los ejércitos de Kornilov.


La cuestión decisiva era la posición que adoptarían los bolcheviques. “Las masas estaban organizadas por los bolcheviques. La suya era la única organización extensa, con una disciplina elemental y vinculada con las capas más explotadas de la población”1. Sin los bolcheviques, ni el gobierno provisional ni tampoco los dirigentes conciliadores del Soviet eran capaces de frenar la contrarrevolución en marcha. En esas horas decisivas, con Lenin en la clandestinidad finlandesa y varios de los principales dirigentes en la cárcel, los bolcheviques debatían febrilmente qué actitud tomar. En un cable urgente enviado la noche del 29 de agosto a todas las direcciones regionales, el Comité Central resumía la posición adoptada por el partido: “con la intención de derrotar a la contrarrevolución, estamos trabajando en colaboración con el Soviet, sobre una base técnica e informativa, mientras retenemos nuestra posición política independiente”2.


Obreros y soldados contra la “kornilovada”


En pocas horas las masas revolucionarias de Petrogrado se habían puesto en guardia contra la reacción. Los Comités Ejecutivos del Soviet crearon un “Comité para la lucha contra la contrarrevolución”, que incluía a tres mencheviques, tres socialistas revolucionarios y tres bolcheviques, además de delegados de los comités ejecutivos, los sindicatos y el Soviet de Petrogrado. Este comité editaba boletines informativos al correr de las horas, lanzaba llamamientos, distribuía armas, organizaba la resistencia al golpe militar. A lo largo y a lo ancho del país se extendieron comités de este tipo como un reguero de pólvora: en sólo tres días surgieron más de 240, generalmente formados por soviets locales. Todas las organizaciones de las masas se lanzaban a la acción, uniendo sus fuerzas contra Kornilov. Las barriadas obreras de Petrogrado jugaban un papel fundamental, superando incluso a la dirección del Soviet, en manos de los conciliadores. En todas partes los bolcheviques aparecían en un rol dirigente.


Las fábricas interrumpieron su trabajo. Sin escuchar las instrucciones de la patronal, los trabajadores reforzaron la seguridad y formaron destacamentos armados. Las “guardias rojas” se extendían. En algunas fábricas, los trabajadores aceleraban la producción de armamento para entregar a las milicias obreras. Tras un breve entrenamiento, generalmente proporcionado por integrantes de la Organización Militar de los bolcheviques, los guardias rojos eran enviados a puntos estratégicos de la ciudad, para enfrentar a las fuerzas de Kornilov y derrotar el golpe. A pesar de que se repartieron decenas de miles de armas, no alcanzaban para todos. Los obreros que no habían conseguido armarse formaban brigadas que se dedicaban a cavar trincheras, construir defensas, levantar barricadas.


Los soldados de la guarnición de la capital, bastión de la revolución, también se pronunciaron contra el golpe. En las barracas militares se organizaban asambleas masivas condenando a la contrarrevolución y reforzando los lazos con las organizaciones de las masas obreras. Lo mismo sucedía entre los marinos de la escuadra del Báltico. Los soldados y marineros revolucionarios sabían que no tenían alternativa: si triunfaban los golpistas, ellos serían exterminados. Tres mil marinos armados fueron enviados a la capital (muchos de ellos no volvían a la ciudad desde las Jornadas de Julio); fueron asignados a la defensa de estaciones ferroviarias, puentes, oficinas de correos, edificios gubernamentales. Trotsky relata que los marinos se acercaban a la cárcel a visitar a los bolcheviques que aún continuaban detenidos, como Raskolnikov (dirigente bolchevique de la base naval de Kronstadt) o el propio Trotsky. “¿No ha llegado el momento de detener al gobierno?”, preguntaban. “No, no ha llegado aún; apoyen el fusil sobre el hombro de Kerensky y disparen contra Kornilov. Después le ajustaremos las cuentas a Kerensky”, se les contestaba3.


Por todas partes la conspiración era desbaratada gracias a la respuesta de las masas obreras. Los trabajadores ferroviarios, que impulsaron a la acción a su dirección moderada, se lanzaron a frenar a toda costa el avance de las tropas de Kornilov. Los ferroviarios se alejaban de sus puestos, impedían la utilización de material ferroviario e incluso bloqueaban o destrozaban las vías. Los empleados de correos y telégrafos interceptaban las comunicaciones de los golpistas. Los trabajadores gráficos llevaron a la práctica un control efectivo de la prensa. “Los generales se habían acostumbrado durante la guerra”, dice Trotsky, “a considerar que el transporte y las comunicaciones eran una cuestión técnica. Ahora tenían ocasión de persuadirse de que eran una cuestión política”4.


La contrarrevolución derrotada


Pronto se hizo evidente que la contrarrevolución no tenía ninguna posibilidad de éxito. La superioridad de las fuerzas revolucionarias era abrumadora. Como señala Trotsky, “el complot había sido tramado por aquellos círculos que ni sabían ni estaban acostumbrados a hacer nada sin la gente de abajo, sin la fuerza obrera, sin la carne de cañón, sin asistentes, criados, escribientes, choferes, mozos de cuerda, cocineras, lavanderas, telegrafistas… Todos estos pequeños tornillos humanos, innumerables, invisibles, necesarios, estaban de parte de los soviets y en contra de Kornilov”5. La causa de los golpistas estaba condenada al fracaso.


En las unidades de la guarnición y de la marina del Báltico, los pocos oficiales que se mostraron solidarios con Kornilov fueron arrestados, y a veces linchados. En Petrogrado, los líderes derechistas eran incapaces de organizar ningún tipo de apoyo al golpe; varios fueron detenidos. En cuanto a las fuerzas “leales”, que Kornilov pretendía movilizar hacia Petrogrado para sofocar la revolución, la mayoría de las unidades no pudo acercarse a más que cientos de kilómetros de la capital, cuando encontraron las vías férreas completamente bloqueadas. Las tropas de Kornilov ni siquiera podían comunicarse entre sí. En algunos casos, las tropas golpistas se vieron rodeadas por soldados y obreros que los acusaban de traicionar a la revolución. En varias unidades, después de estos tumultuosos encuentros, los soldados destituyeron a sus jefes, izaron banderas rojas y mandaron delegaciones a expresar su solidaridad con la revolución.


Prácticamente no hubo enfrentamientos. La conspiración de Kornilov, largamente preparada por la burguesía, los terratenientes y el imperialismo, fracasaba miserablemente frente a la respuesta de las masas revolucionarias. Varias de las prominentes figuras de la burguesía que habían impulsado a Kornilov, ponían ahora sus distancias. Rodzianko, conocido jefe liberal, decía que todo lo que sabía del golpe era “lo que había leído en los diarios” y que fomentar los enfrentamientos intestinos “era un crimen a la patria”. En un par de días, todos los avances que había logrado la reacción contra las masas en los últimos meses se había evaporado. Se inicia la cuenta regresiva hacia Octubre.


 


Notas


1. La cita corresponde a las Memorias del centroizquierdista Sujanov. Citada por Trotsky en "Historia de la Revolución Rusa".


2. Alexander Rabinowitch; The Bolsheviks come to power, New York, 1976


3. León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa.


4 y 5. Idem anterior.