Historia
17/10/2025
Los Ciompi y la primera insurrección obrera en Europa

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La primera insurrección obrera en Europa.
En el último tercio del siglo XIV, los obreros de la lana lideraron una revolución en la República de Florencia y gobernaron por un breve y tumultuoso período. Fue la primera insurrección obrera en Europa. Estos proletarios florentinos, conocidos como Ciompi, cardaban la lana cruda que se importaba de España, Inglaterra y Sicilia para la industria manufacturera textil. Los cardadores fueron la vanguardia del pueblo pobre en la insurrección popular de 1378.
La particularidad de esta rebelión radicó en que trascendió los choques y disputas entre la rica oligarquía mercantil y financiera y los nobles. En el verano de 1378, un nuevo sujeto social, el proletariado textil florentino, entró en escena sacudiendo la política de la ciudad-estado desde la raíz. Los Ciompi llegarán al gobierno peleando por la dirección obrera del "pueblo". Estos obreros, que eran los grandes marginados de la vida política, evolucionaron con rapidez desde los reclamos reivindicativos, laborales y sindicales a la lucha por el poder.
Sobre la revolución de los Ciompi hay una abundante documentación escrita, cartas y crónicas de la época. Un siglo después de los hechos, Nicolás Maquiavelo escribió su visión política de los antecedentes y consecuencias de la insurrección de los Ciompi. El propósito de las "historias florentinas" era presentar a la poderosa familia de los Medici —que gobernaría más de 300 años la Toscana— como la restauradora del orden frente al caos.
La ciudad-estado mercantil
Una de las consecuencias de la caída del Imperio Romano de Occidente fue la aparición de las ciudades-estado durante los siglos X y XI en el norte de una Italia fragmentada. Así surgieron las ciudades-estado de Génova, Venecia, Pisa y Florencia, entre otras. A partir del siglo XII, Florencia fue evolucionando como un gran centro comercial y lanero exportador, y más tarde financiero de Europa. Florencia sería la cuna del Renacimiento. El progreso económico se asentó en los prósperos negocios de los mercaderes y comerciantes, algunos de los cuales se convirtieron —como los Medici— en poderosos banqueros. Los ricos banqueros operaban con la Corte Papal y los soberanos de toda Europa. Como banqueros del Papa, las grandes familias florentinas eran guelfas y contrarias a los gibelinos, que se oponían a los privilegios de la Iglesia y apoyaban al emperador.
Los fabricantes y banqueros, junto a médicos y juristas, controlaban los siete gremios patronales más importantes, llamados “Artes Mayores”. Era el popolo grasso (“pueblo gordo”), llamado así por su riqueza, que controlaba los gremios y corporaciones con mayor peso económico. Por oposición, los artesanos y pequeños patrones constituían el popolo piccolo (“pueblo pequeño”), y sus gremios y oficios eran considerados como las “Artes Menores”. Los obreros textiles eran el último eslabón de la industria textil —la más lucrativa—. No podían formar gremios por su condición de trabajadores asalariados y se los llamaba el popolo magro, una descripción más que literal de las desigualdades sociales existentes y de la pobreza de los Ciompi, en su mayoría migrantes que venían del campo y de comarcas vecinas.
A fines del siglo XIII, las clases “emprendedoras” mercantiles desplazaron a la nobleza y pasaron a gobernar Florencia. En la ciudad-estado fue creciendo una floreciente industria textil manufacturera que elaboraba los paños y los exportaba a toda Europa. Miles de artesanos y trabajadores asalariados intervenían en la manufactura de la lana, que era importada como materia prima cruda. Estos obreros y artesanos eran lavadores, secadores y peinadores de lana. Los paños preparados eran entregados a los artesanos y campesinos de las aldeas para ser hilados a cambio de una suma de dinero.
Los gremios y corporaciones por actividad y oficio nacieron con los burgos medievales y consolidaron el dominio político y la influencia económica de la burguesía en formación. Las guildas reunían a los fabricantes, comerciantes y cambistas, pero también a los artesanos de los gremios menores. El “Arte de la Lana” era el motor económico de Florencia. Otra corporación muy rica era la que representaba a los grandes patrones de la seda. Los cambistas o banqueros tenían su propio gremio —los Medici fundaron su primer banco a fines del siglo XIV—, así como los médicos y juristas, que también eran parte de las Artes Mayores. Cada gremio tenía su Casa (sede) y su estandarte que lo identificaba según el oficio, y estaban armados.
En la República Florentina, el gobierno se elegía cada dos meses, pero siempre recaía en los ricos mercaderes y banqueros del popolo grasso. Las Artes Menores eran los gremios que representaban distintos oficios menos calificados, como carniceros, herreros, constructores, zapateros, tenderos, panaderos, barrileros y el artesanado de los pequeños patrones. A estos estamentos tan diferentes entre sí los unía el rechazo a la nobleza terrateniente, a la que consideraban una clase ociosa y no trabajadora. Una muestra del poder económico que alcanzó la República Florentina fue la acuñación de su propia moneda de oro, el florín, que llegó a ser durante largo tiempo la moneda patrón y de cambio en las transacciones europeas.
República Oligárquica
Carlos Marx estudió la acumulación originaria del capital y la violenta expropiación de las tierras y medios de producción de los campesinos y artesanos. Sobre esta acumulación primitiva se levantaron las relaciones de producción capitalistas y el trabajo asalariado. El fundador del socialismo moderno ubicó los orígenes del capitalismo a fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI, impulsado por los grandes viajes de navegación que extendieron el mercado mundial, y por la conquista europea del “Nuevo Mundo”, que arrasó con los pueblos y civilizaciones originarias a sangre y fuego. Marx también analizó el temprano desarrollo de una clase obrera en el centro y norte de Italia, muy distinta al proletariado moderno de la gran industria que se desarrolló con la Revolución Industrial en Inglaterra. Los obreros de Florencia eran asalariados que trabajaban a domicilio. Esta fue una de las primeras formas que adoptó la industria en tránsito hacia el capitalismo.
Cada gremio defendía a los miembros de su corporación y regulaba los salarios, limitando la competencia. Formaban a los aprendices y les exigían a los maestros y oficiales complejos exámenes y trabajos que acreditaran su calificación. La República Florentina nació en 1115 y fue un producto de la disgregación del Sacro Imperio Romano Germánico. El fundamento de las “clases emprendedoras” no era el linaje de sangre ni la renta agraria, sino el comercio, la producción lanera y, más tarde, las operaciones financieras.
Para afirmar el poder del pueblo, la República dictó una serie de órdenes que limitaban el acceso de los nobles a los cargos públicos y les prohibía ejercer la Magistratura de Justicia (Confaloniero), que era la máxima autoridad de Florencia. Aunque desalojados del poder, los nobles y aristócratas siguieron dirigiendo al importante Partido Guelfo. El temor al retorno de los nobles agitaba el ánimo del popolo.
La nobleza, que vivía en los palacios y era propietaria de tierras, amenazaba con “bajar a la ciudad” con sus caballeros armados y mercenarios contratados. Con la República, las familias ricas de Florencia fueron consolidándose socialmente y se emparentaron con miembros de la nobleza, adoptando una lujosa vida palaciega. El gobierno republicano era el gobierno de los ricos, y así lo denunciarían los Ciompi, cuyo adversario inmediato era la patronal del “Arte de la Lana”, la corporación de sus patrones.
El popolo no era una clase homogénea y estaba escindido entre una minoría oligárquica (los grassi) y una mayoría del pueblo pobre. La riqueza y el dinero fueron determinando las jerarquías sociales y la formación de dinastías de familias de fortuna. La República estaba en manos de las cien familias más ricas, entre las cuales sobresalían los Medici, los Pazzi y los Strozzi. Los Medici fueron los banqueros de Europa y así prepararon su ascenso al poder, que pondría fin a la República en el siglo XVI. En los tres siglos que gobernaron Florencia —con pequeñas interrupciones—, cuatro papas de la familia Medici ejercieron la máxima autoridad pontificia de la Iglesia.
Esta oligarquía mercantil y financiera controlaba el Consejo de la Signoria, que era presidido por el Confaloniero, cuyo mandato duraba dos meses. Era acompañado por ocho priores designados por los gremios “mayores”. El Consejo de la Signoria funcionaba como órgano ejecutivo, y otros consejos —como el del Pueblo, integrado por 300 consejeros de todos los gremios— asesoraban a la Signoria en distintas cuestiones atinentes a la República.
La conflictividad social y política fue creciendo en el siglo XIV. A la disputa entre guelfos y gibelinos se sumó la intervención en escena del popolo magro (los Ciompi). Estos obreros textiles venían protagonizando protestas por salarios y contra la presión fiscal que recaía sobre el pueblo pobre. Los impuestos aumentaron cuando estalló la Peste Negra que asoló Europa y para financiar las costosas guerras que libró la República Florentina. El proletariado textil veía en la marginación política a la que estaba sometido la fuente del poder y el abuso de la corporación lanera. Paulatinamente, los Ciompi —vanguardia del pueblo pobre— tomaron conciencia de que la derrota definitiva de los aristócratas y el fin de los privilegios eran imposibles sin un gobierno donde los obreros tuviesen la mayoría en la Signoria. Las componendas de la oligarquía gobernante con la aristocracia fueron decisivas para la organización de los Ciompi.
El proletariado florentino en el Siglo XIV
Los Ciompi dependían para su trabajo de las cuotas de producción fijadas por la Corporación. Las entregas de los obreros laneros eran supervisadas por los inspectores patronales, que evaluaban el trabajo para decidir el pago final. Esta “policía del trabajo” ejecutaba los descuentos arbitrarios. Los Ciompi, además, tenían que pagar impuestos por el pan, lo que reducía aún más el poder de compra de los salarios. Fue la cuadruplicación del canon que pagaban como aprendices del oficio lanero la chispa que sacó a los obreros a la calle, sumándolos a la movilización popular.
La Peste Negra —que causó la muerte del 40% de la población de Florencia y del norte de Italia— tuvo consecuencias económicas directas a mediados del siglo XIV. La falta de brazos para el trabajo y la recesión provocaron la parálisis de los talleres y los quebrantos financieros. Para los Ciompi, la gran crisis trajo desempleo y miseria y, a la vez, una oportunidad para hacer valer sus reclamos salariales. Fue con la intención de evitar que la caída de la oferta laboral subiera el precio de la fuerza de trabajo que las corporaciones se coaligaron para tener a raya a los trabajadores y artesanos. El gobierno obligó a los talleres de artesanos a seguir trabajando a pérdida durante la Peste Negra, apelando a tropas mercenarias.
El movimiento de los Ciompi tuvo que sobreponerse a todas estas dificultades para pelear por la sindicalización y los derechos políticos de los que carecían. Aunque los artesanos tenían el derecho a constituir sus gremios y a ser “sorteados” —parte de los cargos se elegían y otros eran sometidos a sorteo—, las responsabilidades principales estaban siempre en manos de la oligarquía, que manipulaba los padrones y las votaciones. La corrupción y la compra de cargos, junto a la presión fiscal insostenible, fueron atizando el clima de rebelión popular. La República era el mascarón de proa del gobierno de ricos que vivían con los lujos de la nobleza.
La revolución obrera de 1378
Hacia 1370, las penurias del pueblo piccolo y del pueblo magro se acentuaron. Antes de la Rebelión de 1378 hubo un intento fracasado por poner en pie un gremio propio de los Ciompi. Para los obreros florentinos había llegado la hora de actuar y se pusieron a la cabeza de todo el pueblo pobre. La palabra Ciompi adquirió una significación social y política más profunda que la del oficio mismo, y fue asimilándose a la rebelión de los que no tenían nada que perder. El levantamiento comenzó en junio de 1378, cuando los Ciompi respondieron al llamado del Confaloniero de Justicia, Salvestro de Medici, quien acusó a los priores de poner a la República en peligro.
Este Medici, que no tenía entonces el estatus que iría adquiriendo la familia con el tiempo, convocó al Popolo a manifestarse frente al Palacio Viejo. El llamado contó con el apoyo del Consejo de los 300, donde tenían mayoría los gremios de artesanos. Una anécdota cuenta que, mientras deliberaban para discutir el endurecimiento de la ley contra la nobleza —rechazada por los priores y el Partido Guelfo—, un zapatero tomó del cuello al riquísimo banquero Strozzi, lo empujó contra la pared y le habría dicho: “La fiesta terminó y esto no saldrá como lo imaginas”. Esa misma tarde cerraron los negocios y el popolo concurrió a las sedes de los gremios, preparándose para movilizar al día siguiente.
Todas las corporaciones se hicieron presentes con sus miembros armados y estandartes; sin embargo, la gran novedad fue la movilización de los Ciompi, que llegaron al grito de “¡Somos el pueblo!”. Pese a la masiva movilización de los obreros, éstos fueron vistos por los gremios mayores con desconfianza y como potenciales enemigos. El único gremio que no movilizó al Palacio Viejo fue el arte de la lana, la patronal de los Ciompi. La concentración se disolvió cuando los priores aceptaron tratar los reclamos presentados, sin mayores compromisos. Esa noche, grupos de Ciompi disconformes salieron a la calle y atacaron los palacios de los ricos. Durante varias semanas, los comercios atendieron con las puertas cerradas, reflejando la inestabilidad política del momento.
En julio se reavivó la revuelta cuando el gobierno detuvo y torturó a cuatro Ciompi, denunciando una inminente insurrección de los obreros para el 20 de ese mes. Exigiendo la libertad de los Ciompi, el proletariado y el artesanado pobre se dirigieron al Palacio Viejo, acusando al gobierno de contrarrevolucionario. Esta vez, los estandartes de las artes mayores brillaron por su ausencia. El gobierno oligárquico se atrincheró dentro del palacio a la espera de que los Ciompi se retiraran por cansancio y de que los grassi (el pueblo rico) acudieran en su auxilio, lo que no ocurrió. El Confaloniero de Justicia, que había asumido poco tiempo antes, huyó del Palacio cuando los insurrectos amenazaron con quemarlo. Ante el pedido de clemencia, los Ciompi dejaron ir a los priores y liberaron a los cuatro presos que estaban en el Palacio Viejo.
En su marcha, los Ciompi fueron liberando a los presos de toda la ciudad, mientras amenazaban con ejecutar a quien cometiera saqueos. Los objetivos eran el gobierno y las residencias de los grandes comerciantes y banqueros. Caído el Consejo de la Signoria, los Ciompi y los artesanos tomaron el poder el 22 de julio de 1378. En las jornadas revolucionarias de julio dominaron la ciudad, quemando los palacios de los burgueses ricos y los conventos donde éstos escondían joyas y otras riquezas. La rebelión de los Ciompi ejecutó al odiado verdugo oficial —apodado el carnicero— que había prometido colgar a los insurrectos. Los planes del gobierno quedaron al descubierto cuando los revolucionarios tomaron el palacio.
La acción enérgica de los obreros, que denunciaron la complicidad del gobierno oligárquico con la nobleza, impuso un nuevo Consejo presidido por el peinador de lana Michelle di Lando, que emergió como líder de la revuelta. Los Ciompi formaron un gobierno de coalición con la pequeña burguesía de los gremios menores. La legalización de tres gremios obreros, en el contexto inédito de un gobierno dirigido por los Ciompi, satisfizo una vieja reivindicación del proletariado textil. Junto al gremio de los cardadores, se autorizó la formación de los gremios de sastres y de tintoreros. El triunfo de la insurrección fue festejado haciendo sonar las campanas.
Desde el mismo momento en que los Ciompi llegaron al poder, la burguesía mercantil y bancaria comenzó a planificar su derrocamiento. Esto se concretaría en agosto de 1378. Antes todavía, la oligarquía tuvo que ganarse el apoyo del artesanado para aislar a los Ciompi. A tal fin, los grassi recurrieron a la paralización económica y al desabastecimiento de la ciudad, culpando al nuevo gobierno por el caos. A la par, los siete gremios más poderosos sembraron la confusión, acusando a los Ciompi de debilitar a la República en connivencia con la nobleza. El desmoronamiento del gobierno revolucionario se debió también a factores políticos: la alianza de los proletarios con el artesanado pobre entró en crisis y dejó sin respuestas al gobierno.
La crisis enfrentó a un sector más radicalizado contra Miguel di Lando, que no quería chocar con los pequeños patrones. La fracción disconforme exigía una reforma fiscal y medidas audaces contra el boicot de los grassi y las artes mayores. Debilitado, el gobierno empezó a desintegrarse y se derrumbó cuando los grandes gremios ganaron el apoyo de las artes menores e iniciaron el movimiento contrarrevolucionario de la oligarquía para tumbar al gobierno.
Michelle di Lando se retiró del gobierno, profundizando la crisis política. Su nombre quedó asociado a la traición. Después de abandonar la responsabilidad de Confaloniero de Justicia, se unió al ejército. Hoy, Lando tiene su estatua en Florencia. El derrumbe de los Ciompi dio lugar a una represión feroz y a la ejecución de los dirigentes y activistas sospechados de encabezar el movimiento. El paso siguiente fue la proscripción del gremio de los cardadores.
El lugar de los Ciompi en la historia
La derrota de los Ciompi no cuestiona la importancia que tuvo este movimiento de la clase obrera en su edad temprana. Los Ciompi no llegaron a constituirse en un partido obrero y actuaron como el ala radical del pueblo. La inmadurez política no solo es atribuible a la falta de experiencias anteriores —fue la primera insurrección obrera en Europa—, sino también a la juventud de un proletariado en formación, muy distinto al que se desarrollaría siglos después con el capitalismo moderno. El trabajo a domicilio obstaculizaba la cohesión de este incipiente proletariado, que recurría a la pequeña burguesía artesana para compensar su debilidad.
La caída de los Ciompi abrió el revanchismo de la burguesía, que reprimió y asesinó a los líderes y activistas más reconocidos. El Arte de la Lana confeccionó listas negras y muchos jornaleros debieron emigrar o volver a las zonas rurales. Después de la proscripción del gremio de los cardadores de lana, le llegó el turno a los otros dos gremios que habían sido reconocidos al calor de la revolución y que, en los momentos decisivos, rompieron con los Ciompi y se unieron a la contrarrevolución.
Pese a la derrota, la insurgencia fue un aviso para la República. La oligarquía comercial y financiera temía más las rebeliones obreras que el retorno de los nobles al poder, con quienes ya estaban unidos por casamientos y múltiples lazos. Queda presente la frase que siglos después diría Saint-Just, el jacobino de la Revolución Francesa, cuando sentenció camino a su ejecución que una revolución a medias está condenada al fracaso y a la muerte de sus dirigentes.
Nada empaña la heroica gesta de los Ciompi, que hicieron escuela en la lucha de clases.
